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Escaños de barrera
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Escaños de barrera

Actualizado 10/10/2025 16:12

La diversidad política, la diferencia de puntos de vista en cuanto a la configuración de las normas de convivencia, la democracia misma y los mecanismos que la pronuncian y la definen, el respeto a la opinión diferente y hasta la buena educación, no son suficientes para argumentar, ni para seguir soportando, y mucho menos para permanecer indiferente ante la pervivencia de esa bestialidad, ese crisol de crueldad y salvajismo, esa espantosa truculencia que en este país sigue siendo por algunos considerada cultura, las corridas de toros y los festejos taurinos en general, y que cuenta con el aplauso de una mayoría de representantes parlamentarios nacionales (el rechazo a la Iniciativa Legislativa Popular para su prohibición da dolorosa cuenta de ello), y que pone en solfa y siembra de descrédito todas las rimbombantes declaraciones de modernidad, de humanidad, de cultura de crecimiento personal o de impulsos públicos de evolución intelectual y de convivencia con que esos mismos representantes públicos llenan bocas, titulares y sesiones parlamentarias.

Ya está bien. Los festejos taurinos, cuya cabal calificación moral, ética y humana llenaría páginas, y no precisamente de alabanzas, deberían avergonzarnos a todos. Su mantenimiento y apoyo, en pro sobre todo de unos beneficios económicos insignificantes en las grandes cifras presupuestarias y ajenos al común de la ciudadanía, y su especial protección por parte de autoridades e instituciones que subvencionan su brutalidad, jalean el espectáculo sangriento y promueven la crueldad con los impuestos que se detraen de necesidades perentorias en la sociedad española, merece mucho más que una protesta reducida a ridícula por las “razones” que sus señorías, la mayoría de ellas, dice tener.

Reducir a los llamados “animalistas” el rechazo al truculento salvajismo que son las corridas de toros, es uno de los argumentos que los llamados “taurinos” utilizan, como si la lucha contra la depravación moral fuese solo asunto de pequeños grupos o de una minoritaria facción marginal de la sociedad, y no una pulsión humana que a todos afecta. Y no es así. Es preciso ser radical en un tema así. Una sociedad sana no puede permitir que en su seno se realicen rituales de crueldad, espectáculos sangrientos para disfrute de sensibilidades “particulares”, ni apoyar el maltrato y la tortura de seres vivos para diversión de nadie.

Los sentidos poemas de García Lorca o los cuadros de Picasso y sus fotografías en la barrera de una plaza de toros, las odas poéticas del españolismo cañí, las aficiones taurinas de nombres famosos del pasado y algunos de poco más o menos del presente, Hemingway, Goya o Valle-Inclán, o las diferentes taurofilias repartidas por la historia del famoseo español, son anécdotas folclóricas sin valor ético alguno ni argumento válido para la defensa moral y humana de todas y cada una de las variantes de los llamados “festejos” taurinos.

El reciente rechazo parlamentario a la Iniciativa Legislativa Popular para la consideración de los rituales taurinos como elemento cultural en la sociedad española, es una marca de desprestigio en el mundo entero, que signa nuestro parlamento con las señales indelebles, y vergonzantes, de la cortedad intelectual, el más barato electoralismo, el empecinamiento en lo oscuro y lo quieto y, sobre todo, dibuja y denuncia la venda en los ojos frente al salvajismo de quienes dicen ser nosotros.

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