El camino de las letras, sin saberlo, nos condujo a este descubrimiento. Las palabras tienen vida. El lenguaje nos dicta cómo quiere ser.
Generalmente, se dice que la escritura contempla lo que está más allá de ella misma. Se piensa que la escritura no es lo que refiere, sino el medio para llegar al objeto referido. Según esta perspectiva, la escritura, como una sombra inestable, no contiene en su masa lo nombrado, sino que lo presagia, lo intuye, lo altera.
En un contexto popular, lo saben los usuarios de Doujin, TikTok y YouTube que han visto un short de Bruce Lee, donde el luchador y pensador enseña a mirar la luna, no el dedo que la apunta. Nosotros aquí en la columna menos disciplinada lo hemos visto recientemente con un par de casos, el de René Magritte y su cuadro de la pipa y el de Sor Juana Inés de la Cruz y su soneto “Este que ves, engaño colorido”. La tríada, por medio de recursos diversos, subraya la tesis.
Nosotros, sin embargo, sabemos que esto no es verdad. Cualquier persona que se haya empleado de manera honesta en el ejercicio de una artesanía o de cualquier otra actividad, por disímil que sea, sabe que la actividad misma, el proceso artesanal, impone al artesano o ejecutor la directriz de su ejecución. La obra habla. Lo hace, incluso, al punto de someter a su intérprete a un estado de sujeción, o sumisión, total.
El camino, no obstante, para llegar a ese estado se prolonga de manera incierta a lo largo de décadas, no años. Como un argumento de la experiencia, podría decir que la última vez que copié algo, sin referenciar la autoría, fue en las tareas de los primeros años de la universidad. De ahí en adelante, nunca más, por imposible que parezca, he copiado la más mínima o inocente idea de nadie más. He llevado el yugo de la originalidad hasta un extremo insufrible.
Cuando el autor queda sepultado debajo de su propia disciplina, al cabo de un instante de no sabemos cuánto tiempo renace bajo el amparo, si no de un dios, sí, al menos, de su disciplina. Un Premio Adonáis abulense me dijo que cultivara la poesía, porque ella luego me cultivaría a mí. En España también, en otra ocasión, el autor de la novela Ardiente paciencia, que fue llevada al cine con el título de Il postino, me dijo que el estudio de la literatura española del Quinientos y Seiscientos era lo mejor que podía hacer. El académico de número de la Real Academia Española (RAE), silla A, en su discurso de ingreso aludió a experiencias similares, donde la realidad letraherida trasciende el marco racional del mundo cotidiano.
No en vano se ha dicho que las palabras tienen un número, un peso, una medida. Además, agregamos nosotros, tienen un alma. Con un préstamo del poema 15 de Pablo Neruda, modificado, decimos: “Como todas las cosas emergen de la palabra, / no existe cosa alguna que carezca de su alma”. Las palabras las siente el poeta, las escucha, las sopesa, las amasa, las obedece, las ignora. El poeta contiene en su pluma el imperio del lenguaje, aunque no sea su dueño, sino su sirviente, su esclavo, su entretenimiento
Por esto nosotros no solo vemos la luna, sino también el dedo que la señala. No nos importa que Bruce Lee nos dé un golpe en la cabeza. Ni, con Magritte, nos incomoda cobrar un placer mayor de la contemplación de su pipa que de la calada que le damos a la pipa que no tenemos en casa. Ni en el caso de Sor Juana Inés de la Cruz nos resulta molesto admirar la belleza de su estudio y de su porte, por más que no podamos escuchar su voz en su poema que continúa hablándonos al oído. El acto del amor, en todos estos casos, transmuta la realidad sensible en algo vivo y palpable. No reconocemos diferencias entre el beso de unos labios y el candor de una mejilla.
Bajo esta hipótesis, defendemos el argumento. El ser humano es algo más que la unión de un cuerpo y un alma. Ese algo se pone de relieve cuando la persona encuentra que su actividad profesional cobra una vida propia y la conduce por senderos similares a los descritos arriba. ¿Cuál sería, entonces, la función del desarrollo profesional de una actividad, en este caso la escritura? El propósito recaería, empleando en este caso unas palabras de San Juan de la Cruz, con una conjugación verbal distinta: “entrar donde uno no sabe y quedarse no sabiendo”.
La justificación anterior, o la resolución de la tesis discutida, carece de claridad y quizá de lógica. Pero el posible yerro no recae en nuestra incapacidad intelectual. Ese error, llamado aquí sentimiento, o amor, es el destino al que nos ha conducido el apego a capa y espada a un compromiso académico cifrado en una garantía perfecta de originalidad y transparencia, en toda empresa acometida. El camino de las letras, sin saberlo, nos condujo a este descubrimiento. Las palabras tienen vida. El lenguaje nos dicta cómo quiere ser.
Sostener, por lo tanto, que “la escritura contempla lo que está más allá de ella misma”, que “la escritura no es lo que refiere, sino el medio para llegar al objeto referido”, que la escritura, en definitiva, “como una sombra inestable, no contiene en su masa lo nombrado, sino que lo presagia, lo intuye, lo altera”, significa, según nuestra experiencia y la RAE —si entendemos, por metonimia, que la institución sostiene el criterio de su silla A—, encontrarse a años de trabajo de descubrir que la escritura también es otra cosa.
***Poema 5***
¿A quién le comunico el consuelo
que tengo en las horas de la tarde,
de frente al horizonte cuando arde,
la pena de mi alma en el cielo?
¿A quién le interesa este duelo
que llevo en silencio, sin alarde?
¿A quién recurriré sin que retarde
las horas de su sueño mi desvelo?
La noche es tan breve que no cabe
siquiera en un poema que inquiere
si ella, tan oscura, lo escucha.
Sentado a la ventana, esta lucha
llamada existencia me requiere
que crea lo que solo ella sabe.
Paciente, sosegado, abnegado,
descubro, sin saberlo, lo sagrado.
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