Uno de los nuestros

La que se ha liado en el mundillo del fútbol con el disparate de que todo un secretario de Estado para el Deporte y presidente del Consejo Superior de Deportes se haya permitido el lujo de emitir su opinión defendiendo, o eso parece, a uno de los clubs más poderosos del planeta fútbol que está siendo, digamos finamente, investigado (ya lo fue su presidente y ya dimitió) por Hacienda. El señor Miguel Cardenal haciendo uso de su poder (no es fácil publicar una tribuna tan larga en el diario no deportivo de mayor tirada salvo que la dirección del mismo cohoneste en cierta medida esa opinión) se permite señalar el sol con el dedo pretendiendo que miremos el dedo. Y así realiza una encendida defensa centrándose en otros temas y realizando además un lamentable ejercicio de nostalgia citando, para que olvidemos los tejemanejes fiscales, al entrañable jugador que, sin ser catalán, marcó un gol que permitió a España ser campeona del mundo. En la edición digital que consulto se incluye dicha opinión en la sección Deportes en lugar de en Economía o, más atinadamente, Tribunales, cuando lo que está en juego no es la calidad del ídem sino la intervención de Hacienda en un contrato que parece cuando menos oscuro. Quizá acabe en Política, dentro del subcapítulo Dimisiones.

Encuentro absolutamente inapropiado que un político designado a dedo se inmiscuya en aspectos contractuales dándonos lecciones de patrioterismo, apelando a que lo que se haya hecho, si se demuestra, es una práctica común, y empujándonos a sentir como propio el escudo (sic) de ese club que, en todo caso, es uno de los nuestros, frase que ya no puede ser escuchada sin sentir reminiscencias mafiosas. A mí me ha sonado como una declaración de principios "oficial" respecto a este asunto al estilo de las admoniciones intrusivas de tantos mandamases para que, en otro caso más famoso, no se investigue ni impute a la Infanta.

Uno de los chascarrillos mas utilizados por mis alumnos, por algunos de ellos, imagínense cuales, cuando las cosas no les van bien es que el profesor les tiene manía y en ocasiones cifran esa ojeriza en que, mereciéndose la calificación de un 7, les ponen un 3, por ejemplo, y así se lo dicen a sus padres que generalmente les creen. Sin ignorar que los profesores somos seres humanos, claro está, sujetos a influencias sutiles (el Efecto Pigmalión es una interesante paradigma que les sugiero revisar), las protestas sobre la presunta injusticia en las notas siempre las enfrento igual: si eso fuera cierto, las paredes del edificio que alberga al instituto se derrumbarían. La justicia a la hora de valorar los méritos es una de las claves de nuestra tarea. La justicia con los equipos de fútbol también debe ser ciega o al menos daltónica.

La casualidad ha querido que también ahora haya cobrado protagonismo por todo lo contrario alguien como Carles Puyol, una persona de las que han sabido mantenerse dentro de los esquemas de lo que debe ser un jugador de fútbol, con un halo casi romántico, británico diría yo, de cuando ibas de la mano de tu abuelo a ver al equipo de tu barrio o ciudad, cuando los colores significaban algo, y el tiempo libre de los domingos se empleaba en esa emoción que te embargaba, una pasión en la que era preciso que estuvieras presente como oficiante, allí en el campo, pues no había globalizaciones televisivas ni jugadores galácticos que cambiaban cada año de equipo. Muchos eventos deportivos como la Ryder Cup o el 6 Naciones de rugby mantienen aún ese halo de nostalgia. Este último lo hace especialmente además con un sobrecogedor respeto en la lucha de cada partido y precisamente entre equipos teñidos de sentimientos tremendamente nacionalistas. Qué lejos deberían estar el deporte y la política.