Perder el tiempo

La calidad y efectividad de un sistema político y el nivel de eficiencia de sus instituciones, se miden no sólo por la valía de quienes lo gestionan ?discutible siempre pero siempre evidente-, sino, sobre todo, por la actitud con que sus gestores se enfrentan a sus obligaciones. El ejemplo que, un proceso electoral tras otro, han dado algunos países ?especialmente Grecia-, formando gobierno el día siguiente a la proclamación de resultados y ejerciendo sus funciones a las pocas horas, ha dejado en evidencia otros procesos que, como el español, ralentiza hasta el límite sus plazos, alarga las funciones provisionales hasta la exasperación y tarda un tiempo exagerado en poner en funcionamiento las instituciones; plazos que, eso sí, están convenientemente contemplados en leyes refrendadas una y otra vez por sus mismos beneficiarios que, en absoluto, están dispuestos a corregir.

Con un panorama informativo de prensa, radio y televisión, mayoritariamente gestionado con criterios de rentabilidad económica e interés partidista, muy por encima de cualesquiera otros ?digamos la calidad de la información, digamos la ecuanimidad, ya que no la neutralidad-, los excesivos plazos que en España se consumen para la formación de gobiernos, ayuntamientos, diputaciones y corporaciones varias, así como del nombramiento de sus respectivos cargos, el reparto de carguitos, la rebatiña de asesores y los turnos de agradecimientos, allegados de nómina, asomados, amigos y familiares, sirven de maravilla a los nuevos charlatanes de la política -¡más periodismo!, se ha oído a alguno proclamar sin sonrojo- para llenar las páginas y espacios de (supuesto) análisis político ?en realidad, peleas bien ensayadas para disfrute de rebaños- con los que cada facción política alimenta sus espacios, fija sus posiciones y reparte sus titulares. Convertida así la información política en puro cotilleo de mediocre contenido, y siendo ya claramente en España la acción política un asunto cerrado de cada vez más ridículos conventillos, cuanto más tiempo demore la formación de gobiernos, cuanto más se alarguen las conversaciones para pactar, más se descarten, formen o piensen coaliciones, más se alarguen las campañas y las precampañas, más brillarán las luces del circo mediático; cuanto más se nombren y desnombren candidatos, se enfrenten conmilitones, se digan y se desdigan, se fijen posiciones, se veten, se impongan, se cedan o se analicen porcentajes y encuestas, sumando y restando gráficos, más podrá seguir pasando ese tiempo vacío entre la elección y la toma de posesión, más seguirá el tertuliano cobrando de la suposición, más pasará penosamente un tiempo injustamente perdido, provisional por capricho y, como todos, valioso, en que niega sistemática y alegremente una gestión directa y efectiva y, en otros ámbitos, se esconde la información sobre lo que afecta, de verdad, a la ciudadanía.