Más de 150 comensales ataviados con trajes de época, ambientaron la noche mirobrigense en un lugar enclavado a la época del medievo.
La noche del pasado viernes, la piedra secular del Parador de Ciudad Rodrigo se convirtió en escenario de una de esas veladas que parecen traspasar el umbral del tiempo. Más de ciento cincuenta comensales, rigurosamente ataviados con trajes de época, dieron vida a una cena medieval que ya se ha consolidado como un acontecimiento social insoslayable para los mirobrigenses.
El banquete siguió a la inauguración oficial de la Feria Medieval, marcada por el gran desfile de antorchas que partió desde el Arrabal del Puente. En la penumbra iluminada por la llama, vecinos y visitantes dieron la bienvenida a los monarcas Alfonso XI y María de Portugal, encarnados por actores y acompañados por una colorida comitiva en la que participaron asociaciones, grupos de recreación histórica y cuantos ciudadanos quisieron sumarse al cortejo, siempre bajo la condición indispensable de vestir ropajes medievales.
Ya en el interior de la fortaleza, esa inexpugnable atalaya que aún conserva el hálito de su pasado bélico, la atmósfera se transformó en un viaje sensorial al medievo. La sobriedad de la piedra y la penumbra de las lámparas acompañaron a los comensales en una experiencia donde todo —desde la vajilla de barro hasta la ausencia de productos posteriores al descubrimiento de América— estaba concebido para devolver al presente un fragmento de historia.
El menú, bautizado con evocadores nombres, arrancó con “Las viandas del castillo”: una tabla de chacinas y quesos de la comarca, seguida de una cazuelita de morcilla y chorizo que parecía rescatar aromas de antiguas cocinas conventuales. El plato principal, un cordero asado al modo tradicional acompañado de ensalada de los campos charros y calabaza asada, evocó la contundencia de los festines de la época a la que se había viajado. El broche dulce corrió a cargo de pestiños y natillas conventuales, mientras que el vino tinto de la tierra y la ancestral queimada completaron el ritual.
La velada estuvo animada por dos actrices y un músico que, entre acordes, diálogos y escenas teatrales, guiaron a los más de 150 comensales por los vericuetos de un tiempo remoto en el que la vida se regía por otras luces y otras sombras.
Así, entre sabores arcaicos, melodías antiguas y trajes bordados, Ciudad Rodrigo volvió a ser, por una noche, la villa medieval que fue: orgullosa de su pasado, vibrante en su presente y capaz de seducir con el hechizo de una experiencia que es tanto celebración como memoria.