Dios me perdone. Y no se me escandalicen, que tampoco soy un ser que tira detritus a los ríos. Pero como reciclar aún no es obligatorio y yo no estoy aquí puesto por el Gobierno, si me permiten querría hacer una reflexión sobre ese porqué que me embarga y que un Dalí cualquiera le podía llamar "basuropatía", que es distinto a la "basuromanía". Hablemos de ello y después lo hagamos de la "basurología"; pero, mientras, usted recicle siempre, que yo no soy ningún ejemplo, aunque quizá ese día en el que tome de la mano a un nieto mío no me quedará otro remedio que enseñarle los, a veces, mal llamados valores cívicos. Sin embargo, ahora, inmerso en la basuropatía, lo primero que quiero dejar claro es que no me viene por un golpe que recibiera de pequeño. No. Aunque quizá sí de mayor. No sé. Y tampoco se trata de nadar contracorriente, sino un punto más allá de la reflexión.
Pero avancemos y vayamos a la basuromanía. Y lo primero que hay que decir es que basuromaniaco puede ser cualquiera. El otro día mismamente un vecino, parado, mayor de cincuenta años, o sea, un fósil para el INEM, me regañaba como a un niño: "Hombre, separe usted los plásticos, no los junte con el papel. No ve usted: Yo las raspas de las sardinas y las mondas de las patatas las echo aparte de los plásticos. ¿Usted no sabe que los plásticos tardan cien años en biodegradarse si no se reciclan?". "Si, sí, lleva usted razón?". Bastante tenía el hombre encima como para darle la tabarra con una conferencia sobre descompensación entre progreso y mano de obra, es decir, la razón por la que él estaba parado en lugar de estar separando basuras en una fábrica o en un vertedero. Pero tampoco se trata de salir a la calle a despertar conciencias, que bastante está cayendo?
Nos queda la senda más científica: la basurología. Pero con lo dicho hasta aquí no me llamen ustedes irresponsable, pues ¡me cachi en todo lo que he estudiao! La basurología no es un término que yo me invente para dar consistencia a mis reflexiones. Si separamos absolutamente todo y lo enterramos por separado, las latas por una parte y los huesos por otra, los antropólogos del futuro no sabrán distinguir quién comía la lata de caviar o la de sardina, o el pollo y el cordero. ¿No sería más ilustrativo que los futuribles abrieran una bolsa con la botella de cava, caviar y tostón y decir: "he aquí un rico", ya que van a pensar que en este comienzo de milenio todos comíamos lo mismo. Pero ya hemos dicho que era un punto de vista científico, ¿eh? , pues la basurología la inventó en 1973 el arqueólogo William Rathje, quien afirmaba "que la basurología es una evidencia de lo que hace una población, no de lo que se piensa que hicieron o debieron hacer". Por tanto, ¿qué vamos a dejar para el futuro? ¿Esos edificios del calatraveño? O más aún: ¿En qué Atapuerca nos van a encontrar si ahora todo el mundo quiere incinerarse?
Y la última reflexión: ¿Este artículo hubiera nacido si todos tuviéramos trabajo? Quizá no. ¡Pues reciclen!, a ver si los tiempos cambian, que por lo demás no se preocupen, que siempre nos quedará un Manet.