Hijos de los hombres

Mientras los desgraciados emigrantes, muertos y medio vivos, llegaban en barcazas a las costas mediterráneas para ser amontonados, sumados, restados, repartidos, rechazados, negociados, humillados y abandonados en los pobres países PIGS europeos, la Europa nórdica de la austeridad y los desprecios mostraba su más arrogante mueca de displicencia y se avenía a echar una mano al lejano sur en su 'lucha' contra la emigración, y aumentaba unas décimas los presupuestos para vallas, muros, guardias y pelotas de goma que disuadieran democráticamente a los invasores de sus intentos de comer en un continente ajeno.

Pero cuando esos invasores se concentran en las lujosas vías de cuatro carriles por sentido y túneles submarinos y climatizados, y se suben encima de sus camiones llenos de marisco y fresas frescas y croissants recién hechos para cruzar Calais, entonces los otrora indolentes nórdicos legislan, disponen, prohíben, vigilan, vetan, proscriben y restringen la libre circulación, el paso, la estancia y hasta la misma existencia de los forasteros, y castigan con penas de cárcel a quien dé alojamiento o atención a los intrusos, con represalias de todo tipo a quien les dé pan o trabajo y múltiples castigos para quien los cobije, tolere, comprenda, abrigue o no denuncie. No importa que un marroquí que busca la sombra y el agua muera tras cinco horas en una maleta, o que indeseables españoles hacinen jornaleros extranjeros en naves infectas y los esclavicen de sol a sol y más por una miseria de salario durante meses en recolecciones y cosechas. Lo importante para estos politiquillos analfabetos es dejar claro el principio de intolerancia que tienen a gala exhibir como una medalla, la puerta vigilada que protege sus tesoros y sus cuentas suizas, la frontera inviolable de sus comilonas y sus yates de lujo y el titular xenófobo y triste que les procure los próximos votos de los descerebrados con carnet.

La Europa humana y social que con tanta trompetería nos prometieron, era mentira. Los mercaderes que gobiernan este desgraciado continente han tomado al asalto los consejos de ministros y los boletines oficiales, y con semejante armamento y una corbata insultan la humanidad, los derechos de las personas, la igualdad, la justicia social y la honestidad moral. Las leyes que progresivamente se aprueban en los países europeos, del norte y del sur, contra la inmigración y la igualdad, son escalofriantes de puro indignas y, como un ejemplo más, las que próximamente aprobará el Reino Unido (y también Francia y otros países europeos) no sólo contra los inmigrantes sino, principalmente, contra el ejercicio de humanidad de sus propios ciudadanos (dar cobijo y ayuda, ser solidarios, disponer de principios morales y éticos) significan una intromisión intolerable en la libertad individual y persiguen la colonización del pensamiento libre y la fiscalización del pensamiento.

Tomo prestado para título de este escrito el de la espléndida película de 2006 de Alfonso Cuarón, porque las imágenes de sus primeros veinte minutos, que aconsejo remirar, muestran un Londres que si pasaba por futurista cuando la película se rodó, hoy es un retrato fiel y real de lo que mañana se vivirá en las calles de las grandes ciudades europeas, salvo que nuestra nunca demostrada capacidad de rebelión sea capaz, en algún momento, de expulsar de los ámbitos de decisión a ese ejército de cabecillas autoritarios y racistas irredentos que hoy tienen la desfachatez de ponerle puertas al mundo.