Asuntos capitales

Con apenas señales de alarma y menos de inquietud, las estructuras vecinales que hasta hace algunos años mantenían vivas las dinámicas ciudadanas de participación vecinal, han desaparecido por completo, convirtiéndose los antiguos centros cívicos, asociaciones vecinales, juntas de distrito y otros organismos de participación, en pueriles agrupaciones dedicadas a actividades muy alejadas de los auténticos intereses de la gente.

Dejando al margen, y es un tema que merece una especial atención por sus especiales características, a los pueblos pequeños y de tamaño mediano*, tanto en las grandes ciudades como, especialmente, en las “de provincias”, el desierto participativo de los vecinos en la gestión municipal es hoy una realidad indignante.

Especialmente en asuntos capitales como la vivienda, el empleo, el cuidado de los entornos o la integración y acogida de extranjeros, la indigencia ciudadana es total. Y los asuntos culturales, comenzando con la manipulación del mismo concepto por parte de ayuntamientos, concejalías, fundaciones y negociados, en innoble rebatiña entre festejos, actos lúdicos de todo tipo, eventos deportivos y seudodeportivos, paradas militares, ferias y mercadillos, procesiones, concentraciones solidarias y efemérides, alumbran una realidad de programaciones oficiales “culturales” imposible de asociar con las auténticas exigencias (y obligaciones institucionales) tanto de la cultura como de su difusión y ciudado.

En la miseria de la imitación, la servidumbre de lo fácil y la pervivencia de lo caduco, se alimenta la dinámica cultural de las pequeñas ciudades (y, con particularidades a veces mucho más mezquinas, la de las grandes), y es la desgana, la presuntuosidad y una alarmante la falta de criterio, conocimiento y capacidad, lo que condiciona los contenidos de las programaciones de las escasas asociaciones vecinales, más allá de la fiesta del barrio o el petardeado patrono.

*La tragedia de los pueblos más pequeños, inmunes a la indignación de la pérdida de participación porque nunca la experimentaron, pero hundidos desde siempre en el decisionismo dictatorial de alcaldes, concejales o grupos de interés que someten a todas las personas a molestias evitables o ruidosas actividades privadas que alteran la convivencia, en un empeño inútil y acrítico de celebraciones supuestamente anzuelos para visitantes y botellones, eventos del ruido o mil condicionantes de la convivencia (el ruido como santo y seña, el descanso como clave del desprecio, la libre circulación cual tablero cambiante, el respeto a los horarios establecidos por ley como burla constante) que carecen de vías efectivas para ser, siquiera, cuestionados.

Las normas de participación ciudadana en las decisiones de gestión, sobre todo municipal, están claramente delimitadas y reguladas en un amplio grupo de normas legales, que obliga especialmente a los poderes públicos, y que son, en su mayoría, ilegalmente ignoradas, despreciadas o directamente transgredidas por comportamientos y decisiones institucionales que, con el paso del tiempo, parecen legales. Sería necesaria una acción directa, por parte de organizaciones y centros ciudadanos de diverso tipo (sindicatos, colegios oficiales, asociaciones culturales y hasta cofradías), que exigieran una participación reglada de la ciudadanía en los muchos asuntos que le competen, una presencia vinculante, no condescendiente y ni mucho menos como graciosa concesión, que aclarase que una mayoría electoral de gobierno local no es patente de corso para dictados incontestables, e hiciese de la dinámica de participación ciudadana una realidad acordada, solidaria, plural, participada y, por ello, democrática.