La ficción completa lo que resta; dispone un escenario donde, en el mejor de los casos, acrecienta lo oscuro.
Jin 1. La calle
Para nosotros, personas no versadas en el cine —ni la vida, ni la poesía, hemos constatado—, guiones cinematográficos como Puño de furia (1972), de Bruce Lee, dirigida por Lo Wei, pueden resultar difíciles. Las narrativas a las que nos tiene acostumbrado el mundo, por más que hayamos intentando el excurso a narrativas diferentes, torna en una constante, en general con final feliz, el modo en que opera la existencia. Ese final feliz comercializado, no obstante, no siempre constituye la punta de lanza con que el mundo nos acecha a nosotros. En todo caso, sí existirá la felicidad, pero quizá de un modo menos aparatoso, menos obvio. Existen otras formas de felicidad diferentes, ocultas, que operan en el fondo del espíritu, con una luz inasible que apenas se percibe en los ojos.
Los cuentos tradicionales, como los estudiados por Propp, nos han enseñado que existen ciertas estructuras, lugares comunes, que se repiten, o reproducen, en circunstancias distintas. La cadena narrativa de la realidad imaginaria de esas obras de ficción dispone de elementos constantes, que mediante operaciones de contraste y síntesis dirimen casos y ponen de manifiesto una verdad oscura al inicio. Para quienes no hayan leído al teórico ruso, podríamos decir, en una palabra, que ha puesto sobre la mesa las piezas de un juego imaginario, como el ajedrez, que dispondrá de un infinito de posibilidades para ponerse en práctica, obedeciendo en todo momento a la regla de movimiento de cada pieza.
Como nota a pie del párrafo que antecede, diríamos que acaso las características sobresalientes del diseño del juego apunten a la presencia de seres fantásticos, que intervienen en el momento justo cuando, de no ser por ellos, el mal consumiría al bien. Probablemente, a esto se deba el natural interés de los niños, que encuentran en esa realidad aparte de la magia un elemento visible, concreto, de lo que ellos, todavía inocentes, atestiguan palmo a palmo en el camino de las horas del día rumbo a las de la noche. Debido a su natural constitución infantil, se identificarán con alguno de los personajes, o dispondrán en tales categorías a las personas de su entorno, y distinguirán con base en esas estructuras narrativas el aparente caos del entorno.
Con el paso del tiempo —aquí podríamos agregar una extensión, para hablar no solo del paso del tiempo que lleva al niño a la edad madura, sino también de un paso del tiempo anterior, a mayor escala, que hablaría, de manera hipotética, de la primera mujer y hombre en la tierra hasta hoy en día—, con ese paso del tiempo, cada persona —y con ella, la civilización— habita un espacio poblado de referentes comunes, que ahorman patrones de conducta y encauzan un futuro a un destino previsible. Los sistemas económicos y políticos, de un modo u otro, forman el barro de nuestra carne y dotan a nuestro deseo de un sentido específico. El diseño de nuestras vidas cuenta con ese instructivo, que orienta el curso de las aguas de nuestros ríos. Pero existen ocasiones en que esos derroteros, estables y seguros, sufren una merma, una fractura. La pared imaginaria de uno de esos lugares se agrieta y entra una luz que se filtra.
Jin 2. Puerta circular
La semana pasada vi Nuevo puño de furia (1976), filmada en Hong Kong también, como la primera, pero con Jackie Chan como protagonista. Fue el lunes o martes, me parece, día que había tenido libre de clases, solo ocupado por la mañana y tarde con los exámenes finales y la revisión de las pruebas en la oficina. Aventé las llaves en el lugar de siempre, dejé la bufanda a un lado y me eché en el sofá a ver la cinta dirigida por Lo Wei, donde Jackie Chan, heredero del manto de Bruce Lee, restablece el honor de las artes marciales del país. Mientras veía la película, sin pensar en la teoría de Vladimir Propp, ni querer sobreponer mi pensamiento occidental al pensamiento oriental de la película, apareció en mi cabeza una idea que no pude quitarme de encima.
Una lectura reciente de Ernesto de la Peña, sugerida por mi bibliotecario mexicano y su cónyuge restauradora de libros, me ha instruido en un concepto nuevo: «el poder mancha las manos.» Lustros atrás —por no decir décadas: puedo referir anécdotas con el mismo lastimoso empleo de ambos sustantivos—, leí en otro libro una idea similar, que no recordaba. Aquel libro, que no citaré ahora, debido a su poco crédito en el mundo de la ficción, traducido del inglés al español por Juan Tovar, prologado por Octavio Paz en la edición del Fondo de Cultura Económica de 1974, menciona que el «hombre de conocimiento» —o la persona que aspira a tal rango, en la comunidad mexicana referida por el autor, Carlos Castañeda— debe batir a una serie de oponentes, no siempre humanos, entre quienes figura —queremos recordar— el poder.
