Los fines de semana de verano, el pequeño puerto de las Berlengas es un vaivén de embarcaciones
Domingo de verano, mucha gente llegando a la Isla Berlenga, la mayor de los farallones que componen el archipiélago de las Berlengas.
Los barcos que vienen desde el puerto de Peniche entran y salen del pequeño embarcadero de la isla, que no da abasto para tanto amarre y desamarre.
En verano, llegan a la Isla Berlenga todo tipo de embarcaciones turísticas, desde pequeños navíos particulares, hasta los de los turoperadores que ofrecen de forma regular el transporte entre Peniche y el archipiélago junto con actividades para adentrarse en el ecosistema.
Esta Reserva Natural, declarada también Reserva Mundial de la Biosfera por la Unesco e integrada en la Red Natura 2000, es un paraíso para los amantes de la pesca deportiva, el submarinismo o, simplemente, para los que quieren recorrer las grutas y acantilados, divisar los araos y otros animales que aquí tienen su hábitat, y acabar por tomar un baño en la Praia do Carreiro do Mosteiro. Las aguas de las Berlengas son extremadamente cristalinas. Los apreciadores de la naturaleza casi intocada valorarán este enclave, donde no hay un alma en invierno y puede que haya algunas almas de más en verano.
Una edificación sobresale en el promontorio más alto de la isla principal, la Isla Berlenga Grande, que da nombre al conjunto de islotes y crestones que componen el archipiélago, entre los que destacan las Estelas y los Farilhões-Forcadas. Esta estructura de unos 29 metros es el punto más alto del escollo rocoso, alcanzando una altitud de 112 metros sobre el nivel del mar, y ejerciendo de centinela en una costa típicamente agitada, al servir de guía a muchos navíos que pasan frente al litoral central portugués.
El Faro Duque de Bragança presta servicio desde 1841, entrando en funcionamiento casi un siglo después del inicio de su construcción. Proyecta un rayo de luz que alcanza las 52 millas náuticas, siendo uno de los mayores guardianes del mar portugués.
Y aquí, formando parte de la guarnición del Faro de la Berlenga, prestó su mejor servicio un viejo conocido de esta sección Portugal, el farero Armindo Nogueira da Silva, protagonista de la serie “Memorias de un farero” dentro de la recopilación “Historias de la costa portuguesa” de Salamanca al Día.
Volvamos al principio, ahora que ya podemos situarnos. Aguas transparentes, flora y fauna diversa y protegida, aves nidificando en la isla, personas que llegan para bucear, flotar en sus aguas transparentes, pernoctar en el exclusivo Forte de São João Baptista, avistar el Castelinho, o recorrer los senderos señalizados entre sus plantas endémicas.
Entre las muchas embarcaciones disponibles para realizar el servicio Peniche-Berlengas en un típico domingo de verano, la trainera São José es una de ellas. Pasó por el Cabo Carvoeiro hace apenas media hora, para recorrer las escasas seis millas que separan el islote de la localidad pesquera. Lleva a bordo 12 pasajeros, que van a la isla a pasar una jornada practicando la pesca deportiva. Son las 11 de la mañana y, vía radio VHF, Nogueira da Silva y su compañero del faro reciben una petición de auxilio: “estamos hundiéndonos”.
Rápidamente suben a lo alto del faro para identificar exactamente su posición. Alertan a la Capitanía del Puerto de Peniche, inciden en la petición de ayuda efectuada por la trainera y son informados de que ya han salido varias lanchas en auxilio de la São José. Todo sucede en un momento. El barco comienza a hundirse por la popa y rápidamente se sumerge en las profundidades. Antes de eso, todos los pasajeros y la tripulación han podido ser rescatados. Final feliz en un domingo estival accidentado.
Nogueira da Silva y su compañero fueron los penúltimos en usar la São José para llegar a la Isla Berlenga, una trainera de pesca adaptada para la pesca turístico-deportiva. El martes anterior al naufragio llegaron en ella para sustituir a los compañeros que durante una semana habían trabajado en el Faro Duque de Bragança.
Normalmente, los fareros no pasan más de siete días en la isla, salvo por causas de fuerza mayor, como sucede tantas veces durante el invierno, cuando los temporales obligan a abortar los relevos, pues las condiciones del mar no permiten el transporte entre Peniche y Berlengas.
“Hubo muchas ocasiones en que permanecí más de quince días sin ir a tierra”, recuerda el farero Nogueira da Silva. “Nunca olvido las navidades y otras fechas señaladas pasadas en la isla. Hoy digo, vale, comí el mejor pescado de mi vida…”. Este hombre de mar ha preferido guardar en su memoria la parte buena de algunas solitarias experiencias, típicas de los faros. Evoca los veranos, acompañados por visitantes de todo tipo a la isla, desde biólogos hasta domingueros. Y los inviernos, en que solo se oía el viento bramar.
Ser los penúltimos pasajeros del São José antes del día de su hundimiento fue casualidad. Los relevos entre fareros se hacían normalmente en el “Berlenga”, el barco que la Capitanía del Puerto de Peniche fletaba al efecto. Pero esa semana estaba en los astilleros para revisión. Podía haber ocurrido el martes, pero sucedió ese domingo de verano de finales de los ochenta.
Actualmente, las Berlengas están mucho más preservadas y la llegada de personas, más controlada, pues fueron clasificadas como Zona de Protección Especial para Aves Salvajes, además de Reserva Mundial de la Biosfera por la Unesco, por su pertenencia a la Red Natura 2000 y su clasificación como Reserva Natural.
El arao (Uria aalge), parecido al pingüino de los polos, es el símbolo de la Reserva Natural, pues tiene en la Isla Berlenga su único lugar de nidificación en el litoral portugués.
Próximamente, en HISTORIAS DE LA COSTA PORTUGUESA de esta sección PORTUGAL, Memorias de un Farero (V).
Faro de Aveiro, el guardián del mar
Cementerio inglés de Serra do Bouro, una historia portuguesa de navíos y tempestades
Memorias de un farero (I): el naufragio de Navidad
Memorias de un farero (II): el naufragio que cubrió de maíz las playas de Oporto
Memorias de un farero (III): el naufragio de una trainera española