Entre las Islas Berlengas y Peniche, muchos mercantes y barcos de pasajeros han sufrido el azote de un mar tempestuoso
La madrugada del 28 de octubre de 1892 las olas que habían sometido al Roumania a un bamboleo continuo desde que zarpase del puerto de Liverpool, se volvieron aún más amenazantes. Los ruidos que procedían de la cubierta, con objetos deambulando sin control de un lado para otro, se intensificaron. Los pasajeros comenzaron a salir de sus camarotes, en busca de alivio para su compartido temor.
De repente, un golpe brusco, el barco se para y la oscuridad lo envuelve todo.
El S.S. Roumania había sido construido en los astilleros de Glasgow en 1880. Era un vapor de tamaño medio, que cubría regularmente la ruta de la India, por lo que, en aquel viaje, tal como en otros anteriores, la mayor parte de su pasaje lo componían militares y otros funcionarios del Imperio británico que regresaban a sus puestos, muchos de ellos acompañados de familia, después de resolver asuntos varios en la madre patria. También algunos hindúes formaban parte de la tripulación.
Ni el Faro de las Islas Berlengas ni el de Peniche permitieron al capitán ni al timonel percatarse de la proximidad de la costa. En poco tiempo, 133 pasajeros perdieron la vida, a sólo 200 metros de la Praia do Bom Sucesso, al sur de la Lagoa de Óbidos, frente a los acantilados de la Rocha do Gronho.
En la oscuridad de la noche, aturdidos, vapuleados por olas enormes y atemorizados, la mayoría del pasaje acabó por ahogarse. Sin embargo, un grupo de nueve personas logró llegar a tierra nadando o flotando sobre restos, ayudados por la corriente, que los expulsó hasta el arenal.
Esos supervivientes fueron fundamentales para componer el relato de los hechos del que es uno de los mayores naufragios de un navío de pasajeros frente a las costas de Portugal. Pero el sufridor litoral portugués ha sido escenarios de muchas zozobras.
“Desde niño y también como farolero he vivido decenas de situaciones semejantes; navíos que encallaron con automóviles, el petrolero que se partió en Leixões, la trainera en la Barra de Faro, con tripulación española, cuyos ocupantes fueron salvados, y tomaron baño y un desayuno en mi casa, donde les proveí de ropa y calzado. Nací en Foz do Douro (Porto), por tanto, desde muy pequeño, he visto muchas cosas".
Quien así habla es Armindo Nogueira da Silva, hasta su jubilación, acontecida hace pocos años, farolero jefe del Faro de Aveiro, en Praia de Barra.
A pesar de la eficaz asistencia de los 30 faroles con que cuenta la costa portuguesa continental, a veces, las grandes tempestades oceánicas, como la vivida por el Roumania frente a Foz do Arelho y Baleal, el 28 de octubre de 1892, producen consecuencias insalvables.
El S.S. Roumania realizaba el trayecto Liverpool- Bombay. Desde su partida había sido azotado por temporales sucesivos. El capitán Hamilton y el teniente Rooke eran dos de esos militares a bordo, que se salvaron nadando por intuición hasta tocar tierra, lo cual sucedió antes de lo pensaban, pues el barco naufragó cerca de la playa. Además, siete tripulantes hindúes consiguieron salvarse navegando sobre restos del barco. El testimonio dejado por ellos en la prensa portuguesa y británica de la época permitió reconstruir lo que había sucedido.
En Portugal, la noticia del hundimiento se vio desplazada con rapidez por otra localmente más relevante: los saqueos perpetrados por la población sobre los restos del barco, que iban llegando a la costa en una franja de más de 50 kilómetros por la Región del Oeste. Durante las semanas posteriores, joyas, ropas de lujo, telas, cubiertos de plata y otros objetos de valor fueron hurtados y vendidos por muchas zonas.
Por lo visto, el Roumania, además de religiosos, funcionarios de alto rango y sus familias, transportaba algunas mercancías para exportar a la colonia, como máquinas de coser, material ferroviario o paño fino.
Tal fue la alteración del orden, que tuvo que acudir el ejército a la comarca. Varios hombres murieron en el mar, intentado hacerse con algún tesoro del navío.
Lo terrenal y lo divino aparecen lado a lado en Serra do Bouro. Literalmente. En la explanada que precede a la iglesia, un templete debe acoger a la orquesta que anime las verbenas de la localidad, al pie de una arcada donde probablemente se sirva comida y bebida. Todo está pulcramente encalado, reflejando un sol cintilante.
Un poco más allá, al pie de la iglesia, una de las puertas del cementerio. Y un poco más allá, la otra. Traspasando el umbral de la más lejana, deparamos con un conjunto de tumbas.
Seis tumbas consecutivas aparecen a la entrada del cementerio de Serra do Bouro, una pequeña localidad perteneciente al concejo de Caldas da Rainha, en un alto, pocos kilómetros al norte de la playa de Foz do Arelho.
Los textos de las lápidas permiten conocer un poco de la biografía de los que aquí reposan. Hablan, entre otros, de Lillie Hay, esposa del pastor protestante William Burgess, y de su hijo Arthur W. Burgess; también de Joyce Pollard, un bebé de solo un año, y su hermana Gladys, de dos años y medio. Las letras están borrosas, la humedad de la zona hace su efecto.
Originalmente y durante casi cien años, estas seis tumbas estaban aisladas, en un cementerio propio junto al cementerio municipal, que aquí llamaban “el cementerio de los ingleses”. Al tratarse de ciudadanos de religión anglicana, en la época no pudieron ser enterrados junto a las sepulturas católicas, sino en un anexo, separados de éstas por un muro.
La necesidad de ampliar el cementerio hizo que a principios de los noventa ese espacio tuviese que ser ocupado. Con todo, siguen teniendo su lugar especial a las puertas del cementerio, donde una placa recuerda el porqué de su reposo en unas tierras tan alejadas de su país natal.
Al igual que en la Serra do Bouro, en los cementerios de otras localidades cercanas, como Óbidos y Peniche, también hay un “cementerio de los ingleses”, ya que los cuerpos fueron dando a tierra por toda la costa durante semanas. La mayoría de los cuerpos, sin embargo, nunca fueron recuperados.