Semana europea de la movilidad
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Desde el escaparate del bar de Emilio, vemos un desfile de ciclistas que juegan, por un día, a sentirse señores de las calles y garantes de un futuro que estamos arruinando a fuerza de humos, vertidos y emisiones de gases incontroladas. Hay familias enteras, hay vehículos para todos los gustos. Hay risas, sonrisas y alegría.
Yo debería estar ahí, entre ellos. Y Emilio, también, al igual que cada uno de los parroquianos que alzan la vista para contemplar la manifestación que reúne a un par de centenares de personas, tal vez más.
La realidad, tozuda, me explica que no están cambiando los hábitos en las ciudades. No, al menos, al ritmo que desearía el planeta, sino que el acto forma parte de los muchos convocados con motivo de la semana europea de la movilidad. Me da por pensar que si tuviésemos dos dedos de frente, todos los días serían patrimonio de ciclistas; todas las semanas, defensoras de medios de transporte limpios, sanos, eficientes.
Pido otra ronda. Esta la pago yo con ganas. Me voy a casa con ansia de pedalear, de cabalgar en mi bici y lograr, que, como E.T., con un sólo impulso de mi imaginación, mi cuerpo salga volando para siluetearme frente a la Luna.
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