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Café, literatura, memoria
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Café, literatura, memoria

Actualizado 21/09/2024 07:57
Juan Ángel Torres Rechy

Hablando de Yourcenar, por ejemplo, podría referir una impresión del volumen Opus nigrum, con una ciencia médica aplicada a un concepto de salud distinto al concepto actual, enmarcado en la filosofía y la mística de los umbrales del Renacimiento.

“Mis amigos en México toman expreso doble”. En Salamanca, España, cuando uno de ellos me visitó una semana, no hacíamos otra cosa más que tomar expresos en la Plaza Mayor, de este lado del río de piedra del Tormes, petrificado en el siglo corriente. En México, era lo mismo. Antes de pasar al expreso, sin embargo, me inicié en el café americano sin azúcar, que probé con don Luis, el antropólogo y literato que vende café en la Facultad de Antropología de la Universidad Veracruzana. Ese día iba con el amante de la bibliofilia Marduk Obrador Garrido Cuesta, pariente del poeta Jorge Cuesta. Como yo acostumbraba tomar el americano con dos cucharadas de azúcar, le pregunté a qué sabía el café solo: “A café”, me respondió. “Sírvale uno sin azúcar a mi amigo Juan”, le pidió a don Luis.

Este mundo de la gastronomía, en el campo de la literatura, a botepronto lo recuerdo no debido a Como agua para chocolate, de Laura Esquivel, sino a Kitchen, de Banana Yoshimoto. El volumen de la autora japonesa lo encontré en una papelería del norte del país, México, cuando viajaba con un amigo para ver a una persona cercana a la familia participar en un torneo nacional de natación.

En cuanto a la novela de Yoshimoto, Kitchen, podríamos decir que activó por primera vez mi intuición en torno al género de un novelista, en aquellos primeros años del siglo presente. La autora, a quien en un principio había supuesto un varón, en el transcurso de la lectura me permitió apreciar una intuición más bien femenina. No sé a qué altura de las páginas comencé a dudar que fuera un varón, como lo había dado por hecho desde el inicio.

Como la memoria me traiciona para algunas cosas, en este momento, para citar el argumento de la novela recurriré a Copilot, un chat de inteligencia artificial, de Microsoft: “Kitchen, de Banana Yoshimoto, es una novela que sigue la vida de Mikage Sakurai, una joven que queda completamente sola tras la muerte de su abuela. Mikage encuentra consuelo en la cocina, el único lugar donde se siente segura. Un día, Yuichi Tanabe, un conocido, le ofrece mudarse a su casa, donde vive con su madre Eriko, quien en realidad es un hombre que se convirtió en mujer tras la muerte de la madre biológica de Yuichi”.

De manera paralela, durante el viaje al norte del país, a la competencia de natación, llevaba en la mochila dos obras más, los Doce cuentos peregrinos, de Gabriel García Márquez, y Orlando, de Virginia Woolf. Aquel largo camino en autobús, pasando por innumerables escalas, ofrecía tiempo de sobra para leer algunas páginas de sendos volúmenes. Al autor colombiano casi no lo había leído antes (aún hoy por hoy, no he terminado los Cien años de soledad: como le sucedió a Jorge Luis Borges, yo también me he quedado a la altura de los primeros 50 años). De la autora inglesa, Virginia Woolf, en cambio, sí había leído algo con anterioridad.

En el viaje, Orlando lo leía en la traducción del autor argentino, Jorge Luis Borges (luego sabría que esa traducción, al parecer, había omitido pasajes claros en torno a la diversidad de género, en cosas del amor), en un tomo editado por La nave de los locos, creo. De los Doce cuentos peregrinos conservo pasajes sueltos, como el del avión de la bella durmiente, o la escena del taxista cuando mira la puerta entreabierta de su pasajera al llegar a casa, y duda si esa circunstancia no se trata en realidad de una invitación a entrar.

