Los españoles, los ciudadanos más intranquilos del mundo. ¿Por qué?

Por segundo año consecutivo los españoles son los primeros de todo el planeta en el consumo de psicofármacos. Esta realidad no tiene que ver con ninguna crítica, con ningún prejuicio sobre el carácter español, sino con una realidad cargada de malestar y sufrimiento, en nuestro país.

Alguien podría pensar que ha sido la pandemia de COVID19 la que explica este uso exagerado de psicofármacos, pero no es así: la pandemia la han sufrido todas las naciones de todos los continentes y España no ha sido un país desatendido en lo esencial, con vacunas, hospitales, dispositivos sanitarios. A pesar de los errores y defectos que todos los gobiernos han tenido en muchas decisiones, nuestro país en absoluto ha sido de los peores en gestión sanitaria.

El consumo excesivo de psicofármacos en España es anterior a la pandemia. Ya existía en los años anteriores. Desde la edad de 15 años, porcentajes muy altos de jóvenes, adultos (más mujeres que varones) , ancianas/os…forman parte de consumidores de benzodiacepinas para el tratamiento de la ansiedad, el insomnio, las tensiones emocionales. Aunque en el Sistema Nacional de Salud la cantidad de psicólogos es muy baja, en relación a toda la Unión Europea, el motivo de este uso generalizado de psicofármacos, no es la falta de asistencia de tratamientos psicológicos; este factor es un agravante del problema, pero no la causa.

La pregunta es: ¿Por qué los españoles se sienten tan crónicamente intranquilos, inseguros, ansiosos en su vida cotidiana? Si las necesidades básicas, la alimentación, el frío, la escolarización, el nivel de empleo y el poder adquisitivo, con lagunas y defectos están conseguidos, ¿qué inquieta tanto a los españoles?

La respuesta es, desde el punto de vista psicológico, la ausencia de sentimiento de seguridad y protección en los avatares de la vida cotidiana. Las instituciones españolas no ofrecen la base de seguridad que el ser humano necesita para su tranquilidad: ni las empresas, ni las instituciones sanitarias y sociales cubren suficientemente las demandas de seguridad; ni siquiera ya la familia, que ha sido hasta ahora la red emocional que más ha cobijado al individuo, es capaz de ofrecer una mínima base de seguridad.

Hay tantos acontecimientos en una vida ( la pérdida del empleo, la pérdida de seres queridos, la pérdida de la propia salud, de amigos…) que si una sociedad no ofrece al individuo en crisis grupos sociales o instituciones que tengan el objetivo de la ayuda directa( no de obtener beneficios económicos) el sujeto se siente inseguro, desprotegido, impotente ante las circunstancias.

El psicofármaco no resuelve el problema que crea la angustia, solamente la anestesia. La palabra, la escucha, son factores más poderosos para conseguir el bienestar emocional que la química, aunque necesitan más tiempo para que las heridas cicatricen.

Las demandas por los que los humanos consultamos a los médicos son la mayor parte de las veces heridas simbólicas que con frecuencia afectan también las funciones corporales. Pero no se puede curar atendiendo solo el dolor físico derivado de una patología; sino atendiendo las palabras de auxilio de la que está y el que está solo con su dolor, en nuestra sociedad, aparentemente avanzada.