Ese universo narrativo se encuentra presente, de un modo u otro, en autores mejor valorados en el territorio de la literatura. No resulta difícil traer a la memoria a Margarita Yourcenar, con Opus Nigrum; Sebastián de Córdoba, con Boscán y Garcilaso; Girolamo Malipiero, con Petrarca; Santa Teresa y San Juan de la Cruz, con sus cantares y moradas; y quizá a un Enrique de Villena, Raimundo Lulio, Quijote, Borges, etc. En el rosario de escritores, como en un Ernesto de la Peña o —permítaseme la licencia— un Picasso y Dalí, se pone de relieve un ennoblecimiento de la realidad cotidiana, verificable por el sentido. En una conferencia de José María Merino, en la Fundación Juan March, que aún no hemos visto, el autor habla en términos similares, cuando menciona la costumbre de la realidad de imitar a la ficción.
En sintonía con «Tlön Uqbar Orbis Tertius», de Borges, «La cena», de Reyes, y quizá «Aura», de Fuentes, el académico de la RAE, José María Merino, —queremos no errar— propone la tesis citada. Otro académico de la RAE, en su discurso de ingreso, habló de una idea —de nuevo, queremos creer— irrigada por un suministro teórico parecido, cuando refirió su concepto sobre la Biografía de un libro. Ese libro preciado por bibliófilos, bibliógrafos, escolares en formación y lectores de bibliotecas cuidadas, como la Casa de las conchas, reconocen en la constitución del objeto libro una realidad que va más allá de la mera constitución material, para reclamar un aliento de vida, al modo que tiene por costumbre hacerlo la criatura humana cuando nace.
Ese acto de fe en la vida de una ficción, o un libro, hunde sus raíces en una estética letraherida, impresa en el recinto más visible del alma. El alcance de la morada conlleva un retorno a lo que Angel María Garibay Kintana cinceló como humanidad. Por ese motivo, no resulta baladí hacernos la siguiente pregunta retórica. ¿Han leído a Clara Janés, Concha Urquiza, María Moliner? El compromiso con la lengua podría equivaler a un compromiso con el mundo. Para Elena Poniatowska, hija de la autora de Nomeolvides, Paula Amor Poniatowska, Paul Valéry era un poeta inteligente, puro, no contaminado, que sabía poner de manifiesto lo que —sin su licencia— referiremos como Los prados del universo, de Ernesto de la Peña, donde, por ejemplo, el símbolo de la rosa cobra tal rubor y vigor que la realidad termina por copiarlo. El mundo es el mundo por lo que Jacopone da Todi y Dante Alighieri han creado.
En la película Nuevo puño de furia, Jackie Chan encarna una estética de reverencia por su cultura y celo por la justicia. Carece de la añadidura que la industria del cine norteamericano herraría en su costado. Se muestra, como Valéry, puro. En esa cinta de Hong Kong, atestiguamos el nacimiento de un nuevo Dragón, con el director Lo Wei como mediador. En los cuentos tradicionales mencionados arriba, los personajes también contaban con mediadores para conseguir sus fines. Dante Alighieri tuvo a su mediadora en el cielo.
De un modo menos literario, más convencional, pensamos que el culto a las y los antepasados granjea esa suerte de favor en las empresas. Limitar nuestro sentido a lo que cabe en la realidad orgánica del siglo que pasa equivale a constreñirlo en una caja pequeña de zapatos. Incluso mentes tan arraigadas en el pensamiento político en favor del pueblo, como Picasso, no dejaron de abrigar una reverencia por lo desconocido. En su caso, como en el de Dalí —por tercera vez, queremos creer—, en parte se debió a que ellos mismos fueron los artífices de ese misterio acaso mejor inquirido por María Zambrano.
Jin 3. Puerta decorada
Por último, para cerrar el año, con el favor de Dios, nos permitimos comunicar un augurio especial, al que en nuestro caso nunca llegará Virgilio, ni Beatriz, ni Laura, dirigido a Esperanza por su cumpleaños en fechas cercanas. Profesamos la creencia en que la redacción de este renglón, no impreso a kilómetros de distancia, hará que de su lado de la tierra baje un pájaro del cielo, para beber agua de la fuente de piedra y emitir un trino que, en su lengua, festeje la efeméride. La ficción completa lo que resta; dispone un escenario donde, en el mejor de los casos, acrecienta lo oscuro.
Jin 4. La rosa
Yo era ese niño de la calle
oscuro como un sueño de la noche,
que vive entre coches y trabajo,
buscando el sustento con las manos.
Crecí sin protección de una madre
que viera mi herida y la sanara,
busqué entre cartones ese fuego
sencillo que perdí en el nacimiento.
Reí con mis amigos y peleamos
igual que esos gatos que procuro;
buscamos conciliarnos e ignorarnos,
igual que otros niños sin hogares.
Por eso hoy compré con esta rosa
aquello que espero todavía.
Su forma es la misma que en la China
que veo estampada en un libro.
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