Puñalada en Salamanca

Es una realidad inapelable: una sola muerte violenta duele más que mil delitos menores. La madrugada del 16 de julio, Salamanca se despertó con la noticia de que un hombre de 42 años había sido apuñalado en la zona de ocio de la calle Bordadores. La policía detuvo rápidamente al presunto agresor, un portero de discoteca. El caso ha levantado una ola de conmoción, incredulidad y, cómo no, preguntas sobre la seguridad en nuestra ciudad.

“Un hecho excepcional”, señaló la Subdelegación del Gobierno. Y no le falta razón. Salamanca es —y sigue siendo— una de las ciudades más seguras de España. Los datos del Ministerio del Interior muestran que en todo 2024 no se registró ningún homicidio en la capital. Y en lo que llevamos de 2025, las infracciones penales apenas han subido un 2,9?% respecto al año pasado. De hecho, los delitos más comunes son las estafas informáticas y los robos con fuerza en domicilios, no los crímenes violentos.

Pero cuando una vida se pierde así, de forma tan abrupta y brutal, las estadísticas se desdibujan. Lo que era una tendencia estable se convierte, para muchos, en una sensación de inseguridad repentina. Y eso es comprensible. La percepción de la criminalidad no se mide en porcentajes, sino en vivencias, en sustos, en portadas. Una puñalada vale más que mil gráficos.

Dicho esto, sería un error responder con alarmismo. Que Salamanca sea segura no es una casualidad, sino el fruto de años de prevención, coordinación policial y civismo.

Un caso aislado, sí. Pero no por eso debemos ignorarlo. Que sea una excepción no implica que no se pueda —y se deba— aprender de él. Porque Salamanca no puede resignarse a que su tranquilidad dependa de la suerte o de lo improbable. La seguridad, como la salud, solo se valora cuando se pierde.

Y aunque esta tragedia no cambie la estadística, sí debería cambiar el enfoque. No para vivir con miedo, sino para actuar con inteligencia.