Luz para todos los pueblos

Ayer mismo celebrábamos la fiesta tradicional de Las Candelas. Fiesta que se celebra destacadamente en Santa Cruz de Tenerife, cuya patrona es precisamente La Candelaria. Siguiendo la tradición, la fiesta se celebra a los cuarenta días de la Navidad, del nacimiento de Jesús de Nazaret en Belén de Judá.

Según nos cuenta San Lucas en su evangelio, toda familia que tuviera un varón como hijo primogénito, es decir con ocasión del nacimiento del primer hijo varón, debía ir al templo de Jerusalén y ofrecer el niño a Dios que, sin embargo, podía ser rescatado ofreciendo para ello, como intercambio, en el caso de las familias pobres un par de tórtolas o dos pichones, es decir, dos palomos jóvenes.

Cumpliendo esta norma de la Ley de Moisés, Jesús, María y José acudieron al Templo de Jerusalén, donde se podía encontrar con el Dios de Israel, y en el fondo también con el mismo pueblo israelita, su pueblo.

Jesús, desde su nacimiento, se había ido manifestando a los ángeles, a los pastores, a María y José, a los Magos. Ahora se manifiesta al pueblo de Israel y a todos los pueblos. El pueblo de Israel se encontraba representado esta vez en dos ancianos, llamados Simeón y Ana. Como todo el pueblo de Israel, ellos también esperaban al Mesías Salvador. Y el Espíritu le había sugerido a Simeón que no moriría antes de que viniera el Salvador. Y el anciano intuye ahora que el niño que tiene en sus brazos es el esperado, y prorrumpe en un canto de agradecimiento y alabanza, el que repetimos ahora cada noche todos los que celebramos el oficio divino, y que nombramos en latín como “Nunc dimittis”:

«Ahora, Señor, según tu promesa,

puedes dejar a tu siervo irse en paz.

Porque mis ojos han visto a tu Salvador,

a quien has presentado ante todos los pueblos:

luz para alumbrar a las naciones

y gloria de tu pueblo Israel».

Se presenta ante todos los pueblos como Luz que alumbra a las naciones. Los pueblos se encuentran inmersos en la oscuridad, y viene a iluminarlos el que es la Luz. La oscuridad del orgullo, de la violencia, de la riqueza injusta, en definitiva, del pecado. Y Jesús se presenta como el Liberador. Así lo dirá Él: “Yo soy la Luz del mundo” (Jn 8.12). Él iluminará a los que lo reciben. Y éstos mismos quedarán convertidos en luz: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,14).

En la Liturgia católica esta luz quedará representada por las candelas. Y por eso se bendicen cirios y se llevan en procesión, al exterior de la iglesia, y de vuelta se trasladarán hasta el interior. Ésta es la tradición que todavía se mantiene en muchas comunidades cristianas.

El Papa Francisco ha aceptado la cualidad de iluminador de todas las naciones, y es por eso por lo que ha viajado al corazón de África, y por lo que denuncia el enriquecimiento ilícito, la violencia y el abuso de poder, junto con la trata y la esclavitud de personas.

Las tinieblas del mundo siguen ahí manifestándose en el horror de las guerras, en la enfermedad y el hambre, en los asesinatos y suicidios, en los abortos y la mal llamada eutanasia, y en la esclavitud de los abusos sexuales, que muchas veces acaban con el asesinato de las mujeres, a las que se ha tomado como simples objetos de placer.

Hermosamente canta El Arrebato – Miguel Poveda la necesidad que los hombres de hoy tienen de la luz, que los que somos cristianos identificamos con la Luz de Cristo: “Que guapa es la gente luminosa, …gente que tiene el poder de la luz”.

Qué guapa es (qué guapa es)

La gente luminosa

Esa que no se preocupa de la marca de tu ropa

La que pone a la alegría

Siempre en su menú del día

Gente que ilumina el mundo

Gente guapa cómo tú

Gente que tiene el poder de la luz

Necesitamos ser iluminados por la luz que aniquila nuestras sombras. Y tenemos que hacerlo, no con luz corta, sino con la Luz larga, la que supera los mismos límites de la muerte.

Como cantamos en las misas de difuntos: “Que la Luz perpetua luzca para ellos, Señor (los difuntos)”, y que alcance a los habitantes de todos los pueblos. Tenemos motivos de esperanza. Y podemos vivir y morir sin temor.