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El albergue de peregrinos de Fuenterroble, donde las piedras hablan para contar historias
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REPORTAJE

El albergue de peregrinos de Fuenterroble, donde las piedras hablan para contar historias

Actualizado 15/11/2024 18:12

El Padre Blas es el alma máter de este proyecto de reconstrucción del complejo parroquial, en el que la colaboración de los peregrinos y voluntarios se antoja fundamental

Pasan dos minutos de las dos y media de la tarde cuando Blas Rodríguez, el incombustible ‘sacerdote multiusos’ hace su entrada en el albergue parroquial Santa María de Fuenterroble de Salvatierra. Tras despojarse de su maletín, accedemos al salón del albergue, donde con la mesa puesta esperan cinco peregrinos del Camino de Santiago, cuatro de los cuales son voluntarios en el citado centro. El otro es un italiano que en su paso por Salamanca ha tenido que renunciar a llegar a Santiago por problemas físicos.

Una vez hecha la presentación ‘oficial’ de quien escribe estas líneas, el Padre Blas (como le llaman todos los que comparten mantel) bendice la mesa y se da por iniciado el banquete a base de patatas con chorizo, además de panceta y pimientos asados a la lumbre. El rescoldo de las cenizas impregna todo el salón de un peculiar olor. Durante la comida se suceden los chascarrillos y las anécdotas vividas en el Camino de Santiago, aunque no falta un exhaustivo repaso a cómo ha ido la mañana en el albergue tras las preguntas formuladas por Blas Rodríguez. Todos dan buena cuenta sobre lo que se ha realizado y cómo. Incluso de la compra que han realizado en Guijuelo.

Una vez que se termina su chupito de aguardiente de café, y mientras el resto de comensales comienza la tarea de recogida de los cubiertos y los platos, el Padre Blas me invita a acceder a otro salón cuyas paredes fueron las únicas que resistieron el derrumbamiento del albergue hace varias décadas. “Esto estuvo abandonado 40 años porque se vino todo abajo”, explica el anfitrión, quien explica mientras mira y señala a su alrededor: “Lo único que queda de la casa parroquial original, además de estas cuatro paredes, son esos dos dinteles de granito”.

Lo primero que hicimos cuando yo llegué aquí fue vaciar todo de escombros, de zarzas y de árboles caídos”, indica Blas Rodríguez, quien especifica que en esas tareas se implicó parte del pueblo de Fuenterroble, aunque desde el año 1993 han sido los peregrinos del Camino de Santiago quienes han levantando el albergue tal y como se conoce hoy. “Aquí no ha habido ninguna subvención pero eso te da mayor libertad de movimiento en todos los sentidos”, explica el sacerdote, añadiendo: “Todo se ha ido haciendo poco a poco con la colaboración y la implicación de los voluntarios, que son los que después lo disfrutan”.

El albergue de peregrinos de Fuenterroble, donde las piedras hablan para contar historias | Imagen 1

Esos voluntarios pueden ser peregrinos de paso en el Camino de Santiago o gente que llega de acogida al albergue. “Esto es un continuo ir y venir de gente que quiere ayudar a ir recuperando todo el conjunto parroquial”, matiza Blas Rodríguez, quien añade: “Algunos ayudan durante el camino, porque llegan y se quedan aquí un tiempo antes de continuar sus etapas. También ha habido que gente que ha estado 8 o 9 años sin moverse de aquí. Normalmente son gente que anda de un lado para otro, pero también hay algunos que están jubilados o que tienen una situación familiar inestable y aquí encuentran un ambiente familiar para estar en ‘su salsa’. En este momento hay gente muy sana y que aporta mucho en la convivencia diaria”.

Uno de esos voluntarios es Paco, de Palencia. Está jubilado y casado pero su mujer le deja venir a Fuenterroble dos veces al año porque sabe que aquí es feliz y puede aportar su granito de arena. Ebanista de profesión, cada vez que viene está en el albergue unos 40 días con sus 40 noches. Su mano derecha en el albergue parroquial Santa María de Fuenterroble de Salvatierra es Tino, bilbaíno, que porta una camisa de cuadros amarillos y negros. Al igual que Paco pasa ya de los sesenta años, pero no duda en venir a Salamanca dos semanas unas tres o cuatro veces al año. Fue cristalero en su época laboral y ahora ayuda en todo lo que el Padre Blas le propone.

Yo les doy actividades que a ellos les motivan y les ayudan. Ellos se sienten protagonistas y además se da un servicio al peregrino. Les voy dando ideas y sugerencias, pero yo soy el primero que está con ellos funcionando. Hay que hacer esto (dice mientras golpea la mesa), esto (vuelve a golpear) y esto otro (vuelve a golpear). Unos hacen comidas, otros hacen la limpieza, otros van a por leña… Lo que importa es canalizar los talentos y las inquietudes que tienen los peregrinos que vienen aquí. Yo solo les indico lo que tienen que hacer mientras yo voy haciendo mis labores diarias en las parroquias. Cuando llego, compruebo que todo va bien”, explica Blas Rodríguez.

