Corazón de Plaza

La ciudad provinciana palpita al ritmo de su Plaza, abierta o cerrada y porticada, el ágora nos abraza el paso a lo largo de la jornada, y como no tenemos suficiente con atravesarla, quedamos en el rato de asueto en sus rincones íntimos como citas secretas: debajo del reloj de la Plaza.

Busca el recién llegado la seguridad de la Plaza, traza sus recorridos en torno al centro que remansa la prisa de la mañana. En el café del funcionario, se asoma la belleza de su geometría matinal de carga y descarga; en la caña del mediodía, luce el sol de invierno calentando las piedras, las farolas y el paso de quienes se afanan en volver a su casa. Nunca está vacía, la Plaza, el café sabe a rincones modernistas, vasos de café y la tarde se despliega de nuevo apresurada. Y con la noche, los estudiantes hacen el paseíllo de sus encuentros y las rutas de sus alternes, dejando un regusto a capa y capirote, a tiempos pasados de casas de mancebía, partida de naipes y calles de libreros y curtidores. La ciudad letrada tenía corros donde todo se vendía, y de repente le creció una plaza de Churriguera, gusto recargado, dorada piedra bordada y pespunteada de rejas infinitas. Qué delicia de plaza como collar cerrado, joya de la ciudad, nido cuadrado que desde arriba se extiende, pañuelo para el encuentro, patio nuestro. Y en el lienzo del Ayuntamiento se sucede la historia y se despliega la bandera de su tiempo, se asoma la novia, el visitante ilustre, el deportista vencedor y el pregonero de las Ferias y Fiestas de un septiembre que se adorna con Mariseca para defender lo nuestro.

Busco la Plaza, corazón de las ciudades, sin pensar en el privilegio de la nuestra y me solazo con la Alta de Badajoz, que se borda moruna y secreta. Vuelan las cigüeñas en la amplitud blanca de la Plaza de Cáceres, espacio para el encuentro y entrada a las calles sin tiempo de eterna piedra… y sin embargo, hay una Plaza en la Extremadura de mis nostalgias, porticada y modesta que me enamora, irregular y desconocida, humilde y secreta, amplia como una mano abierta: Garrovillas tiene una joya extraña que nos deja prendados de su originalidad y su amplitud de luz y de geometría de columnas. Plaza y más plaza para recorrer, encuentro y espacio siempre abierto.

Tenemos en la ciudad letrada el privilegio de la joya barroca, la Plaza Mayor con mayúsculas. Y el fotógrafo la recorre, una y otra vez, reflejando su luz en el objetivo de la noche. La hemos recorrido tanto en letras y páginas, en todos los formatos de la belleza, metraje de su gracia, y aún así, nos emocionamos y admiramos, de nuevo antes sus piedras, dejándonos mecer, enamorados de ella.

Charo Alonso

Fotografía: José Amador Martín.