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Sudáfrica: la excepción y la evidencia
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Sudáfrica: la excepción y la evidencia

Actualizado 12/01/2024 12:24
Ángel González Quesada

“Quien quede en pie contará al mundo que hicimos cuanto pudimos”.

Nota de un facultativo en el tablón de urgencias de un hospital palestino. Su autor murió poco después en un bombardeo israelí. (Tomado del testimonio de la abogada irlandesa Blinne Ní Ghrálaigh, representante del gobierno sudafricano en el Tribunal Internacional de Justicia. La Haya, 11 de enero de 2024).

El día 11 de enero de 2024 habrá de figurar en las páginas de la historia de la decencia como la fecha en que la República Sudafricana mostró al mundo el rostro de la honestidad, la integridad y la ética, al defender ante el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya su denuncia del estado de Israel por genocidio del pueblo palestino, con todas las agravantes de intencionalidad y planificación. Paradójicamente, ese mismo día será inscrito en los anales de la vergüenza como el infamante en que la llamada Comunidad Internacional, todos los demás países llamados “civilizados”, quedó en la más descarnada evidencia, sumida en la indigna pasividad, al mostrarse indiferente y desdeñosa con la denuncia de Sudáfrica.

Los abogados sudafricanos, representantes de un país no más anteayer sumido en la laceración del apartheid racista, lo que dota a su gesto y sus argumentos de una dimensión moral extraordinaria, expusieron ante la Corte Penal Internacional las incontestables, e incontables pruebas, testimonios, imágenes y documentos que certifican el genocidio continuado de Israel contra el pueblo palestino, iniciado en 1948 con la ocupación del territorio de Palestina, y mantenido en el tiempo mediante operaciones de exterminio, ataques indiscriminados y planificados contra la población, ocupaciones, ejecuciones, torturas, expulsiones, cercos y asedios de todo tipo, y que está culminando en estos meses, ante una pasividad internacional desgarradora y de tristeza infinita; está siendo rematada con intención de acabamiento, mediante la más brutal operación militar conocida en los últimos tiempos, que bajo el disfraz de “guerra contra el terrorismo”, utiliza como excusa y argumento un sangriento y rechazable ataque de una organización terrorista contra ciudadanos israelíes, y de este modo masacrar de la más cruel forma a los palestinos que malvivían en los guetos-cárceles de Gaza y Cisjordania.

Las frías informaciones periodísticas hablan del bombardeo de hospitales, del asesinato indiscriminado de niñas y niños, del hambre a que están sometidos los aún supervivientes, de la ferocidad inhumana contra cualquier palestino; y hablan de la adulación, la aclamación y hasta el elogio de la crueldad por parte de políticos reaccionarios en todo el mundo; y se crean adjetivos para renombrar la desvergüenza y verbos para conjugar el salvajismo. Y, mientras, en el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya, Sudáfrica, el único país que hoy merece el respeto y el aprecio de cualquier inteligencia honesta, desgrana sus acusaciones de impune violación por parte del estado israelí de todos los derechos humanos, sin que los dueños de la Tierra siquiera pestañeen, embotados con sus campañas, sus déficits y sus espejos. Los abogados sudafricanos están mostrando al mundo (tal vez en vano jurídicamente aunque con altísimo valor y enorme talla ética) que el silencio cómplice no es, nunca será, vía ni solución a la indignidad; que tolerar pasivamente la matanza de palestinos, como hace Europa, Estados Unidos y otras comunidades ya para siempre deshonradas es, sin paliativos ni rodeos verbales, una indignidad para todos nosotros; que, aunque ni una vida pueda salvarse por las palabras de los juristas sudafricanos ante el Tribunal Internacional, las razones que exponen en La Haya deberían ser la esencia, la clave, el núcleo y el frontispicio de toda cosa que aspire a decirse digna.

Acostumbrados al estupor, devotos de la indiferencia y reos de la charlatanería, los países occidentales asisten impávidos al horror, inventan distracciones para evitar mirarlo y voltean los diccionarios para disfrazarlo. La Historia hablará un día de nosotros, y si la historia es verdadera tendrá que acusarnos por lo que no hacemos; pero también tendrá que reservar tal vez un pie de página, ojalá todo un capítulo, un volumen o la enciclopedia, para contrastar la honestidad y coherencia de la República Sudafricana con la cobarde poquedad posibilista de un mundo incapaz de ser honesto.

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