¿Hacia dónde debemos dirigir la mirada?

En este mundo tan inestable y cambiante en el que nos ha tocado vivir, es difícil decidir hacia qué punto o zona nuestra humana mirada ha de ir dirigida. Aunque solo sea la mirada, la atención que suscitan las escenas que vemos en la televisión o las que conocemos por la prensa, siempre será mejor verlas que negarlas: la negación del dolor ajeno, no querer saber nada (y menos hacer) de las grandes tragedias que nos rodean, directamente nos deshumaniza, nos saca de la categoría de humanos y también de adultos maduros.

Cuando aún seguimos aterrorizados ante el sufrimiento sin límite que no cesa de la población palestina, aparece frente a nuestra mirada una primera escena que nos hace en principio alegrarnos: la caída del tirano sirio Al Asad. El resurgimiento de una nueva Siria, la vuelta a su patria de millones de refugiados sirios ha sido la noticia de la pasada semana llena de esperanza. Pero ¡demasiado poco han durado las explosiones de alegría en las calles de Damasco, por la caída del siniestro régimen que ha matado y hecho huir a millones de sirios!; al día siguiente de las celebraciones espontáneas los sirios se encuentran con la dura realidad de que esos 14 millones que habían huido a Europa, a Turquía, a Líbano y que están volviendo, no tienen nada para subsistir: ni comida, ni un refugio, ni un hogar, a veces ni el familiar o el vecino que buscan. Es tal el devastador panorama que encuentran, que no pueden continuar la alegre fiesta del retorno ni un día más.

Es tal la angustia de estos millones de sirios que reencuentran su destruido país, que ni siquiera pueden plantearse que en estos mismos días el ejército israelí ha iniciado una ofensiva y ocupación de una parte de su territorio, el lado sirio del monte Hermón, en la zona desmilitarizada de los Altos del Golán. Están tan exhaustos de la guerra y del largo sufrimiento, que no pueden ni pensar en defender su territorio de la invasión israelí.

¿Qué podemos hacer los europeos ante este panorama urgente? Lo primero ayudar a que no se mueran de hambre, o de frío, a que puedan quedarse en su país aunque sea inicialmente en frágiles campamentos de acogida, mientras se inicia la reconstrucción de las ciudades destruidas.

Es el pensamiento que me ha surgido, como escritor, esta fría mañana invernal, cuando me disponía a iniciar mi trabajo de columnista de este periódico salmantino, con un tema en la cabeza tan ajeno y distinto al que de repente me ha invadido; el presente de los sirios que vuelven a su destruido país me ha hecho aparcar el alegre tema que quería glosar.

Esta mañana quería describir y celebrar la festiva reunión que tuvimos la semana pasada una parte de los colaboradores de este joven y potente diario salamancartvaldia.