Natural de Puerto Seguro, pertenecía a una de las familias más represaliadas por el franquismo en la provincia
La Asociación Salamanca Memoria y Justicia (ASMJ) ha distribuido un escrito a modo de tributo a uno de sus integrantes, Luis Froufe Carlos, originario de Puerto Seguro, quién falleció en la jornada del domingo en Madrid a los 97 años de edad. La ASMJ recuerda que Luis Froufe Carlos pertenecía a una de las familias más represaliadas por el franquismo en la provincia de Salamanca.
Al respecto, explican que su padre, Hipólito Jesús Froufe Espinazo, fue fusilado a los 59 años de edad en El Ferrol; que 2 de sus hermanos también acabaron muriendo (Agustín, que era Doctor en Derecho, a los 22 años; y Jesús Reyes, que era estudiante de Bachillerato, a los 21 años); y que otros 5 (Adela, Aníbal, Juan Manuel, Luis y María) estuvieron en la cárcel (en total, Hipólito Jesús Froufe tuvo 10 hijos con Isabel Carlos Núñez).
El propio Luis Froufe Carlos también pasó por la cárcel de Salamanca, por tirar unos panfletos cuando era alumno de Instituto desde la Torre de la Catedral (la ASMJ indica que fue un grupo el que realizó la tirada, pero asumió toda la culpa).
Según relata la ASMJ, Luis fue “un hombre BUENO, con todas las acepciones que lleva la palabra”, resaltando su “lucha por la reivindicación de la memoria de los represaliados y también de todos aquellos que tuvieron la desgracia de vivir situaciones similares a la suya”. En este sentido, se apunta que tuvo una vida “llena de tragedias que nunca consiguieron que perdiera su sencillez y afabilidad, con una gran valentía y compromiso” desde su etapa en el Instituto.
En su paso por la Universidad de Salamanca estudió Química, siendo investigador en el CSIC. Asimismo, tuvo un “compromiso político de lucha por la Justicia que nunca le abandonó”, mostrando su solidaridad con la Revolución y la Cuba socialista (fue presidente de la Asociación Hispano-Cubana ‘Bartolomé de las Casas’, y distinguido con la Medalla de la Amistad por el Consejo de Estado de la República de Cuba).
La ASMJ resalta que fue “amigo de intelectuales e investigadores que le admiraron y respetaron”, definiéndole como “todo un ejemplo para los que tuvimos el honor de conocerle y disfrutar de su compañía y sus enseñanzas”, añadiendo que “su generosidad no tenía limites, siempre estaba donde se le necesitaba”, y entendiendo que “ahora más que nunca es necesario el ejemplo de su vida y su lucha por la justicia”.
En el escrito difundido por la ASMJ se incluye un texto escrito por el propio Luis Froufe Carlos cuando fue retirado el medallón del dictador Franco de la Plaza Mayor de Salamanca:
A los nueve años mi mundo lo conformaba el Barrio del Matadero situado en la ribera izquierda del Tormes, y los campos aledaños. La ciudad, un simple reflejo en las aguas del río, era tierra ignota, sobre todo de noche, cuando cesaban nuestros juegos y nos recluíamos en casa.
Fue con motivo de las fiestas de fin de año del 1935 que mi hermano Jesús, familiarmente Chus, me llevó, para mí asombro, DE NOCHE, a la ciudad y descubrí la Plaza Mayor con su iluminación nocturna, y aquella máquina de tren en la que se asaban patatas y castañas; y por primera vez saboreé aquella delicia humeante y ardiente de la que no se dejaba sin saborear ni la piel chamuscada. Un hecho que en la blanda arcilla de mi cerebro infantil grabaría profunda la impronta de mi recuerdo.
Desde entonces mi monumental, mi querida, mi admirada, mi hermosa y sorprendente Plaza Mayor, con aquel entrañable aire provinciano: su templete de música, sus jardines, sus niños jugando en la tierra; ellas paseándola en redondo y en doble círculo en el sentido de las agujas del reloj y ellos en sentido contrario, encontrándose dos veces en cada vuelta, dando y recibiendo piropos.
Mi enamorada Plaza Mayor con su cine Coliseum, su Pasaje de la Caja de Ahorros, la cartilla a mi nombre y aquella hucha metálica que en la ranura por la que se metían las monedas tenía una lengüeta que no las dejaba sacar -había que llevarla a la Caja y la abrían con llave-, y su Biblioteca de la que teníamos derecho a llevarnos libros a casa para leerlos; esa querida plaza donde por primera vez aprendí el nombre de un arquitecto, el barroco Churriguera.
Pero un mal día de julio de 1936 unos perjuros a la República dieron orden de ametrallar a la ciudadanía congregada en la plaza y regaron de sangre su recinto: catorce muertos y numerosos heridos. Cierto es que no presencié tan sangriento acontecimiento, pero si vi la camisa y el pantalón de mi hermano Agustín manchados de sangre que, después de atender a los heridos, volvió a casa a cambiarse de ropa y regresar a la ciudad. Sí, fue en mi querida y violentada Plaza Mayor donde dio comienzo, en Salamanca, la brutal represión que regó de sangre tantas cunetas y montes del país; se cumplía la orden del general Mola de aterrorizar a la población, ¿cómo?, matando! Y.… y Badajoz fue masacrada.
Aún en plena guerra civil, -consecuencia del fracaso de la sublevación militar-, año 1937, el impaciente ego del dictador hace esculpir su imagen, con ocasión de una visita a la ciudad, en uno de los medallones de la iconografía original inconclusa reservados según la balaustrada a los grandes reyes, grandes capitanes, célebres sabios de ciencias y letras y grandes santos, e inaugura la de los GRANDES DICTADORES, dejando constancia de su desprecio por sus primeras víctimas en la mismísima plaza; para que quedase constancia de la humillación que tendríamos que soportar cuantos fuimos vencidos y represaliados por la presencia de esa maldecida efigie del dictador en el mismísimo corazón de la ciudad, en el más emblemático de sus monumentos. ! ¡Oh herida Noble Plaza Mayor, tu afrenta se ha prolongado durante ochenta interminables años!
Debió de ser por los años cincuenta cuando el dictador visita una vez más la ciudad y convierten el recinto de la plaza en patio de cuartel. Los entendidos tienen la palabra en cuanto a si el edificio ganó en monumentalidad; lo cierto es que se hizo para llenar la plaza de fervientes admiradores sin que quedase un resquicio sin cubrir; lo cierto es que el recinto de mi querida Plaza Mayor fue convertido en patio de cuartel al mismo tiempo que perdía su entrañable aire provinciano. Ya no hubo paseos en redondo; ya no hubo música en su desaparecido templete; ya no hubo jardines ni juego de niños. Y el medallón seguía agresivo y desafiante.
Pero no es menos cierto que la brutalidad de la dictadura no ha podido derrotar mis agradables recuerdos de y en la barroca y churrigueresca Plaza Mayor de Salamanca. Brutalidad y crueldad que alimentó nuestro espíritu de resistencia.
Doy las gracias a cuantos de una manera incansable habéis peleado por la retirada del maldito medallón hasta conseguirlo.
Luis Froufe Carlos
Madrid, 09/05/2017