Miércoles, 09 de octubre de 2024
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Coleccionista de columnas
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Coleccionista de columnas

Actualizado 07/09/2024 08:56
Juan Ángel Torres Rechy

Ese vacío del sentido (la columna no leída) nada más ha sido vislumbrado por los editores del periódico y por dos personas más, que viven en un país distinto, que nutren constantemente de bibliografía nuestras horas serenas del espíritu, cuando agotados de otras preocupaciones nos recostamos en la hora eterna y desgranamos sin premura las cuentas doradas de una oración sencilla.

Nuestro conocimiento de Aby Warburg se lo debemos a un libro de Fernando Rodríguez de la Flor. En internet, no resulta difícil encontrar contenidos sobre el autor alemán. Uno de sus personajes —lo refiero no como un experto en Warburg, sino como un columnista— ha recibido el nombre de Ninfa. Como un motivo recurrente, ha aparecido a lo largo de un arco de tiempo en cuadros y representaciones gráficas de diversa índole, dotando de un misterio y misticismo a las puestas en escena de las piezas.

Una labor relacionada con estas cosas es la del coleccionismo. En nuestro caso, nosotros no hemos nacido con esa estrella, o al menos no hemos querido desarrollarla de una manera consciente con la mirada puesta casi en el desarrollo de algo profesional. En todo caso, si forzáramos el término, podríamos estirarlo hasta darle cabida a otra cosa que más o menos sí tenemos en las manos, las columnas: somos, en ese sentido, coleccionistas de columnas, de columnas propias, claro está.

Esta columna la redactamos en un tren camino a Shanghái. La columna anterior la escribimos en otro transporte público, con un punto de partida distinto al actual. La semana pasada, esa columna no vio la luz, porque se quedó atrapada en alguna oscuridad del espacio periodístico cultural del que nadie pudo salvarla. Ahora, en esta columna nueva, la reproduciremos una vez más, para mirar si alcanza a llegar a la lectura de nuestro público, que nos ha preguntado qué pasó con Sleep.

Cada una de las columnas (las trescientas y tantas) las tenemos impresas y ordenadas en una estantería de madera. La fragancia de una loción y la pulcritud de la luz del sol impregnan cada uno de los tomos de una esencia que difícilmente alcanzamos a poner por escrito. Las personas que las han visto, encuadernadas y dispuestas en una secuencia cronológica, han pensado en primera instancia que se trata de plaquettes.

De hecho, sí tenemos plaquettes en esa sección de nuestros libros. En ocasiones, cuando pasamos por ahí, nos detenemos a leer un par de buenos sonetos. Nos gustan los de Angel María Garibay. Acto seguido, guardamos las plaquettes y continuamos el recorrido a otro punto del recinto. En esa biblioteca se atesoran, además, algunos bustos y manuscritos de otros personajes: nuestros libros no los tenemos en casa, los conservamos en otro lugar consagrado al arte.

La idea de encontrar un espacio reservado para nuestras colecciones en otro espacio geográfico nos surgió debido a la lectura de la Ninfa de Aby Warburg. El movimiento, dentro de una escena congelada en el tiempo, viene inspirado por ese personaje ajeno al contexto, que dota de un espíritu inapreciable a la composición. El soplo del viento agita los elementos de las representaciones e inspira con su mística antigua una vida muy vibrante todavía el día de hoy.

El mundo barroco castellano, hispánico, global, cifrado en el laberinto de la piedra salmantina como una metáfora letraherida y hermética donde el ser humano se enfrenta cara a cara al límite de la significación, nos ha conducido a detenernos en el examen atento de todas estas cosas que ponen al descubierto la anatomía del alma. En alguna galería de esa fortaleza seguirá perdida nuestra columna anterior, Sleep, que finalmente no alcanzamos a rescatar para su publicación hoy sábado 7 de septiembre de 2024.

Ese vacío del sentido (la columna no leída) nada más ha sido vislumbrado por los editores del periódico y por dos personas más, que viven en un país distinto, que nutren constantemente de bibliografía nuestras horas serenas del espíritu, cuando agotados de otras preocupaciones nos recostamos en la hora eterna y desgranamos sin premura las cuentas doradas de una oración sencilla.

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