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El ejemplo francés
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El ejemplo francés

Actualizado 14/03/2024 07:54
Ángel González Quesada

El pasado 4 de marzo, Francia se convirtió en el primer país del mundo en incluir en su Constitución el derecho al aborto. Aunque reconocido ya legalmente desde 1975, la garantía que supone consagrar ese derecho en el texto constitucional, superando el riesgo de su manipulación o supresión en los avatares político-electorales, hace de Francia, de nuevo, un referente en el reconocimiento de los derechos humanos y un ejemplo para cualquier país que se tome a sí mismo democráticamente en serio.

Desde que Simone Veil consiguiera, después de años de lucha, enfrentamientos, críticas y obstáculos, que el parlamento francés aprobase en 1975 la llamada “Ley Veil” de reconocimiento del derecho de las mujeres a abortar, logro que tuvo su origen más reconocido cuatro años antes en el manifiesto que Simone de Beauvoir encabezó de la declaración voluntaria de 300 mujeres reconociendo haber abortado, entonces ilegalmente, el blindaje del derecho a la interrupción del embarazo plasmado en la Constitución francesa es ahora ya todo un símbolo, una conquista en la conciencia de la identidad humana, un grito de libertad que va mucho más allá del estricto hecho institucional de ese reconocimiento.

En un mundo que se precipita rápidamente hacia lo más oscuro del totalitarismo y la regresión de derechos, especialmente de derechos fundamentales como el aborto, Francia vuelve a mostrarse como faro, norte y emblema de orgullo de la rebelión libertaria contra toda imposición. Países como Estados Unidos, donde el aborto vuelve a considerarse grave delito en cada vez más estados dominados por la reacción clerical y el machismo patriarcal, hasta países que lo prohíben radicalmente, lo persiguen y lo condenan con diferentes argumentos, a cual más abstruso, fascista y medieval, como las presuntuosas (y presuntas) “democracias” europeas de Polonia o Hungría, pasando por países punteros en el concierto internacional, como Argentina o Rusia, donde también se niega el derecho al aborto, además de otras decenas de estados que persiguen el derecho fundamental a las mujeres de disponer en libertad de su propio cuerpo, la realidad global sobre el reconocimiento de ese y otros derechos humanos fundamentales, está retrocediendo tan deprisa y en manos de tal cantidad de gobiernos de corte autoritario, impositivo y escasamente democrático, que el gesto francés significa sin ambages un llamado al mundo, a los ciudadanos del mundo, en defensa de la Libertad.

Las manifestaciones de júbilo en Francia, las celebraciones por esa inclusión constitucional y los festejos, homenajes a mujeres luchadoras, plácemes y declaraciones de satisfacción, abrazos, felicitaciones y alegrías que en todo el mundo ha provocado el gesto francés, han tenido poco o casi ningún eco en un país como España, cerrado y sacristía aún, que aunque legalmente reconoce en sus leyes con amplitud ese derecho, está sin embargo sembrada de trabas, trampas para el desistimiento, objeciones ‘médicas’, intentos de chantaje legal, imposiciones, vericuetos y continuas manifestaciones clericales, religiosas e institucionales (sí, institucionales), que intentan dificultar en lo posible el ejercicio de ese derecho, sobre todo en la sanidad pública española, infestada de objeciones y objetores, desdén y suficiencia, ninguneo y despectivas demoras para las mujeres que desean abortar.

Como con el derecho a la muerte digna, el avance de ciertos aspectos de la investigación científica, la legalización de las uniones civiles de personas, la laicidad efectiva institucional, educativa y formativa del Estado y otros estandartes de la libertad, también el derecho al aborto España sigue arrastrando y sufriendo, además del interminable lastre del machismo y la desigualdad, la absurda influencia de la religión católica y sus rituales, anatemas, condenación y admoniciones, mostrando nuestra democracia una enorme incapacidad para librarse de dioses y demonios impuestos por el pensamiento atávico de jerarquías supraterrenales a las que, además, seguimos alimentando. Un acto como el francés, posible allí por la casi unanimidad de las fuerzas políticas parlamentarias, sería imposible hoy en nuestro país debido, no tanto al enfrentamiento político de baja estofa que nos caracteriza, cuanto por la censura seudo celestial de nuestros derechos.

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