La hoy vacacional localidad de Esposende, al norte de Oporto, conservaba aún mucho de tranquila villa pesquera en los años noventa
Imaginamos al farero Nogueira da Silva paseando una tranquila mañana de diciembre por las calles de Esposende. Siendo una localidad pequeña, probablemente todo el mundo saludaría a alguien vestido con el uniforme de la Marina, que podía haber aprovechado el rato libre para hacer las compras de Navidad en las tiendas del centro de la ciudad costera.
El faro de Esposende es uno de los más queridos por la memoria de Nogueira da Silva, pues fue el primero donde ejerció oficialmente como farero, a partir de 1986. Desde 1978 estaba vinculado a la Marina Portuguesa, desarrollando las primeras experiencias laborales al servicio de la Direção Geral dos Faróis, en funciones de señalización marítima y trabajando en las instalaciones donde se almacenaba el gas y el petróleo usados en la totalidad de los faros portugueses, los de la península y los de Madeira y Azores, en los tiempos en que los faros aún funcionaban así. Hoy, diversos sistemas ópticos de lentes, antenas de radio e internet velan por la seguridad marítima.
Armindo Nogueira da Silva se jubiló en 2022 como farero jefe del Faro de Aveiro, tras toda una vida dedicada al mar con verdadera vocación. Un farero que ha vivido soledades navideñas en el faro, como el de las Islas Berlengas, cuando podían sufrir tres semanas de temporales sucesivos azotando la isla, y rememora con nostalgia la camaradería existente entre las familias fareras, algo que ahora, reconoce, ya no es igual, pues nos hemos vuelto todos más individualistas.
Para este marino nacido en Lordelo do Ouro, al pie de la Foz do Douro (Oporto), acostumbrado, por tanto, a que la vida y la tragedia vengan del mar, su etapa en Esposende quedó marcada por hermosos y también por tristes recuerdos, el entusiasmo de los comienzos y la dureza de haber vivido ahogamientos y naufragios.
Rememoramos, de la mano de Nogueira da Silva, uno de esos episodios de su bagaje marinero.
Nos encontramos en el último domingo antes de la Navidad de 1996 o 1997, el año exacto Nogueira da Silva no lo recuerda. Dadas las fechas, los pescadores de Esposende lo apuestan todo al langostino, crustáceo que en estas aguas tiene calidad reconocida. Unas capturas bien pagadas, unos ingresos que pueden salvar el invierno, con muchos días donde es imposible salir al mar.
Con 18 kilómetros de costa, Esposende tiene una larga tradición pesquera. En 1993 fue elevada a la categoría de ciudad, contando en la actualidad con unos diez mil habitantes. Por Esposende pasa el Camino Portugués de la Costa, una de las rutas jacobeas.
Pero volvamos a sumergirnos en la memoria de Nogueira da Silva. En estas fechas, evoca el farero, no era extraño que los barcos de pesca, además de salir a faenar de madrugada, regresaran al mar por la tarde, pues había que aprovechar. Ese día estaba claro, había sido una mañana de sol y calma chicha. El farero Nogueira da Silva tomaba nota de las embarcaciones que salían y entraban al puerto de Esposende. Todas regresaban sin problema y con buena pesca.
Siempre hay quien no se conforma y decide exprimir un poco más, con ese tiempo tan favorable, cerca de Navidad, ¿quién no intentaría una salida más? El invierno es largo y los temporales en la costa portuguesa, abundan.
A primera hora de la tarde, un padre y un hijo se hacen, de nuevo, al mar, acompañados de un amigo que les ayuda en la faena. Al principio, todo va bien, pero lo inesperado, sucede. De repente, el mar se revuelve y las olas empiezan a romper con bravura a la entrada del puerto.
“Sucedió todo en un instante, el mar reventaba allí mismo, a la entrada del espigón, la corona de arena quedaba al descubierto y, cuando volvía, el mar venía aún con más fuerza”. Había que salir de ahí. Los hombres ponen los motores a toda potencia en dirección a la playa. Solo que el motor fueraborda toca la arena y se cala.
Los intentos por arrancarlo de nuevo son desesperados, pero “el mar no espera, hace su trabajo, barre toda la barra, virando la embarcación y metiendo a los tres pescadores más adentro hacia el mar”.
Por si las circunstancias no son suficientemente difíciles, los pescadores no llevan chalecos salvavidas y van vestidos con pesadas botas de peto. En esas condiciones, aún luchan contra la furia del mar durante largos minutos.
Una multitud de personas se concentra en la orilla sin saber cómo ayudar. Nogueira da Silva inmediatamente telefonea al delegado Marítimo de Esposende, “aunque nuestro superior jerárquico era el Capitán del Puerto de Viana do Castelo, yo pedí socorro al oficial más cercano al accidente”.
