La esquina de la mesa

En un poema de Asunción Escribano, quien traza los versos como los pájaros su vuelo, el verano se encarna en la esquina de una mesa donde se reúne la alegría de las vacaciones y el encuentro se come y bebe, ceremonia sagrada. Y es ese poema el que evoco cuando pienso en la celebración junto al azul de los días largos, las horas cálidas que pesan como las bolsas donde amontonamos el pan de cada día y danos hoy la alegría de un encuentro que siempre tiene copas de estrechar, delicias que se amontonan. Y es la mesa de otra poeta, María Ángeles Pérez López, la que también se llena de recuerdos, nombres, voces, evocaciones y hasta esa herida del lenguaje que late en sus libros doloridos de muertos mediterráneos ¿Cómo podemos comer cuando hay quien muere al buscar con qué llenar no una mesa, sino el cuenco de sus vacías manos?

Alrededor de la piedra poética de Piedrahita, otra poeta bienhechora, Esther Bueno, reúne las voces del fin del verano, y es Chema García el que escancia la palabra compartida, Ángeles Álvarez la que parte el pan y los poemas empañan la copa de vino blanco que tengo el privilegio de alzar. Y es esa mesa ante la que se sienta mi madre, la que compartimos con alegría de domingo y que mi padre no quería presidir sino ser uno más, humildad de patriarca. Bienvenidos los llamados a la mesa del Señor, y la palabra y el pan se vuelven uno para quienes tienen la alegría de sentarse, la comunidad de alegrarse, el hambre saciada y el gesto generoso de compartir la luz de los días de verano.

¿Cuántas mesas llenamos en estas fechas benditas de luminosos encuentros? Y pienso en quienes han partido el pan de esos ratos, en aquellos que se han citado este verano con mi prisa y mis olvidos… y tiendo el mantel de la alegría, escanciamos el fruto de nuestros afanes y trazamos nuevos encuentros en torno a las migas de la mesa, las copas buenas, los platos que se hicieron en el horno de la paciencia. Este es el verano que gira alrededor de un mapa de afectos que no sabe de fronteras ni coordenadas, que se sirve al punto del corazón y se recoge con muchas manos que tanto pusieron de su parte.

Y se agosta la luz, hasta el dolor del incendio que muchos espacios de encuentro en el patio de la casa, la terraza del negocio, el comedor del diario ha arrasado con su fuerza de apocalipsis. Y aun así, seguimos deseando el encuentro, el poema donde hablar de rincones de risa y unión, de palabra y vida, de sillas que se acercan, que se aprestan a hacer un sitio más para el recién llegado, el invitado que unimos a la fiesta. Porque para el amor, todo el año es verano.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.