Encierro a Caballo para mayores, encierros de minibueyes para pequeños, solemnidad y diversión ha sido el cóctel perfecto que deja buen sabor de boca el último día festivo
Este fin de semana, la pequeña localidad de Diosleguarde se vio envuelta en un torbellino de tradiciones, solemnidad y alegría popular al celebrar sus fiestas en honor al Cristo Crucificado. En un programa donde cada generación encontró su lugar, la comunidad supo conjugar la devoción con la diversión, en una liturgia de emociones que dejó, como buen refrán castellano, un inmejorable sabor de boca.
Encierros a caballo, en los que los mayores pudieron revivir las estampas más puras del trabajo de campo, imágenes que evocan la memoria rural y transmiten un eco de nobleza y destreza ecuestre. Los más pequeños se asomaron al mundo taurino de la mano de los minibueyes, un juego a su medida que desató sonrisas y primeras emociones. La juventud encontró también su espacio en los juegos populares y en las verbenas nocturnas, que prolongaron la alegría hasta bien entrada la madrugada.
Pero no todo fue bullicio. También hubo lugar para la solemnidad y la recogida oración, con el día grande dedicado al Cristo Crucificado, núcleo espiritual y razón última de la fiesta. Esa tensión entre lo sagrado y lo festivo, tan propia de la tradición española, volvió a manifestarse en Diosleguarde como un reflejo de la vida misma: fe y celebración, silencio y júbilo.
El colofón llegó en forma de manjar compartido: una gran paella, acompañada de una generosa parrillada, que reunió en torno a doscientas personas en el área recreativa del pueblo. No fue un banquete contratado, sino un acto comunitario: los propios vecinos se encargaron de elaborar el festín, gesto que convirtió la comida en un verdadero ejercicio de fraternidad y hospitalidad. Familiares y amigos se sentaron a la mesa común, prolongando la fiesta en conversaciones, brindis y abrazos.
Al encuentro acudieron también el alcalde de la localidad, Manuel Francisco Sánchez, junto a varios miembros de la corporación municipal, el diputado comarcal Marcos Iglesias y el presidente de la Mancomunidad de Riberas del Águeda, Yeltes y Agadón, Ramón Sastre, testigos todos de la fuerza de una tradición que resiste a diluirse.
Así, entre caballos y minibueyes, verbenas y plegarias, paellas y abrazos, Diosleguarde despidió sus fiestas del Cristo 2025. Una celebración que, más allá del calendario, deja en quienes la vivieron una estampa de comunidad, de raíces y de pertenencia; un retrato vivo de la España rural que sigue sabiendo reunir a generaciones enteras alrededor de la mesa, de la fe y de la alegría compartida.