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Pinela y las Cantarinhas: un oficio, unas mujeres, un orgullo
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ARTESANÍA

Pinela y las Cantarinhas: un oficio, unas mujeres, un orgullo

Actualizado 01/05/2024 10:00
Raquel Martín-Garay

Todo el amor de unas manos de mujer trabaja el barro que da cántaros, algunos de tamaño reducido, destinados antes a los más pequeños, ahora a todos aquellos por los que sentimos afecto

La buena suerte viene en forma de cantarinha por el mes de mayo a Bragança, mejor ofrecidas de tres en tres, número mágico en tantas culturas.

Julieta Alves no trabajó el barro de joven, sino que se hizo alfarera pasados los cuarenta. Naturalmente, cuando era niña y andaba por las calles de su Pinela natal veía una cantarera a la puerta de cada casa, bajo los tenados en las corralas o trabajando a la sombra de cualquier frutal del huerto. En su familia, la alfarera era su tía abuela.

La loza de barro del pueblo de Pinela, en el nordeste de Portugal, concejo de Bragança, tenía fama de ser la mejor de la región. Primero, se iba a buscar el barro a las minas de Paredes, que explotaban el estaño y el wolframio; después, se iba a buscar el fermento a Izeda, realizando todo ese transporte en burro. Se secaba el barro en la era, donde era esparcido y batido, y se pasaba por una criba igual que la usada para tamizar la harina con la que se hacía el pan, con el fin de aprovechar sólo el polvo más fino. Ese material blanquecino, ligero, que suponía apenas una cuarta parte, se mezclaba con el otro, el ‘grosso’, utilizado a modo de levadura para dar consistencia al barro y hacerlo moldeable. La arena sobrante no se desechaba, también se aprovechaba vendiéndola a las amas de casa, que abrillantaban con ella los potes de hierro.

Manos de mujer, muchas veces de niña, amasaban y amasaban esta mezcla humedecida hasta conseguir una bola uniforme con la consistencia adecuada. La dejaban secar uno o dos días, conforme la época del año, y a partir de ahí las maestras entraban en acción. En una rueda se fabricaba la pieza, normalmente, un cántaro, una vasija, … En ocasiones, para agradar a los niños, que pocos juguetes recibían, se hacían unos cántaros pequeñitos que luego se les regalaban.

El trabajo del barro se realizaba durante todo el año, pues había demanda de los productos, pero sobre todo en primavera y verano, cuando la temperatura tornaba más fácil realizar las diferentes partes del proceso y cuando más se precisaban recipientes para el agua y otros líquidos.

Si el movimiento de la rueda necesitaba de la precisión de una mujer experimentada, manteniendo velocidad y fuerza constantes, la fase de la cocción de las piezas tampoco permitía descuidarse, estaba en riesgo toda una hornada.

Durante el siglo XIX y hasta mediados del XX se vivió el auge de esta artesanía en el nordeste trasmontano. En aquel tiempo, existían dos hornos comunitarios en Pinela, que eran utilizados por todas las cantareras de la localidad. Una tanda de barro, tal como la de pan, estaba compuesta por piezas de varias alfareras, que firmaban sus piezas con una señal propia para distinguirlas.

En la cocedura se gastaba mucha leña, pues el horno tenía que estar muy caliente. En esta fase participaban todos: los hombres y los niños iban a buscar la leña y las mujeres colocaban con esmero las piezas en el interior del horno, abajo las más grandes, encima las de tamaño cada vez más pequeño, así unas encima de otras. Hasta dos o tres veces se provocaba, echando agua, un borrajo con el que se cubrían las piezas. A este ritual, que duraba horas, asistía todo el pueblo. Se encendía el fuego al caer el sol y se prolongaba el horneado hasta bien entrada la noche. Mientras tanto, los vecinos se reunían y charlaban en el horno comunitario, viejos, niños y adultos.

Al día siguiente cada casa sacaba sus piezas. Ya estaban listas para la comercialización. Las subían a un burro, en sacas en las que se entremezclaba paja para que no se partiesen o se saltase el borcellar de las cántaras, pues en ese caso, había que darlas mucho más baratas. Así, las mujeres de Pinela salían a venderlas por las aldeas de la comarca, preferiblemente a cambio de dinero, pero a veces también canjeándolas por productos que faltasen en casa, como garbanzos, trigo, centeno, castañas, nueces, … También asistían a las ferias de la región, a la de Vinhais, a Mirandela o a la de Bragança por la Santa Cruz.

El 3 de mayo se celebraba en Bragança una gran feria de la que se tiene constancia desde la Edad Media. Acudían gentes de toda la región trasmontana a vender sus excedentes y simientes y a comprar para todo el año, particularmente, utensilios para el periodo de siega y cosechas que se avecinaba.

En un tiempo en el que se acarreaba mucha agua, para el consumo humano y las tareas domésticas, los cántaros eran fundamentales. Los de Pinela tenían fama -y la siguen teniendo- de mantener el agua muy fresca, por el tipo de barro con que están hechos y por sus paredes gruesas. Por eso, eran los más apreciados.

