La estabilidad no llega de un equilibrio difícil, sino del tejido humano que nos sostiene, debido a lo que hemos invertido en él.
Horizonte
Yo creo que a cierta edad, las personas (omitiré moderadamente sensatas) aspiran a la estabilidad. Parece un término contradictorio, si creemos, como parece serlo al principio, que la aventura constituye el objetivo, o la alegría, de la vida. Pero si nos atenemos a las autoridades literarias, entre quienes sobra citar a la pléyade de autores clásicos occidentales y no occidentales, que en pocas palabras entran en el consabido retiro del mundo frayluisiano, si nos atenemos a ellas y ellos, resulta claro que un (fuerte) pilar de nuestra cultura (y otras tantas) sostienen su amparo en esta idea. Entonces, ¿por qué si el sentido común nos dicta que en la vanguardia y la moda, la fama y el aplauso de multitudes, el lujo y el poder, anida la felicidad, nosotros venimos con esto de una estabilidad moderada?
Retrospectiva
La idea, probablemente, ha surgido de la lectura de un ejercicio de escritura de una estudiante de Nanjing Tech University, Nanjing, China. Como años atrás, en otra universidad, lo leí también en un texto compuesto por otro estudiante, ahora aquí volvió a aparecer una estética característica del pueblo chino: lo apacible de un cuadro de la naturaleza donde los elementos discurren su cauce natural en comunión con las leyes físicas bien entretejidas en una trama casi anónima. Este concepto de la vida, que al pueblo latino nos suena a El cortesano, de Baltasar Castiglione, conlleva una actitud desenfadada que resta importancia a lo grave, finge despreocupación, desvía la mirada del centro de atención, para, de ese modo, enaltecer lo que acaso no conseguiría encumbrar de otro modo. La palabra en italiano es sprezzatura. La pintura tradicional china, a su manera, la comunica igualmente.
En Salamanca, un historiador del libro y la lectura me comentó una anécdota. Había un café que le gustaba. Se daba cita con cierta irregularidad y degustaba su taza de café, al tiempo que hojeaba la prensa que en ese entonces no daba cuenta todavía del corte masivo de suministro eléctrico de la semana. Ahí, no sabemos si como un cuadro de Edward Hopper, consumía un puñado de minutos en sosiego. El encanto se rompió, no obstante, cuando el camarero comenzó a hacerle conversación. Ya no resultaba posible acudir a ese lugar en silencio. Por estos días, en otra parte del mundo, otra amistad me ha remitido fragmentos del estudio del color de Goethe. La relación de esos estudios parte de la pluma de Johann Peter Eckermann, amigo cercano del poeta alemán. Ahí resulta fácil observar que la gradación de los tonos corresponde, en parte, a la mirada del sujeto frente al objeto de la luz. No todo depende de la materia en sí misma, desprovista de la persona que atestigua el fenómeno. Algo similar, para continuar con el mundo latino, lo comunica Italo Calvino, en su ensayo-reseña La luz de los ojos. Cuando el ánimo se serena, se vuelve sensible a las cosas pequeñas de la creación.
Clavado en el mar
En nuestra lectura de La anatomía del alma, de Mino Bergamo, ahondamos en el concepto de la profundidad, u hondura, del alma. El oceanógrafo y filósofo italiano aventuró, además, que el alma puede cubrir una extensión de volumen similar a la de cualquier océano de la tierra. Lo único que se echa en falta para descubrirlo es echarse el chapuzón a esas regiones ignotas de la especie humana, que en ocasiones solo pueden arañarse mediante el uso de metáforas, o palabras huecas, que no alcanzan a dar piedra con palo de lo que en realidad desearíamos expresar. Para esto, insistimos, se requiere un talante distinto, tal vez no frecuente en las publicaciones de Facebook donde la rebeldía es lo prioritario.
De vuelta en tierra firme
Si yo fuera mexicano, aunque hipotéticamente escribiera para un periódico español, me encontraría en la obligación de decirle al autor de esta columna qué piensa de todas las cosas horribles de su pueblo que publica La Jornada día con día. A esa persona le respondería que yo también leo La Jornada. Es un periódico con un perfil dispuesto hacia el Sur Global. Le diría que sé de lo que me habla. También le comentaría que carezco de palabras para expresar mi perspectiva en torno a todas esas atrocidades cometidas contra el pueblo de mi sangre, incluida la del Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa), que convirtió la deuda privada de bancos y grandes deudores en una deuda pública asumida por el pueblo raso. Para una persona que vive al día, con el dinero ganado en una jornada laboral de 16 horas de trabajo, que pierde sus pertenencias por el Fobaproa, ¿qué palabras de consuelo puedo compartir? ¿Puedo animarla a comportar un talante cortesano (distinguido por la sprezzatura), similar al de un paisaje de montaña en una pintura de tinta al agua?
La respuesta, obviamente, es no. Pero tampoco por ello no podemos dejar de decir que una vida virtuosa no fomenta la empatía por la persona sufrida. En este punto es donde el retiro frayluisiano del mundo cobra un sentido humanitario. El aurea mediocritas horaciana nos compele al abrazo de una vida moderada, que en virtud de su sensibilidad y humanismo no puede mostrarse indiferente con la Franja de Gaza que él, creo, no conoció. Para decirlo de una vez, hoy 3 de mayo (2025), Día Mundial de la Libertad de Prensa, nosotros no concebimos a la literatura desprovista de sus lazos con el mundo. Nos encontramos prácticamente incapaces de considerar el objeto libro como una mera cosa cerrada sobre sí misma. Quizá un ejemplo de sobra notorio, que habla por sí mismo, hermoso, además, lo tenemos en el libro Presente de Natal, Marcius Cortez, Brasil, del que daremos cuenta en esta columna dentro de 15 días, pues probablemente antes hayamos tenido agendada otra publicación de otra autora brasileña, Gracineia Araujo, quien conoce Salamanca de pies a cabeza y quien nos ha regalado un libro inapreciable, esmerado, profundo, La Amazonia desde adentro.
