La Capea, afición sin luces

Torear es crecer. Sí, de alguna manera crece en tu interior una tenia buena que te hace más feliz, algo te reconforta en tus cajoncitos interiores pero ese algo tiene mucho de adicción, de querer volver a…”El toreo en sí, profesional, se ajusta a la ceremonia de un equilibrista que camina por el alambre de la muerte a la par que danza en círculos de armonía y orden”. Así lo define el francés Ergé Misaluc.

Pero yo hablo de otro toreo. El que se hace presto, nervioso, sin luces, el toreo desordenado del aficionado en la Capea, esa ceremonia anárquica y desastrada de los pueblos de España, que se hace tan imprescindible en la bulla de las fiestas patronales.

En Castilla sabemos mucho de eso. El toro rural de la capea y los encierros por las calles pone lucidez y sentido a la amistad del reencuentro en las fiestas, en los bares hay abrazos y besos, en la música pasodobles taurinos. Y en el ruedo, la Capea, vibración emocional en los pulsos aficionados, sin paseíllo, ni taleguillas, ni sensación de tragedia…aunque la haya.

La Capea es la afición sin luces del que soñó glorias de aplausos, dineros y fama. Emular a las grandes figuras y, al final, ser capaz de agarrar un capote y sentir, como la mejor de las figuras, la alegría y la emoción de ver un toro seguir noblemente la dulzura del engaño de tu muleta. Estás en camisa vieja, estás en deportivas, estás en vaqueros, estás con el cansancio atroz de la fiesta continúa pero….estás metido dentro de un sueño del que es difícil escapar: ser torero. Y vuelves, y vuelves, a enredar, a acelerar el latido. Porque quieres ser feliz y el toro te da eso.