En esas ferias, que eran un momento no sólo económico sino también social muy relevante, las gentes solían darse un capricho adquiriendo algún objeto no utilitario sino bonito. Por eso, se popularizaron las cantarinhas, para regalar a los pequeños, los ahijados a sus madrinas y viceversa o el pretendiente a la chica que le gustase.

Por la Santa Cruz, las muchachas de Bragança que más cantarinhas recibían eran consideradas las más populares. Hoy en día se sigue manteniendo la tradición, ahora extendida a todos aquellos a los que se quiere bien. Es habitual regalar un trío de cantaritas.

Las auténticas 'Cantarinhas de Pinela' se siguen vendiendo en la Feria de la Artesanía y de las Cantarinhas, que se celebra en la ciudad de Bragança cada año a principios de mayo. Ahora, acompañadas por otras de fabricación industrial, tal vez más económicas y vistosas, pero sin la gracia y la historia de vida de las auténticas ‘Cantarinhas de Bragança’, como también se las denomina, ya que Bragança y las Cantarinhas han creado una identidad.

Julieta Alves, que nació en Pinela, confiesa que siempre sintió una atracción por el barro. A los 17 años emigró a Francia, como tantas otras. Ya adulta y con los hijos mayores, regresó a su aldea natal y quiso materializar aquel viejo deseo. Realizó un curso de formación en alfarería y, con ese aprendizaje más el bagaje obtenido por sus vivencias de niña en "la aldea de las cantareras”, empezó a moldear y cocer barro en su pueblo como se hacía antiguamente. Hoy, está deseosa por formar a otros y que la actividad no se pierda.

El recuerdo no se va a perder, pues se ha creado en el pueblo el Centro Interpretativo de la Cerámica de Pinela, con testimonios y con los frutos de varias investigaciones sobre esta actividad económica que le dio identidad a una pequeña población, en la actualidad con unos 160 residentes todo el año, situada 20 km al sur de Bragança.

Julieta Alves, de 70 años, es hoy la última (esperemos, la penúltima…) cantarera de Pinela. Hace solo unas décadas, había diez. Julieta ha sido profesora en varios cursos sobre la materia, asegura que las jóvenes quieren aprender, sienten curiosidad, pero cuando ven lo trabajoso que es, la paciencia que hay que poner y que es incompatible con tener las uñas largas, pintadas y sofisticadas, eligen sus uñas.

La alfarería fue un oficio exclusivamente femenino en esta comarca brigantina. A día de hoy, las personas involucradas en su difusión están empeñadas en pasar el conocimiento a hombres y a mujeres para que se ejerza el oficio y no quedarse sólo en la divulgación.

Ese es el gran objetivo de Álex Rodrigues, portavoz del Centro Interpretativo de la Cerámica de Pinela, que aspira a hacer algo más que talleres puntuales en el Centro, como ya se realizan, le gustaría que la alfarería de Pinela entrase dentro del ámbito académico, por ejemplo, en el marco del Curso Superior de Arte y Diseño del Instituto Politécnico de Bragança (IPB), pues aprender con cierto nivel esta destreza requiere tiempo, no basta con asistir a un taller de fin de semana.

Aportar innovación a estos procesos antiguos y realizar una formación descentralizada, aquí en Pinela, en el medio rural, en un ambiente de convivencia y transferencia de conocimiento intergeneracional, eso sí que sería fantástico para todos, residentes, alumnos y para el oficio de cantarero, que estaría vivo y, por tanto, en evolución”, comenta para Salamanca al Día Álex Rodrigues.

El pueblo ha conseguido financiación para rehabilitar la antigua escuela y darle este nuevo uso como espacio de divulgación y formación. También se ha recuperado uno de los dos hornos comunitarios. Un horno enorme, destinado a grandes tandas de barro, que ahora, por esa misma característica, no se usa.

Poder aumentar la producción y vender unas piezas creadas aquí, ahora quizá no ya para un uso práctico sino decorativo, sería lo interesante, opina Álex Rodrigues.

En la misma línea, a Julieta Alves le encantaría que, además de la memoria, se conservase el hacer, pues para ella “el barro es algo mágico, siento que me llama, no sabría explicarlo... Trabajar el barro me da felicidad”. Y así, metiendo las manos en el barro, lleva ya 25 años.

El Centro Interpretativo de la Cerámica de Pinela realiza visitas gratuitas bajo solicitud previa en el teléfono +351 936 466 413 o a través del correo electrónico [email protected]. Más información sobre el barro de Pinela y los cursos en https://www.cicpinela.pt

De momento, estos días podemos encontrar las cantarinhas tradicionales de Pinela junto con piezas de barro y cerámica procedentes de todo Portugal en la Feria de las Cantarinhas y de Artesanía de Bragança, del 1 al 5 de mayo.

El lema que acompaña al pueblo trasmontano de Pinela es “donde el barro está en la esencia de la gente”. Con seguridad, esa gente también está en el alma del barro que nace en Pinela.