Como siempre sin tarjeta

El siete de septiembre de la primera grabación pasó a ser nueve de noviembre en la letra definitiva, tan exitosa y versionada, de la canción de Cecilia, aunque desconozco si una u otra fecha escondían algún mensaje, “inconexo” quizá, laísta seguro. No cambió la flor del ramo, la violeta, que en el lenguaje floral de la época victoriana se asociaba a la paradójica demostración del amor secreto. Y tampoco varió el anonimato, como siempre sin tarjeta, aunque el icónico tema de Cecilia opta por una suerte de final cerrado y solamente deja con la duda a la protagonista, pues la ternura ha escogido un disfraz y su alegría recobrada seguirá prisionera.

El noveno día de cada mes undécimo nos devuelve, con una melodía inscrita en la memoria colectiva, aunque sea de los que en el siglo XX ya las guardábamos, a ese espacio extenso de la sorpresa, de la elucubración, de la apertura a lo desconocido. Ni una tarjeta con pseudónimo, ni una tarjeta sin firma: la ausencia de tarjeta. Las flores sin más, y no cualquier especie. La fecha exacta, ni antes ni después. La cita fiel pero el artífice oculto. El misterio.

Sin tarjeta llegan las catástrofes, también las que nunca pensamos que tendrían la capacidad de escapar del rectángulo televisivo, o del aún más pequeño de la pantalla de nuestro teléfono móvil. Sin tarjeta las tragedias en las que es mejor no pensar. Sin tarjeta las guerras sin solución porque siempre nos parecerá que, alcanzada la paz, se estará pergeñando el siguiente casus belli. Sin tarjeta las largas noches de hospital y las eternas de portal sobre cartones.

Como siempre, porque la Historia se repite y nunca estamos realmente preparados para la muerte de muchos, bastante es que cada cual piense en la suya y en su salvación, que no es cosa del pueblo. Como siempre esas encrucijadas en las que la inclinación hacia el bien es doblegada, de pensamiento, palabra, obra u omisión. Como siempre las seducciones del mundo, que no anteponen la vida humana sobre las ambiciones, los odios, la dureza de los corazones. Como siempre la soledad y el olvido, cuando la única ayuda puede ser escuchar para que alguien se sienta escuchado o mirar a unos ojos que perdieron la costumbre de ser mirados.

La respuesta muchas veces no es tal, sino cartas llenas de poesía, versos y flores por primavera. Sin rúbrica. Sin métrica, sin rima, sin marchitarse del todo. Sin tarjeta pero como siempre, cuando es 9 de noviembre y las violetas se agrupan en el ramito más misterioso que nunca se ha cantado.