El otoño está aquí

El paso de los tiempos marca el ritmo de nuestra vida. Así ocurre con el cambio de las estaciones en los hemisferios norte y sur de nuestra tierra; en ellos se marca perfectamente la variación de las cuatro estaciones, cosa que no ocurre en las zanas próximas al ecuador, fenómeno que viven naturalmente, aunque extrañamente, los misioneros que proceden de nuestras tierras, y que trabajan en países próximos al ecuador, tanto en África, como en Asia o América.

Pues bien, el otoño ha llegado una vez más a nuestra tierra. Y uno siente la tentación de aplicar al otoño el dicho que se aplica a la primavera: “La primavera ha venido y nadie sabe cómo ha sido”, “El otoño ha venido y nadie sabe cómo ha sido”.

Pero ahí está. Se acortan los días y se alargan las noches, y se va cargando con el peso de las sombras invernales que terminarán llevándonos al más pequeño de los días. El otoño se hace presente cuando se igualan en duración las noches con los días.

Y este ritmo diurno-nocturno nos afecta tanto a los animales como a las plantas, es decir a todos los seres vivos. E incluso las tierras se ven afectadas por las lluvias, las nieves y los hielos.

Hasta nos afecta el otoño en nuestros cambios y vivencias civiles, como es el caso del cambio de la hora, que coincide con los inicios del otoño. Los días se hacen más cortos, amanece más tarde y, por consiguiente, es conveniente retrasar el reloj para coincidir con la luz diurna.

Es notable, sobre todo, con la llegada del otoño, la experiencia de la caída de la hoja de los árboles. En aquéllos que son y llamamos de hoja caduca, no así en los de hoja perenne.

La vida de los hombres también se ve afectada por la llegada del otoño. A muchos de nosotros, de nuestros parientes, amigos o vecinos, nos llega la hora, en este tiempo, de caernos del árbol de la vida, mientras nos asociamos al crecimiento de las tinieblas otoñales.

Si lo sabremos los que tenemos la suerte de estar encomendados a los cuidados de una residencia de mayores. Aquí tenemos conciencia, los que la conservamos medianamente abierta, de que nos encontramos en la antesala del cielo -¡ojalá!

Tenemos la ventaja de poder prepararnos y asumir lo que es norma de nuestra realidad. Ojalá podamos ser conducidos a la nueva vida con la ayuda de San José, patrono de la buena muerte. O con el amoroso acompañamiento del alivio de caminantes el arcángel San Rafael.

Los cristianos podemos contar con que al final de esta vida contamos con la posibilidad y aun la promesa del que ha vencido a la muerte y nos conduce al despertar de una nueva primavera en la vida futura. Porque creemos esto, la Iglesia encomienda en este tiempo a nuestros difuntos a sus oraciones y funerales, con la confianza de que alcancemos esa nueva vida.

Llega la primavera y florecen todos los árboles, y aun se disponen a regalarnos con sus sabrosos frutos de primavera y verano. Es el reflejo de la nueva vida.