La pastelería inclusiva de Salamanca se despide este sábado tras una decisión "muy meditada" por su creadora, desbordada por la burocracia, la dificultad para encontrar personal y, sobre todo, el altísimo coste personal.
La noticia del cierre de Berretes ha caído como un mazazo amargo sobre Salamanca. Un simple anuncio en redes sociales ha bastado para que la ciudad procese una pérdida que va más allá de lo gastronómico. Berretes, la pastelería que convirtió la inclusión en su ingrediente principal, echa el cierre definitivo el próximo sábado, 11 de octubre. Su fundadora y alma máter, Blanca Hernández, ha decidido poner punto final a una aventura empresarial tan exitosa en lo social como extenuante en lo personal.
Ha sido una decisión “muy meditada”, forjada durante años de lucha silenciosa. “Para la gente de fuera ha sido una sorpresa, pero mi familia me lo llevaba demandando ya desde hace mucho tiempo”, confiesa Blanca en una sincera conversación con SalamancaRTV Al Día. El proyecto, que nació como un homenaje a su hermano Aarón y se convirtió en un referente en la ciudad, ha estado marcado por una complejidad que no siempre trascendía al público.
Detrás de los números y las normativas, está el coste humano. Blanca Hernández ha vivido los últimos dos años con su vida personal y su salud “en standby”. La vocación por la inclusión la mantuvo en la lucha, pero el cuerpo y la mente tienen un límite. “Ha llegado el momento en el que he tenido que priorizar”, afirma con una mezcla de alivio y tristeza. Sus empleadas han sido testigos directos de este peaje: “Me han visto llorar muchas veces, desbordarme e incluso quedarme calva de estrés”.
La decisión, precipitada por "algunos golpes muy duros últimamente" como enfermedades entre sus empleadas, se volvió inevitable. "Me hubiera gustado pasar la Navidad porque es una época chulísima para nosotros, pero veía que era imposible, y que al final la salud de las que nos quedábamos aquí también se iba a resentir", explica.

El sueño de Berretes se ha topado con varios muros. El primero, y quizás el más inesperado, fue la propia legislación que debía ampararlos. A esto se sumó un crecimiento vertiginoso que, paradójicamente, complicó la viabilidad del proyecto.
“Los primeros batacazos que nos llevamos fueron con la normativa del centro especial de empleo, que no es tan bonita ni está tan bien pensada para la práctica”, lamenta Blanca. Según su experiencia, esta legislación protege mucho al trabajador, pero deja completamente desprotegida a la empresa. La paradoja es cruel: “Al final han perdido todos los trabajadores y también la empresaria”.
La demanda se disparó, pero encontrar personal cualificado se convirtió en una odisea. El nicho de Berretes era específico: personas con más de un 33% de discapacidad, pero cuya condición les permitiera desempeñar las delicadas tareas de la pastelería. “Hemos tenido muchísima rotación de personal”, admite, un problema común en hostelería pero agudizado en su caso.

Formar a los empleados desde cero conllevaba también el riesgo de que, a mitad de camino, descubrieran que no era su vocación. "Entiendo que es algo común, lo que pasa es que en nuestro caso se ha agudizado porque al final mi nicho de posibles trabajadores se reduce a una parte pequeña de la población", detalla.
El golpe de gracia lo han dado dos viejos conocidos de cualquier emprendedor en España. “La burocracia que nos aplasta y los impuestos que nos aplastan a todos tampoco han ayudado”, sentencia Blanca. Aunque aclara que no fue el factor decisivo, sí contribuyó a un desgaste que hacía cada vez más difícil mantener el negocio a flote.
La respuesta de la ciudad al anuncio ha sido abrumadora y, para Blanca, reveladora. “Hemos recibido miles de mensajes, he tenido el teléfono y las redes totalmente colapsadas”. Lo que más le ha sorprendido gratamente es el tono de esos comentarios. “Me he dado cuenta de que hemos mejorado muchísimo como sociedad respecto a la salud mental. Todo el mundo me decía que me priorizase”, reflexiona.
Lejos de la crítica, ha encontrado una ola de empatía y comprensión que le ha dado un “chute de energía” para afrontar estos últimos días. "Me daba mucho miedo la respuesta, pero ver que la gente ha entendido perfectamente el mensaje me ha dado un chute de energía", confiesa.
El equipo, que ya conocía la situación, ha reaccionado con una lealtad que emociona a su fundadora. Las tres empleadas que continúan al pie del cañón están “echando el resto” para atender la avalancha de pedidos de despedida. “Esa lealtad que me están demostrando estos días me llena de orgullo”, asegura Blanca, quien ya está moviendo sus contactos para ayudarles a encontrar un nuevo futuro laboral.
El último día, el sábado 11 de octubre, no será un funeral, sino una fiesta. Blanca lo ha bautizado como una “desinauguración”. “Queremos que sea algo divertido, algo bonito. Los cuatro años hemos estado dando guerra y haciendo lo que nadie hace, y en la despedida también queremos hacerlo así”. Esperan a sus clientes más fieles para brindar, despedirse y, probablemente, hacer acopio de dulces para congelar.

El futuro de Blanca Hernández es incierto, pero su compromiso sigue intacto. No sabe cómo, pero seguirá ligada a la pastelería, a la formación y, por supuesto, a la inclusión. Ahora, su objetivo es encontrar una fórmula “más viable a nivel práctico, logístico, económico, pero también más viable en cuanto a que no pase por encima de mi salud”.
Berretes se despide, pero su legado permanece. En su mensaje final a los salmantinos, Blanca rompe un último tópico sobre la ciudad: “Me parece increíble que una ciudad que siempre tiene fama de tradicional haya tenido los mejores clientes desde el principio. Han aprendido muchísimo de discapacidad y se han adaptado a todo. Habla de que tenemos una ciudad que, de verdad, es ejemplo de muchas cosas”.
FOTOS: David Sañudo