Decir y hacer: Emma Igual

El pasado sábado, en Chasiv Yar, cerca de Bajmut en la provincia ucraniana de Donetsk, como consecuencia de un ataque al vehículo en que viajaba, murió la española Emma Igual, cooperante en ayuda humanitaria, fundadora de la ONG Road to Relief y una de las más valiosas activistas en ayuda a los afectados en los conflictos internacionales. Junto a ella, y en la misma explosión de la que aún no se ha aclarado fehacientemente su autoría, falleció también el canadiense Anthony Ihnat, miembro del mismo grupo.

Emma Igual, que ya había desarrollado en Lesbos, en Calais, en Centroáfrica y en otros puntos conflictivos una extraordinaria labor humanitaria de suministro, asistencia y ayuda a refugiados, afectados y víctimas de conflictos internacionales, fue (y será) todo un ejemplo de coraje, valor y convencimiento para el voluntariado de todo el mundo, y su labor, como la de su organización y otras de acción directa en zonas conflictivas, se eleva por encima de ese otro voluntariado voluntarioso, valga la redundancia, de salón y banquete, que se limita a auto-absoluciones privadas por medio de donativos, cenas “solidarias”, mercadeo de pegatinas y camisetas o mera palabrería institucional.

Esta distinción, que en absoluto quiere despreciar cualquier gesto de solidaridad, por pequeño que sea, busca sin embargo establecer una distinción, que es capital, entre la cooperación solidaria y permanente en zonas de conflicto, y quienes la protagonizan con riesgo evidente de la vida (que Emma perdió, como muchos otros), y el cansino discursito solidario de tantas autoridades, colectivos o agrupaciones, que en tribunas floreadas sin ningún riesgo inauguran cursos, presiden ágapes solidarios, organizan encuentros y participan en seminarios y cursillos siempre centrados en un tipo de cooperación que, siendo valiosa en sus cometidos puntuales es, sin embargo, instrumento de lavado de conciencia burguesa y aldabón de pura propaganda sensiblera.

La auténtica cooperación, la participación directa en ONGs y el arrojo personal y sacrificio que son precisos para remedar la labor Emma Igual y de otros muchos cooperantes, va mucho más allá de la palabrera y falsa solidaridad de donar las sobras al necesitado o detraer dinero de donde no se precisa. Emma Igual trabajaba y vivía apoyada en sus principios, militó en organizaciones de izquierda en cuyos programas se reconoce el valor humano de las personas, sean de cualquier color, condición o creencia, y donde el compromiso solidario personal, pero también colectivo, nace tanto del convencimiento como de la conciencia de clase, germina y crece tanto en la atención al mundo como en los desafíos del ser humano y, por eso, contrario a la indiferencia y a la exclusión, devoto de la igualdad y la humanidad, dista mucho y es muy diferente a desfiles carteleros que confunden un extraño modo de magnanimidad piadosa con lo que ya los clásicos denominaron derecho de gentes.

Emma Igual podría haber muerto en cualquiera de los otros muchos conflictos en que estuvo prestando su ayuda y asistencia, pero ha tenido que ser en la más incomprensible de las guerras, en el más publicitado conflicto, trufado de intereses económicos, réditos geoestratégicos y apuestas políticas de control de mercados, donde Emma, para quien una boca hambrienta o los ojos aterrados de un anciano nunca tuvieron idioma ni color, ha encontrado, o mejor dicho, su muerte ha encontrado en las hojas volanderas del comercio de lágrimas, la difusión que no encontró en vida su labor.