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Afganas
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Afganas

Actualizado 19/09/2024 07:56

De las casi incontables hipocresías que la autodenominada Comunidad Internacional ejerce diariamente, tal vez no haya ninguna más lacerante que el silencio y la aceptación e indiferencia que las democracias occidentales, es decir, nosotros, practicamos respecto a la situación de las mujeres en Afganistán, uno de los escándalos sociales, políticos, criminales y morales de desprecio a las personas, que tiene lugar en un siglo XXI a años luz, y retrocediendo, de algo tan extraño como la fraternidad universal o la solidaridad humana.

El régimen talibán que hemos tolerado que gobierne en un país ahogado por el más terrible fundamentalismo homicida, sigue aprobando edictos para hacer desaparecer a las niñas y mujeres de la esfera pública y social, como el publicado a finales del pasado agosto, en el que se prohíbe que se oiga la voz de las mujeres, de cualquier mujer, en público, consolidando con ello un terrorífico apartheid en el que las mujeres afganas se hunden ya definitivamente en la mortificante imposición en la que se les prohíbe acudir a los centros educativos o recibir enseñanza alguna, salir a la calle solas o hablar sin acompañante masculino, mirar al rostro de cualquier hombre no familiar o hablar personalmente, al médico incluso, sin asistencia de un varón.

La persecución contra las mujeres, que si en todo el mundo presenta diferentes caras de un prisma siempre machista y con diversos “argumentos” y “justificaciones”, es en Afganistán un profundísimo pozo de desprecio, incluso dentro de las familias, que cual abducidas por el fundamentalismo musulmán, están siendo también cómplices de la asfixia exterior e interior de las mujeres, causándoles gravísimos problemas físicos y mentales, consecuencia de la insufrible situación de imposición constante, desprecio y marginación en que viven. Matrimonios obligados de niñas de 12 y 13 años, derecho inalienable del varón a golpear, someter o imponerse en cualquier circunstancia a una mujer siempre tapada, enmascarada y muda, obligada a estrictos códigos de vestimenta, vetadas de hacer cualquier deporte, de ir a un parque, de decidir el número de hijos que han de tener, de ir a un cine, a un concierto, a una peluquería… Una situación en la que la total carencia de derechos humanos y sociales, la falta de perspectivas, la desesperanza y, sobre todo, la desatención de todos nosotros, están llevando no solo a la tristeza y el sufrimiento, sino a la enfermedad, el aislamiento reductor, la pérdida de la autoestima y el suicidio a un número creciente de mujeres afganas.

Engolosinados por los más triviales temas de discusión y encantados de sabernos mirar en los espejos de la banalidad, somos innoblemente incapaces de tomar medidas contra el régimen talibán afgano o de plantear acciones concretas para llevar a los responsables de semejante crimen de lesa humanidad, como lo es sin duda el que se comete contra las mujeres afganas en su propio país, ante instancias judiciales internacionales. Mientras acudimos raudos a esos inútiles e improductivos minutos de silencio en público por cada mujer asesinada por un hombre, la memoria ya no alcanza a recordar cuándo tuvo lugar la última manifestación callejera o el último acto público de pronunciamiento contra el régimen talibán o en defensa de los derechos de las mujeres afganas. Ni siquiera nuestros ostentosos ochos de marzo rozan la denuncia, el grito, la reivindicación y la conciencia de tener presentes a las mujeres de Afganistán.

Algunas organizaciones no gubernamentales han iniciado recogidas de firmas y acciones de denuncia para llevar ante la Corte Penal Internacional al actual régimen afgano por los delitos de lesa humanidad de ese apartheid feminicida que a todos debería avergonzarnos. Es preciso apoyar todas estas acciones, no solo política sino socialmente, de forma constante y ante cualquier organismo o institución que pueda presionar o ejercer influencia para terminar con este escalofriante crimen diario. En Sudáfrica, hace años, la presión internacional y, sobre todo, la conciencia ciudadana consiguió, después de larga lucha, terminar con aquel otro apartheid racista. Ojalá podamos en este caso, único en el mundo por su impune crueldad, vencer la quietud de la indiferencia y tomemos, y tomen nuestros encorbatados representantes, la antorcha de la defensa de las mujeres afganas que es, al fin y al cabo, la defensa de la Humanidad.

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