Patrimonio arrasado

Curioseando sobre patrimonio industrial, tropecé con un concurso de ideas en marcha sobre un gasómetro de Avilés convocado por su Ayuntamiento y el Colegio Oficial de Arquitectos de Asturias. Pretende “propiciar la reflexión y el debate sobre las diversas posibilidades de recuperación, reutilización e integración urbana de esta valiosa pieza del patrimonio industrial del siglo XX, que, (…), protagoniza el paisaje de la ría de Avilés y constituye un elemento fundamental de la memora colectiva de Asturias, erigiéndose como uno de los símbolos más representativos de la identidad del municipio”.

Siendo febrero, era inevitable recordar el salmantino caso del Depósito de Aguas de la Avenida de Campoamor. Toda una suma de despropósitos culminados con el derribo del espectacular edificio, quizás como una actividad cultural más en el simbólico año 2002. Todavía sigue resultando sorprendente la incapacidad de una ciudad para reutilizar aquel excepcional hito ingenieril, en un nuevo papel. En realidad, la propia manzana era un relevante resumen de edificios municipales en el lento ingreso de la ciudad en la modernidad. A su sombre estaba el viejo Parque de Bomberos.

De hormigón armado, el depósito se finalizó en 1914, momento crítico de ese material. El Parque de Bomberos 20 años después. Había otro edificio, un colegio, que ya existía en 1945. Los dos primeros merecieron aparecer en una Exposición en 1998, del Colegio de Arquitectos y el Ayuntamiento, intentando llamar la atención sobre el valor de un patrimonio menos conocido pero relevante. Siendo justos, el objetivo era la arquitectura racionalista y el depósito, ingeniería, escoltaba la reivindicación de ambos edificios. No recuerdo gran movilización de ingenieros en su defensa.

Si algo sobraba en esa manzana era el anodino edifico de los años 60 en la esquina con la Calle de Méjico. A pesar de la necesidad de vivienda, seguro había espacio suficiente en 12.000 km² de provincia vaciándose. El Museo del Comercio sería, además del original contenido, más atractivo con esos edificios. En especial el Depósito, con sus cerca de 800 m² posiblemente utilizables en dos plantas, y magnífico mirador sobre la propia ciudad. Aunque no es el único despropósito contra el Patrimonio acumulado por Salamanca en sus siglos de historia, y aún queda alguna fabrica por ahí.

Con el actual abandono de grandes edificios religiosos históricos, tenemos una nueva oportunidad de evitar errores pasados. No podemos pretender convertirlos todos en un paseo por el modernismo hostelero conventual, o derribarlos. Como ya he recordado alguna vez, seguimos sin tener un verdadero Museo de Historia de la Ciudad. O una exposición adecuada de la interesante colección arqueológica del Museo Provincial. Y seguramente, si nos ponemos a reflexionar, encontramos otros atrayentes estímulos para incrementar un turismo de calidad más estancado de lo que parece.