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Manolo, 42 años con sus roscas de anís en el cementerio: "A esto le quedan unos años, no más"
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TRADICIÓN

Manolo, 42 años con sus roscas de anís en el cementerio: "A esto le quedan unos años, no más"

Actualizado 01/11/2025 15:12

La falta de relevo generacional y el auge de Halloween han provocado un descenso de ventas que, según él, sentencian la tradición a desaparecer en una o dos décadas.

La lluvia incesante que ha acompañado la jornada de Todos los Santos en Salamanca es el reflejo de una melancolía que se respira a las puertas del cementerio San Carlos Borromeo. Allí, un año más, resiste el puesto de roscas de anís y churros de Manolo, un testigo directo de la lenta extinción de una tradición. Las ventas, como él mismo califica sin rodeos, han sido "fastidiadas", pero el problema va mucho más allá de la meteorología.

Con la autoridad que le otorgan 42 años de experiencia en el mismo lugar, su diagnóstico es tan lúcido como desolador. "Yo creo que a esta tradición de hoy le quedan una o dos décadas, no le queda más", sentencia con la calma de quien ha visto la tendencia consolidarse año tras año. La causa, asegura, es una desconexión cultural que parece irreversible.

El arraigo que movilizaba a las familias se ha ido diluyendo con el tiempo. "La gente ya no tiene el apego a esta tradición. El público joven no viene", explica Manolo coincidiendo con la visión que dan los floristas que instalan sus puestos en la zona. Su clientela confirma esta brecha generacional: son personas "de 50 años para arriba". La presencia de niños es anecdótica, a menudo acompañando a sus abuelos en un día sin colegio como el de ayer viernes.

Este cambio de paradigma tiene un nombre que resuena en todos los negocios vinculados a esta fecha. "Hemos importado Halloween", afirma, señalando un fenómeno que ha desplazado el foco de la conmemoración al Día de Todos los Santos. Mientras otros productos pueden adaptarse, la tradición de las roscas en el cementerio es inmutable y, por tanto, más frágil ante el olvido.

Un goteo de clientes en lugar de un "río de gente"

La memoria de Manolo viaja a un pasado muy diferente, a una época en la que el negocio era sinónimo de bullicio y prosperidad. "Yo recuerdo esto hace 42 años y el bullicio de gente que venía era impresionante, era un río de gente", rememora. Ni siquiera las condiciones más adversas frenaban a las multitudes que acudían al camposanto. El motivo era simple: "Había más tradición y la gente le tenía más arraigo. Ahora, no". El contraste entre el ayer y el hoy dibuja un panorama desolador para los oficios que, como el suyo, dependen de este vínculo con el recuerdo.

A pesar de la tendencia general, todavía existe un núcleo de clientes fieles que, año tras año, acuden a su puesto. Sin embargo, este vínculo se ha convertido también en un doloroso recordatorio del inexorable paso del tiempo. Cada 1 de noviembre, la lista de ausencias es más larga y notoria.

"Lo malo que ya te vas dando cuenta que muchos ya no van a estar", comenta con una tristeza palpable. Este año, las noticias han sido especialmente duras. "Joaquín ha muerto, Manolo", le comunicaba una clienta. Poco después, otra ausencia confirmada: "Manolo, que murió Marcel hace cinco meses". Marcel era quien repartía las roscas para su padre. La venta se ha transformado, en parte, en un recuento de las personas que ya no volverán.

"Con mi generación se acaba esto": un oficio sin rentabilidad

La percepción de Manolo no es un caso aislado. Es un sentimiento compartido entre los vendedores que ven cómo su modo de vida se desvanece. Comparte la conversación con una florista cercana que ya ha advertido a sus hijos: "De esto ya no se va a poder vivir". La rentabilidad, simplemente, ha desaparecido.

"Lo haces porque lo llevas haciendo toda la vida, pero económicamente no es rentable", confiesa Manolo. La motivación ya no es el beneficio, sino la inercia de una vida entera dedicada al mismo oficio en las mismas fechas. Por eso, su conclusión sobre el futuro es tajante y resuena con la fuerza de lo inevitable: "Con mi generación se acaba esto". No ve relevo, ni en su familia ni en el sector.

Entonces, ¿por qué seguir montando el puesto cada año? La respuesta es puramente emocional, un vínculo forjado durante décadas. "Nos hemos criado con ello, nos gusta, y parece que si no vienes te falta algo", admite. Pese a todo, Manolo ha decidido aguantar al menos hasta mañana, con la esperanza de que el tiempo mejore. Lo hace con la certeza de que la tradición que ha marcado su vida se apaga lentamente, como una vela bajo la incesante lluvia de noviembre.