En aquel norte de México, que no he vuelto a visitar desde entonces, había una presencia fuerte del catolicismo en las carreteras, en las localidades. En algunas ocasiones, esa presencia parecía corresponder de manera inversamente proporcional al todavía pobre estado de desarrollo socioeconómico: en los lugares menos favorecidos en términos de prestigio social, abundaban las expresiones cultuales de la feligresía.

En una de las terminales de autobuses, cuando todavía podía hacerse eso, esperamos hasta cerca de las tres de la madrugada la partida del transporte. El viaje no había salido a la hora programada, y habíamos tenido que esperar ahí en la terminal, no recuerdo si con calor o frío, con moscas, eso sí, con poco dinero, la hora de la partida. Cenamos unas sopas instantáneas y compartimos una botella de agua mi amigo y yo.

Según avanzaba en la lectura de Orlando y Kitchen, ambos argumentos comenzaron a entrelazarse de manera natural: destacaba, obviamente, el tema de género. El personaje de la obra de Virginia Woolf, Orlando, como el de la novela de Banana Yoshimoto, Eriko, cambiaba de género de un momento a otro. Un libro más, que de un modo más lejano frisaba el asunto era el de Margarita Yourcenar, Alexis o tratado del inútil combate. Ese volumen de la autora franco-estadounidense, Yourcenar, así como el de Woolf, me lo había regalado mi amigo Rómulo Pardo Urías, hoy Doctor en Historia, por el Colegio de Michoacán.

Banana Yoshimoto también tiene la novela Moonlight Shadow. Esta vez, sin recurrir al chat de inteligencia artificial Copilot, puedo describirlo de manera general como un libro del tipo de la película también japonesa El viaje de Chihiro: en un momento especial del año, en lo que sería principios de noviembre para la cultura mexicana, Día de Muertos, una puerta entre el mundo de los vivos y los difuntos se abre y resulta posible el reencuentro con los seres queridos. Aquí en China, esta semana, se ha celebrado la Fiesta del Medio Otoño, con la luna más grande del año, que simboliza la reunión de la familia.

En el campeonato nacional de natación, el desempeño de nuestro pariente fue moderadamente satisfactorio: no consiguió posicionarse en el podio, pero bajó los tiempos en todas sus pruebas, incluidos el 400 m combinado individual y el 1500 m libres, haciendo gala, eso sí, de un estilo impoluto, eficiente, sencillo. El calor de aquella ciudad de Hermosillo, Sonora, no lo volvería a sentir sino hasta mi arribo a Nanjing, después de haber vivido en Suzhou por algún tiempo.

En relación con Banana Yoshimoto, Virginia Woolf, Margarita Yourcenar, Gabriel García Márquez y Jorge Luis Borges, de los últimos tres todavía podría agregar má cosas. Hablando de Yourcenar, por ejemplo, podría referir una impresión del volumen Opus nigrum, con una ciencia médica aplicada a un concepto de salud distinto al concepto actual, enmarcado en la filosofía y la mística de los umbrales del Renacimiento.

Por ahora, no obstante, nos quedaremos con las palabras del inicio de la columna: “Mis amigos en México toman expreso doble”. Esto se lo he dicho a un amigo de Nanjing, profesor de filosofía en bachillerato, en el café Red Hook Espresso, donde cuelga un cuadro del maestro grabador mexicano, Carlos Garibay. Para mi amigo chino, el café expreso resulta amargo, no consigue tomarlo con gusto. En general, el café aquí en China no se bebe igual que en Colombia, México, España, Italia, etc. El consumo del grano de oro negro en el país ha cobrado unas características propias. La gente suele beber té, o las generaciones jóvenes té de burbujas, con leche, pero cada vez la población en su conjunto se inclina más por el café americano, o por el lechero, frío o caliente, o por otras variedades combinadas con distintos tipos de zumo. En cuanto al azúcar en el café americano, en la semana pondré atención y preguntaré cómo suelen beberlo.

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