El albergue de peregrinos de Fuenterroble, donde las piedras hablan para contar historias | Imagen 2

Entre esas tareas que el sacerdote encomienda están la carpintería, la pintura, la cerrajería, guarnicionería, ropajes, restauración de la madera… “Algunos han venido veinte veces o más”, dice entre risas Blas, quien continúa: “Se sienten orgullosos de lo que van haciendo y cuando vienen dicen ‘Yo puse esas baldosas’, ‘Yo puse esas estanterías’, ‘Yo preparé esas lámparas’, ‘Yo colaboré en la bodega’, ‘Yo en el tejado’". Todo ello para ir dando forma a las diferentes estancias y espacios de los que dispone el albergue, que también tiene espacios diferenciados para los diferentes talleres.

El material que se utiliza en la reconstrucción del complejo es totalmente reutilizado procedente de derribos, abandonos o escombreras: “Lo que nos vale lo aprovechamos y lo que no, a la estufa para calentarnos. Muchas cosas de las que normalmente creemos que son inútiles, son muy útiles, lo que pasa que la gente no las valora simplemente porque tienen otra nueva que creen que es mejor”.

La charla solo es interrumpida por un argentino que también está ejerciendo como voluntario y que entra en la sala a por un tronco de madera. “¿Alguna novedad?”, pregunta Blas. Niega con la cabeza el joven. Tras ello, el sacerdote continúa explicando que el albergue actualmente tiene capacidad para más de 90 personas y que existen diferentes alojamientos dentro del recinto para atender las necesidades de cada uno de los peregrinos: “Ofrecemos residencia por módulos según las características: si es un grupo, si vienen con bici, si traen perros o gatos, si son americanos, noruegos… Incluso tenemos un sitio alejado para los que roncan”, afirma en medio de una sonrisa, “tenemos sitio para todo el mundo intentando facilitar todo y que se encuentren como en su casa”.

Tras finalizar la charla y visitar la espectacular bodega a base de maderas reutilizadas, el Padre Blas me conduce por el albergue explicándome todos y cada uno de los módulos que han ido construyendo durante más de treinta años, entre los que llaman la atención los levantados sobre carros restaurados. Alguno de ellos tiene su propia dedicatoria, como el del Día Mundial del Parkinson. “Hay un burgalés que viene varias veces y que padece Parkinson pero pese a sus limitaciones tiene un talento descomunal”, se sincera Blas Rodríguez, “Hace todo con una perfección asombrosa, ya lo ves… Es un tipo peculiar. Yo le tomo el pelo pero él también me lo toma a mí. Aquí se generan unas relaciones increíbles”.

El albergue de peregrinos de Fuenterroble, donde las piedras hablan para contar historias | Imagen 3

Una vez finalizado el recorrido por los módulos, el Padre Blas se encuentra con Tino y Paco en la carpintería y le falta tiempo para decirles: “Debíamos ir a Monleón a llevar las molduras”. Dicho y hecho. Entre bromas, los tres cargan un remolque con el material y en un todoterreno se dirigen junto a servidor a la iglesia del municipio, que ha estado abandonada 40 años y en la que están trabajando en la decoración de sus muros. Han reutilizado puertas de madera para pegar sobre ellas una serie de imágenes icónicas y que han colgado en las paredes, tal y como explica Blas 'de modo provisional y sencillo por si viene algún cura al que no le gusten'. Ahora solo falta rematar con las molduras, para lo que los tres hombres toman las medidas pertinentes. La obra se rematará al día siguiente. Las cosas de palacio van despacio…

Con la caída de la tarde regresamos al albergue, donde los últimos rayos de sol iluminan la cara de Manolo bajo un olivo, un hombre de Los Palacios de Villafranca que ha establecido en Fuenterroble su residencia habitual. Conoció al Padre Blas y tras quedarse solo en tierras sevillanas, optó por acudir a su abrigo. Con un gorro de lana protegiéndolo de las bajas temperaturas, este sevillano no puede ocultar su inconfundible acento al narrarme su dramática historia familiar y cómo llegó hasta Fuenterroble.

No ha terminado de contarme su historia cuando Blas le dice: “Manolo, súbete en algún sitio y quítale todas las olivas a ese árbol. Que no quede ni una”. Sin dudarlo ni un momento, el hombre coge un pupitre escolar y se sube encima para ir recogiendo las olivas mientras se despide de mí con un ‘Hasta pronto, amigo’. También se despide el Padre Blas, diciendo una frase que resume a la perfección lo que se vive en el albergue: Esto es lo bonito de todo esto. Aquí las paredes hablan para contar historias.