Ese alimento

Toda la familia se pone a desayunar. El padre desconecta su móvil del cargador y lo guarda en el bolsillo trasero del pantalón mientras se sienta a la mesa dejando la bandeja de las tostadas en el centro. Las manos se alargan para servirse zumo, mermelada, algo de queso. Cuando acaban, queda todo recogido. Cada uno ya está preparado para su quehacer esta mañana, con los libros en la cartera, los deberes escolares, la bolsa de deporte lista para entrenar al salir del colegio, las cosas del trabajo... Siempre se oye alguna broma y alguna protesta acto seguido. Siempre hay un poco de competición a ver quién espabila antes. Alguna discusión... Los adultos se miran y piensan: “Haya paz”. Y todos salen entrecruzando hasta luegos.

El mayor se encuentra a diario con su vecino. Llevan el mismo camino hacia el instituto y les encanta hacerlo juntos. Van planificando el fin de semana, porque ya les dejan salir en pandilla.

A la chica de la que está enamorado le gusta la biología, y como a él no se le da bien, a veces quedan a estudiar en una clase vacía, pero enseguida el conserje les invita a buscar otro lugar porque tiene que cerrar, especialmente hoy que celebra el cumpleaños de su madre y se juntan todos en su casa para darle una sorpresa, por lo que pasa por la pastelería a recoger la tarta que había encargado la semana pasada. Seguro que ha quedado muy bien la dedicatoria con letras de chocolate, porque la pastelera es muy meticulosa y detallista.

Ella le comentó que conoció al que hoy es su marido en un curso de repostería, y con el tiempo decidieron establecerse por su cuenta. A pesar de la dureza del trabajo y los horarios, les está yendo bien. A su hijo le empacha un poco el olor a dulce en el que ha crecido, y sus planes están enfocados al mundo de la moda. El pequeño, en cambio, es tan expresivo, que prefiere ser actor y ganar un Oscar en Hollywood.

De momento, su profesor le dice a menudo en clase que se centre, porque echa unas parrafadas con sus compañeros que le impiden escuchar las explicaciones. Y es que, a él, el colegio le queda un poco grande (quizá un poco pequeño para su mente creativa). En el patio, con un ojo de pirata, juega surcando mares y abordando bergantines. Un niño del aula contigua le sigue en sus andanzas, y acaban los dos imaginando que las papeleras son toneles de provisiones recaudados como botín. El timbre de fin de recreo les devuelve a la realidad de la clase de inglés, cuya profesora está a punto de irse a hacer un curso de perfeccionamiento en otro país y que, mientras entran en fila, recuerda que tiene que acercarse a la tienda a por una maleta.

El empleado es tan amable que le da el teléfono de una hermana suya por si necesita alguna información, ya que ella estuvo hace dos años en aquella ciudad y puede ser de mucha ayuda al seguir relacionándose con gente que conoció allí. Ahora teletrabaja traduciendo textos literarios con una amiga que vive en su misma calle.

Cuando está volviendo a casa con su flamante maleta recién comprada, suenan las sirenas para que la población se proteja, avisando de que ha comenzado la guerra.

Todos ellos encuentran, de pronto, su vida congelada en el refugio.

Todos esperando la PAZ, ese alimento.