¿Por qué se castiga la voz de la conciencia?

Estos días de mes de noviembre, como sucedió con los avatares del anterior, me han dejado perplejo y descolocado; por un lado, con las conjuras del PSOE; por otro, con el cuadro de ministros reiterado, salvo alguna novedad, como premio a los servicios prestados y a la fidelidad leal al jefe. ¿Para qué cambiar si vamos bien en la burra? El PP es el contrapunto de PSOE, mientras el primero mira por fortalecer el partido, el PSOE se desangra a base de golpes de mano y de navajazos traperos; y mientras suceden estas cosas, el pueblo no entiende nada o prefiere dedicarse a lo suyo, convencido de que los políticos no le van a sacar las castañas de fuego. El parado va a seguir parado; el empleado, contento, con su contrato reducido a días y meses, y con un jornal de hambre; la educación, la sanidad, la investigación? seguirán siendo las hermanas pobres; la prepotencia, la amenaza y el miedo seguirán siendo la espada de Damocles, mientras la democracia y sus valores se diluirán en un reguero de despropósitos, que tienen como moral la tiranía y la amenaza. Y ante la contemplación de esta panorámica, no puedo permanecer indiferente, y, sí sentir, al menos, preocupación. Y tengo que reconocerme de que soy demasiado impresionable, que me tomo quizás los entuertos demasiado en serio. ¿Qué voy a hacer?

Y estas escenificaciones, que nos muestran los padres de la patria, como educador me han dejado tocado, no por mí, que ya me siento avezado en estas contiendas, sino por los más pequeños. Me duele que se den estos espectáculos cainistas ante los niños, esas mentes que se van forjando con el testimonio diario de nuestras conductas. ¿Qué se puede esperar de estos politiquillos en materia educativa, cuando sus actitudes se mueven más por los instintos y por la ambición, que por los dictados de la razón y del sentido ético, que distinguen a la persona, como ser superior. Episodios, como el de Bruto y Julio César, o el lavado de manos de Pilatos o el de Judas, el de las treinta monedas, o la venta de la primogenitura por un plato de lentejas, se repiten en la historia, a pesar de conocer las consecuencias de tales sucesos. Lo dice el refrán: "El hombre es el único animal, que tropieza más de dos veces en la misma piedra".

Y, con la persecución de esta desvergüenza ajena, me voy, cada mañana, a la escuela, ese lugar donde van los niños a educarse para la vida; y vemos como la vida pone en entredicho nuestro proyecto de formación de hombres libres. Y, aunque creamos que los niños son ajenos a lo que pasa a su alrededor, porque viven ensimismados y amarrados a sus máquinas de entretenimiento en busca de los Poquemons, captan la realidad y su mente se llena de confusión, desconcierto y dolor.

La otra mañana, un chaval, ya mozalbete, me espeta en clase: "Nos dice usted que debemos ser coherentes con nuestros principios y nuestra toma de decisiones, ¿Por qué, en un partido político, se va a castigar a aquellas personas que actuaron conforme a su conciencia y a su compromiso con los votantes?"

Intentamos esclarecerlo en un debate muy interesante, y podéis imaginaros la conclusión final. Todos a una: "Nosotros apostamos por la libertad de conciencia".