Todavía en tierra firme
Como lo veíamos antes a propósito del estudio del color y la visión en la literatura de Eckermann y Calvino, aquí también la literatura comporta una raigambre humana donde recoge la savia que nutre el tejido de su asombro. Un libro, como lo refirió Borges, se alimenta de los libros leídos con anterioridad; si vamos más allá, incluso, podríamos decir con él mismo, o con el poeta chileno Skármeta, que una obra literaria (¿el mundo?) no le pertenece a nadie en exclusiva, pues cobra su origen debido a la participación de incontables agentes que en muchas ocasiones no pasan del anonimato del grueso de la población. Las referencias a Goethe y Calvino, por ejemplo, no se deben a mi curiosidad erudita; las refiero, en cambio, debido a que mi padre me las comunicó primero. La literatura de Marcius Cortez y la de Gracineia Araujo no la hice mía debido a ningún mérito propio. Fueron ellos, en cambio, quienes tuvieron la gratuidad y generosidad de remitirme sus obras, sin ningún cobro de tasa alguna. La literatura, por lo tanto, como seguro ocurre con otras tantas manifestaciones artísticas, no proviene de un hecho impersonal desvinculado de la mujer y el hombre.
El horizonte
La estabilidad, creemos, consiste en el hecho de comprender. En mi caso, por ejemplo, como residente temporal en China, he comprendido que yo no pertenezco a esta sociedad. Cuando el extranjero llega aquí, o por lo menos, cuando los hispanoamericanos llegan, o las y los mexicanos, pretendemos interactuar al tú por tú con el pueblo local. Pensamos que estamos en Salamanca, Xalapa, Ciudad de México. Pero con el tiempo una, uno, entiende que todo es diferente. Se trata de dos mundos distintos. Como sucede en una pintura china, carecemos de la oportunidad de irrumpir en el paisaje y arrojarnos de panzazo en el lago surcado por el bote del campesino humilde. Frente al lienzo de esta cultura, queda solamente la aptitud de contemplarla, interviniendo solamente, sin que se note, cuando somos requeridos. Entender las cosas nos brinda estabilidad. Dejamos de pretender modificar los usos y costumbres que quedan fuera del alcance de nuestras sensatas posibilidades. Lo mismo sucede con las relaciones humanas, pensamos. Discernir el límite del otro nos permite no pasarnos de la raya.
Excurso
Ayer viernes, cuando acudía a una tienda de conveniencia a comprar pan y leche, se me cayó un paquete de pañuelos. Eso me permitió ver, en el borde de la acera, a un niño sentado esperando a que su padre bajara unas cosas del maletín de su moto eléctrica. Cuando ambos entraron a su domicilio, yo me senté ahí mismo, cerca del lugar donde estuvo el niño. Vi lo que él miraba. Sin verlo venir, un infinito sentimiento de gratitud por la vida se apoderó de mis entrañas lastimadas. Vi la mano de ese hombre otra vez, sosteniendo la mano pequeña de su criatura. Pensé en el amparo que por partes iguales, de modo distinto, el sol dispensa para la creación. Atisbé al otro lado de un bloque residencial unos árboles que parecen pinos, y pensé en las aves del cielo que tienen sus nidos en las copas de esos u otros árboles y en ocasiones reciben su sustento incluso sin merecerlo. En una publicación de Facebook, hacía poco, había leído una lámina con este mensaje: “Mantén en tu vida a las personas que… se alegran por ti, están en momentos difíciles, te inspiran a ser mejor, respetan quién eres, cumplen sus promesas, te apoyan y motivan”. Ese mensaje me había llevado a pensar en mis promesas incumplidas, que me expulsaban, por lo tanto, de las personas a quienes debía mantener en su vida.
Reencuentro final con el horizonte
La sospechosa locura de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, según el eruditísimo Ernesto de la Peña, tiene un dejo de una racionalidad bien cuajada. No es una locura padecida, sino creada, con todo el oficio de un artesano de la verdad. En relación con este hilo discursivo, quizá en nuestro caso la estabilidad referida no se refiera al hecho fortuito de ganar la lotería, sino al hecho artesanal (repetimos artesanal, artesano, artesana, porque amamos la palabra, y porque amamos, además, el tomo El artesano de la verdad, de Marco Perilli), hablamos del hecho artesanal de la hechura propia, al modo de la consabida oración de Pico della Mirandola. Por este motivo, en resumidas cuentas y para terminar, he dejado de leer a mi antiguo querido geopolítico Alfredo Jalife-Rahme. Abrir los ojos y darnos cuenta de las cosas del mundo en realidad nos hace apartarnos un poco e intentar atesorar, conservar, no a quienes cumplen sus promesas, sino a quienes comportan en su espíritu una llama todavía encendida, por tenue que sea, con la promesa del flameo de la empatía con la humanidad en el pabilo. La estabilidad no llega de un equilibrio difícil, sino del tejido humano que nos sostiene, debido a lo que hemos invertido en él.
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