Ofrecemos el cuento con el que la calle Valera está participando en el Concurso de Decoración Navideña de Ciudad Rodrigo
Érase una vez, en un rincón oculto de una calle de Ciudad Rodrigo, un pequeño reino habitado por unos gnomos muy especiales.
Estos gnomos no eran como los demás; en lugar de trabajar en la tierra o cuidar de los árboles, se dedicaban a crear los dulces más deliciosos que uno pudiera imaginar. Su hogar, una colorida calle llamada Valera, estaba construido entre ladrillos y decorado con golosinas de todo tipo.
Los gnomos dulces eran alegres y siempre estaban sonriendo. Cada día, se despertaban al amanecer, listos para mezclar azúcar, chocolate y frutas frescas. Su jefe, Gnomo Turrón, tenía la habilidad mágica de hacer que cualquier dulce que tocara se convirtiera en el más delicioso. Los residentes de Valera trabajaban juntos en armonía, creando caramelos de colores, pasteles esponjosos y galletas crujientes que encantaban a todos los que las probaban.
Sin embargo, había un pequeño problema: en una calle cercana vivía una bruja que odiaba la dulzura de los gnomos. Se llamaba Bruja Amarga y siempre estaba buscando la manera de arruinar la felicidad de la calle Valera. Un día, decidió lanzar un hechizo para que los gnomos no pudieran hacer más dulces.
Cuando los gnomos se dieron cuenta de que sus ingredientes estaban desapareciendo y sus herramientas no funcionaban, se sintieron muy tristes. Pero, en lugar de rendirse, decidieron unirse y buscar una solución. Se reunieron en la cochera, donde una anciana gnomo les contó una leyenda: "Para deshacer un hechizo, se necesita el corazón de un dulce recién hecho y la risa de un niño."
Con esta información, los gnomos comenzaron a planear. Organizaron un gran festival de dulces e invitaron a todos los niños de las calles cercanas. Prepararon todo tipo de golosinas increíbles, y cuando los niños llegaron, sus risas y felicidad llenaron el aire. Cada vez que un niño probaba un dulce, la risa hacía vibrar el corazón de los gnomos y, poco a poco, el hechizo de la bruja comenzó a desvanecerse.
Tras un día lleno de risas y dulzura, el último niño tomó un caramelo especial que había hecho Gnomo Turrón. Al probarlo, su risa fue tan contagiosa que se escuchó hasta la calle de la Bruja Amarga. La bruja, molesta, decidió que ya era suficiente y fue en busca de los gnomos. Pero, al llegar, se encontró con el espectáculo de felicidad y dulzura, y algo inesperado sucedió: se sintió conmovida por la alegría de los niños y la bondad de los gnomos.
Fue entonces cuando la bruja comprendió que el amor y la alegría eran más poderosos que su odio. Decidió, en su corazón, dejar de lado su rencor y se unió al festival. Al final, los gnomos dulces y la bruja hicieron una tregua y juntos crearon los dulces más extraordinarios que los Mirobrigenses había visto.
Desde ese día, la calle Valera floreció en armonía, con la bruja como amiga y aliada. Los gnomos y los niños continuaron creando dulces, compartiendo risas y esparciendo felicidad, y todos aprendieron que, a veces, la dulzura puede cambiar incluso los corazones más amargos.
Y así, vivieron felices y llenos de dulzura por siempre.
FIN