“No tememos a las ruinas. Estamos destinados a heredar la tierra, de ello no cabe la más mínima duda. La burguesía podrá hacer saltar en pedazos su mundo antes de abandonar el escenario de la historia. Pero nosotros, los obreros, llevamos un mundo nuevo dentro de nosotros, y ese mundo crece a cada instante”. BUENAVENTURA DURRUTI
Con más pena que gloria, y no poca decepción para quienes siguen creyendo en la fuerza de la idea del sindicalismo, volvió a celebrarse un Primero de Mayo festivo en el que se repitió la ya casi tradicional ceremonia de los auto plácemes henchidos de toda una batería de frases hechas, lugares comunes y coloreada bandería, gastados, inútiles y deslavazados ceremoniales supuestamente reivindicativos que, hablo de España, han convertido la fiesta del Primero de Mayo en una suerte de bulliciosa romería callejera carente del sentido que debiera argumentarla y del significado que tuvo en su origen.
El auténtico sindicalismo, es decir, la fuerza adquirida por la unión organizada de diferentes intereses de los trabajadores, solidarios por definición, reivindicativos siempre y caracterizado como elemento crucial del desarrollo social de cualquier comunidad que se respete, no es en forma alguna el “movimiento” burocrático de gestión administrativa ni voluntad leguleya en que han logrado convertirlo las zarpas del más voraz capitalismo, encerrándolo en las jaulas del posibilismo economicista, investido cómplice subvencionado en las cada vez más bochornosas mesas negociadoras donde se reparten en desigual prorrateo porciones de aceptación, gregarismo, división, desequilibrio, sumisión y posibilismo con ribetes y certificados de indisimulada magnanimidad.
Desde las primeras luchas (no casualmente de trabajadoras, obreras, mujeres valientes, arrojadas y con un sentido de la dignidad de que tantos hombres carecieron entonces), que supieron hace más de un siglo plantarle cara a la explotación, el maltrato laboral, la indignidad y el menosprecio por parte de codiciosos empresarios, pasando por las auténticas luchas sindicales (siempre luchas de clase, siempre luchas de la izquierda, de los de abajo, contra la codicia de las clases dirigentes), los movimientos sindicales han sido pieza clave del desarrollo de políticas sociales basadas en el progresivo, y progresista, reconocimiento de derechos laborales, y han formado parte de las más señeras revoluciones transformadoras en todo el mundo. Los movimientos sindicales, las grandes huelgas y la solidaridad interna de los auténticos sindicatos, han situado hoy la dignidad de los trabajadores y trabajadoras, y del trabajo mismo, en niveles de reconocimiento y respeto inéditos durante siglos. Las luchas sindicales de las organizaciones de izquierda, políticas siempre y con el sello de la utopía transformadora, han influido en la configuración de logros no solo laborales, reconocimiento de derechos humanos básicos y garantías de protección de las personas, plasmadas en las constituciones y leyes de cientos de naciones y estados, así como en la esencia misma de tratados, estatutos de organizaciones mundiales y, al final, como elemento fundamental de la sensibilidad ciudadana hacia la igualdad.
Que hoy se denomine en España “sindicatos” a organizaciones fascistas, sectas corruptas, núcleos políticos reaccionarios o simples macrogestorías de defensa gregaria y oposición política, no es sólo una ofensa a la idea germinal del sindicalismo, sino que siembra una confusión interesada, un enjuague ruin, un enorme bulo sobre todo entre la población menos informada (o más intoxicada), que hace que se confunda la hermosa idea del sindicalismo que busca la justicia social con la espuria ruindad de los más mezquinos intereses económicos.
Existen en España varias organizaciones sindicales de cierto peso, apenas ya reflejo en su funcionamiento del verdadero sindicalismo de izquierda, cuya labor burocrática y de cargos los alejan cada día más de su naturaleza original, convirtiéndolas en maquinarias perfectamente ajustadas, configuradas y alimentadas para servir de coartada a un neoliberalismo económico tan injusto como inteligente frenando, obstaculizando, ninguneando y descalificando a los auténticos movimientos sindicales de izquierda.
Cualquier trabajador, cualquier obrero que a sí mismo se respete exigirá de su propia dignidad mirar a su alrededor y ser solidario con sus iguales, obreros de cualquier categoría sometidos, en cualquier nivel, al aprovechamiento de su esfuerzo para el enriquecimiento ajeno; y, por eso, la idea de sindicarse en auténticas organizaciones sindicales anarquistas o libertarias, asamblearias, participativas, igualitarias, con acción sindical directa en los centros de trabajo, representativas sin nomenclaturas, libres, fuertes y jamás silenciosas, será, podrá ser la auténtica razón para proclamar con sentido: ¡Viva el Primero de Mayo!
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