El impacto mediático (en realidad, publicitario y de puro marketing) del último trabajo de la cantante Rosalía, Lux, así como el contenido de sus canciones, ha venido a sumarse a otros fenómenos de difusión periodística (película Los domingos, de Alauda Ruíz, premiada en San Sebastián) -y duele que estos ejemplos estén protagonizados por mujeres-, ‘conversiones religiosas’ de famosos y famosas, declaraciones y manifestaciones 'piadosas' ‘piadosas’ de personajes populares y aumento de presencia en las redes sociales de todo tipo de predicadores religiosos, devotos influencers, conversos y apóstoles de todo tipo, que han puesto ‘de moda’ lo religioso como elemento de captación no tanto de voluntades o vocaciones, cuanto de vías de consumo, procedimientos de venta y, sobre todo, manipulación del pensamiento.
Nada que objetar a que la simbología religiosa, sus formas o la imitación de sus rituales como elemento de marketing e imagen, inunden los canales de difusión publicitaria y los programas de estrategia de ventas, al modo que en el pasado lo fueron ‘lo’ gótico, ‘lo’ vampírico, ‘lo’ camp o, incluso ‘lo’ espacial, vintage, medieval y otras temáticas que bien sirvieron tanto a los departamentos de ventas de las grandes multinacionales, productoras y discográficas para engrosar sus cifras de negocio, cuanto al no poco nivel de estupidez imitativa y seguidismo acrítico de grandes masas, especialmente de jóvenes.
Lo inquietante de esta “moda” religiosa en el consumo, tanto musical como artístico en diferentes aspectos, es que está siendo aprovechada (tal vez provocada, subvencionada y acordada) por los responsables de la manipulación derechista del neofascismo que, a base de desinformación, mentira, ocultamiento y tergiversación de la historia y la realidad (y del Arte), están imponiendo en todo el mundo una mentalidad abstrusa, antigua, desmemoriada, sumisa y de un peligroso reaccionarismo. Que la moda religiosa se haya aprovechado del fascismo creciente para venderse, o que haya sido éste el que ha creado la tendencia “piadosa” de los productos artísticos para taponar la escasa capacidad de razonamiento de su feligresía, no alivia la alarma que provoca semejante “coincidencia”.
Más allá de las respetables posturas y presupuestos de reflexión filosófica personal y racionalidad de la condición humana y las creencias particulares de cada uno, no será ocioso recordar que los principales basamentos de todas las religiones, y también de la católica, están fundados en la sumisión, el machismo, el miedo, el chantaje emocional, el clasismo y ciertas instancias psicológicas de algo llamado fe, atavismo incuestionable, pecado, trascendencia o salvación que, superando las modas, los modos y las trompetas del consumo y de su aspecto externo, se sustancian interiormente –y electoralmente- en una vuelta a los postulados paterno-machistas de obediencia ciega, clasismo inobjetable y manipulación de la emoción.
Si la creación artística, la de Rosalía, la de Alauda Ruíz de Azúa (¡ay!) o la de otras y otros creadores, ha de servirse libremente de la parafernalia religiosa para mejor vender sus productos, no sobraría que supieran, si es que les importa, que están siendo utilizadas, voluntariamente o no, mostradas, exhibidas, conectadas, aprovechadas, usadas y asociadas a fuerzas e intereses mucho menos “inocentes” que la taquilla o los likes a su creación artística, para imbuir mentes sin herramientas de defensa, de algo más, más permanente, más peligroso y mucho más oscuro que la imagen piadosa de una toca monjil o la emoción sinfónica en Dolby Atmos de la ‘Lacrimosa’.
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