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Pequeño libro de la memoria
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Pequeño libro de la memoria

Actualizado 14/09/2024 09:08
Juan Ángel Torres Rechy

Esas personas, constantes en su presencia sabatina, a quienes llevamos impresas no solo en las pupilas del alma, sino también en las niñas de los ojos del rostro, esas personas, en ocasiones, se convierten en las autoras de nuestro discurso. Nosotros, a la distancia, no hacemos más que reproducir de una manera torpe lo que ellas, en un acento consonante, incluso sin saberlo, nos susurran en silencio desde lejos.

“Una metáfora austera de la velocidad.” “No se puede no sentir.” En los últimos días, hemos tomado fotografías de automóviles de alta gama. En diversos escenarios de Nanjing, China, tanto caminando por las calles del centro, como a bordo del transporte universitario de campus a campus en la zona de desarrollo industrial, nos han salido al paso coches de revistas para amantes del automovilismo.

Al mismo tiempo, en estos días, cuando en lo que referíamos en la columna de la semana pasada como “nos recostamos en la hora eterna y desgranamos sin premura las cuentas doradas de una oración sencilla”, en esos momentos de descanso, decimos, agotados al cabo de una jornada laboral, hemos visto documentales, como el del Canal 22 de México, dedicado al escritor portugués José Saramago y su novela La caverna.

Para nosotros, el día a día se encuentra cifrado en un quehacer no preestablecido de antemano. Esto lo comenta el Premio Nobel de Literatura portugués en el documental citado: cuando él redacta sus obras, parte de una idea, o una intuición, pero el resto solo se hace con base en el acto mismo de la escritura. La escritura en sí misma se convierte en el camino andado y por andar.

Una historia de este tipo nos la refirió Rosario Cruz Malpica en una conversación electrónica hace un par de años. En ese diálogo-entrevista, nos dijo: “Llegué a Canadá hace 18 años, sin familiares y a estudiar”. “El haber llegado a un país cuando yo ya estaba con una edad de más de 25 años, hizo más difícil el construir relaciones y hacer amigos, generalmente las personas que vienen a Canadá, son personas que vienen a estudiar inglés, jóvenes de menos de 20 años. O personas que vienen a trabajar con empleos temporales y específicos, y que solo vienen por un tiempo determinado.”

Rosario Cruz Malpica, a quien todos en la natación llamábamos Charis, había viajado por el mundo antes de emprender ese destino a Canadá. “Eso me ha abierto la visión para aceptar otras culturas, ser práctica y adaptarme a situaciones nuevas.” “Para muchas personas, es muy difícil el adaptarse al frío de Canadá. No es nada fácil, pero yo lo veo en forma práctica, si tengo frío, me pongo más rápida y se soluciona el problema.” “Afortunadamente el que hago mucho ejercicio me fue abriendo otras puertas y pude hacer nuevas amistades en otros medios sociales.”

Un día cuando la vimos en Xalapa, Veracruz, México, en el Callejón del Diamante, sentimos lo que en la historia del arte se ha llamado Síndrome de Stendhal. Eso mismo nos sucedió después, en los Museos Vaticanos, cuando vimos La piedad, de Vincent van Gogh. Otra experiencia de este tipo la albergamos de otro personaje español, a quien vimos en Salamanca. Yo saludé a Charis en el Callejón del Diamante, hablamos por cosa de un par de minutos. Luego, ella reanudó su camino acompañada de sus amistades.

A Jorge Luis Borges, en su momento, le extrañó que Mick Jagger se acercara a saludarlo en no sé qué aeropuerto. Borges, por supuesto, conocía muy bien a la banda de Jagger, The Rolling Stones. En Salamanca, yo tuve la oportunidad de saludar a Antonio Skármeta, el autor de la novela Ardiente paciencia, obra que después daría origen a la película Il postino, obra que en mis clases de China hemos visto más de dos veces. Para el autor chileno, Skármeta, dedicarse a la literatura medieval-renacentista española era lo mejor que podíamos hacer.

Por nuestra parte, una circunstancia donde identificamos una porción de nuestra hechura letrada se ubica en el diálogo con nuestros lectores. Esas personas, constantes en su presencia sabatina, a quienes llevamos impresas no solo en las pupilas del alma, sino también en las niñas de los ojos del rostro, esas personas, sin saberlo, en ocasiones se convierten en las autoras de nuestro discurso. Nosotros, a la distancia, no hacemos más que reproducir de una manera torpe lo que ellas, en un acento consonante, incluso sin saberlo, nos susurran en silencio desde lejos.

Quién escribe en realidad el texto que supuestamente redactamos nosotros. A quién le pertenece lo contenido en el recipiente del lenguaje, si esa sustancia, esa masa, proviene de los otros. La voz de la musa suena en nuestra habla cuando escuchamos el verbo que sopla de no sabemos dónde ni tampoco sabemos adónde va. Cuando hemos leído lo suficiente como para poder intentar dedicarnos a comenzar a aprender el (imposible) oficio de la escritura, la lengua habla lo que antes el oído ha escuchado. Así como a la hora de escribir una biografía de alguien más, el autor en realidad no hace otra cosa más que hablar de sí mismo.

El día de ayer, nuestros estudiantes graduados de otra universidad y nosotros publicamos el libro La mujer que llegaba a las seis en Colombia, China y México, con base en un cuento del Premio Nobel de Literatura colombiano, Gabriel García Márquez. Habiéndolo terminado en el año 2022, apenas en el año corriente vio la luz. Estas últimas horas, cuando hemos recibido mensajes de los autores del volumen colectivo (reúne ensayos del tercer curso, del Departamento de Español, de Soochow University, Suzhou, China), los recuerdos de aquellos años de estudio y docencia se nos han venido encima con el peso de una montaña del alma.

Ahora cuando redactamos nuestra columna en un banco no lejos del piso donde vivimos en Nanjing, vemos todos esos escenarios con los ojos de la tinta: los coches de alta gama, nuestras amistades de otros lugares del mundo, los recuerdos relacionados con la literatura, las frases cinceladas al principio: “Una metáfora austera de la velocidad”, “no se puede no sentir.” Mas como la columna ha alcanzado una extensión excesiva para su ornamento, en este punto del camino detendremos el paso. Dejaremos para otro momento la continuación de la parte del sentimiento. Solo diremos que guardaremos el cuaderno e iremos a la estación del metro, para acudir a nuestra cena con Yu Bang, para discutir asuntos intrascendentes de la vida diaria, que no tienen nada que ver —o sí— con los temas abordados en su último libro, Volver. Antología de poemas de Yu Bang.

Más o menos, en Salamanca, España, años atrás, nuestra amistad con el editor de Crear en Salamanca. Sobre los misterios de la creación literaria, José Amador Martín, descansaba en unos presupuestos similares. Aunque teníamos mucha tela literaria de dónde cortar, cuando íbamos a por unos pinchos y unas cañas en la calle Zamora, no hacíamos más que hablar de cosas sencillas, como su costumbre de retratar la luz del cielo salmantino herida en la piedra del oro.

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