¿Será que hasta para los momentos de aflicción es preciso tener suerte? Tuvieron estos hombres la desgracia de un cambio repentino en las condiciones del mar, pero también tuvieron el infortunio de que fuera una tarde de domingo y, por tanto, de fútbol.
Las llamadas al Instituto de Socorro a Náufragos (ISN) no fueron atendidas por nadie, porque nadie había en la estación del ISN de Esposende, estaban todos en el campo, asistiendo al partido. Yendo casa por casa buscando a los socorristas, -posible esto por ser una villa pequeña donde todos se conocen y las distancias son cortas-, sólo uno fue localizado. Apareció en el muelle y, viendo que no se reunían las condiciones para sacar al mar una embarcación de rescate, quiso intentar a nado la salvación, otras veces lo había hecho y todo había salido bien. Sin embargo, esta ocasión era distinta y el mar los habría engullido a todos. Sólo consiguieron que entrara en razón bajo amenaza de arresto.
Mientras tanto, el tiempo, siempre vital, parecía correr más deprisa. Desde lo alto de la torre del faro de Esposende, Armindo Nogueira da Silva sólo podía continuar dando indicaciones de la dirección para la cual el mar los arrastraba. “Casi 20 minutos estuvieron aguantando la batida del océano, agarrados a la quilla del barco”.
En ese momento, vino un golpe aún más fuerte de mar y los separó. Desde el faro, se perdió de vista a uno de ellos. Los otros dos, juntos y agarrados uno al otro, fueron arrastrados en dirección sur, “a cerca de una milla y media los dejé de ver”, recuerda el farero.
El delegado Marítimo preguntó entonces a Nogueira da Silva por qué cesaba de hacer señales. “No vale la pena, le dije, el mar los engulló”.
Estaba casi anocheciendo cuando el personal de los Socorros a Náufragos rescató al pescador que se había soltado. Se trataba del amigo, que había optado por desasirse de la quilla e intentar llegar a nado hasta la costa, teniendo la fortuna de ser conducido por la corriente hacia la playa, al sur del espigón. Estaba vivo. Lo recuperaron en el hospital.
Los otros dos, padre e hijo, unidos en la faena de la vida y en la de la muerte, aparecieron sin vida días más tarde, junto al rompeolas de Fão.
Cientos de personas asistieron impotentes a la historia de un naufragio, allí mismo, a pocos metros de la orilla. El mar, ordena.
Al respecto de este naufragio de Esposende, Nogueira da Silva quiere subrayar dos cosas: la primera que, a mediados de los noventa, aún no estaban generalizados los móviles; y la segunda que, en Portugal, el personal del Instituto de Socorro a Náufragos, aunque dependa de la Autoridad Marítima Nacional, es personal civil, cuyos trabajadores tienen horario diurno, descansando fines de semana y festivos. Actualmente, disponen de un móvil para estar localizados y, en caso de ser requeridos para algún servicio, éste es remunerado como horas extras.
Armindo Nogueira da Silva entró en la Marina en 1978 y siete años más tarde aprobó la oposición de farero, pasando a ser funcionario militarizado. En Portugal, los fareros son militares que han pasado a cuerpos no militares, pero continúan siendo dependientes de la autoridad militar. Las competencias sobre los faros fueron definitivamente transferidas a la Marina Portuguesa en 1892.
En 2022 Armindo Nogueira da Silva se jubiló, tras 37 años como farero, y muchas historias de mar. Vive actualmente en Viana do Castelo y todos los días nada en la desembocadura del río Lima, “fue la forma que encontré para mantenerme unido a lo que siempre me gustó”, bromea. Es autor del libro “Memorial do Faroleiro” (2021), que contiene la historia de más de mil compañeros de profesión, donde hace un homenaje a todos los fareros habidos en Portugal desde 1865, - también a las pocas mujeres fareras-, después de años buceando en archivos y tras muchas horas de conversación con fareros, sus familias y descendientes.
“Son estas situaciones, vividas con pocos medios, las que nos marcan para toda la vida”, afirma Nogueira da Silva sobre el triste final de aquel episodio en Esposende, a las puertas de la Navidad. Son memorias de un farero curtido por el mar, por el compañerismo marinero y por la soledad de los inviernos en el faro.
“Sin duda, toda la literatura sobre naufragios encanta a los portugueses, aunque creo que esta generación, ya del siglo XXI, no está informada sobre la ‘costa negra’ de Portugal”, manifiesta.
La relación entre los portugueses y el mar daría, y ha dado, mucho paño que cortar. El mar nunca ha sido para los portugueses un terrible desconocido, sino una fuente de oportunidades.
Próximamente, en esta sección PORTUGAL, HISTORIAS DE LA COSTA PORTUGUESA: Memorias de un Farero (II).