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El Bretón
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El Bretón

Actualizado 03/01/2024 11:17
Ángel González Quesada

En el centro de Salamanca, a escasos metros de su soberbia Plaza Mayor y rodeado por una repintada, abollada e infecta valla metálica, un solar no menos sucio y abandonado, maloliente, frío y triste, recuerda a los salmantinos y a todos los visitantes y turistas, que allí reposa, asesinada, gran parte de la memoria de la ciudad, de la cultura de la ciudad y de su nombradía y, sobre todo, vive allí, hiede allí, la desfachatez, el engaño, la manipulación y la mentira de quienes durante lustros, y todavía, gestionaron y hoy heredan una suerte de timo vestido de proyecto cultural, una especie de tocomocho que vendió el intercambio de futuros parkings al precio de perder el pasado, trocó irreales residencias por palcos y el telar y las luces por inexistentes centros culturales, que alquiló promesas a la credulidad de la ciudad y que, al fin, especuló con la confianza de los salmantinos, que vieron caer, derribado, uno de sus más notables símbolos culturales, un referente de su historia y de su cultura y perdieron en manos de la ignorancia y de la especulación su Teatro Bretón.

En el año 2023, las (escasas) instituciones culturales salmantinas, que colonizan la práctica totalidad de la actividad cultural de la ciudad, han DICTADO que el grueso de las actividades que subvencionan, programan o gestionan se centren, giren o se refieran a Tomás Bretón, el compositor salmantino desaparecido cien años antes, y que, además de conciertos en que se interpreten sus obras, exposiciones que muestren sus partituras y fotografías o conferencias que hablen sobre su música, otras artes distintas de la de las musas sonoras adapten sus contenidos, orienten sus objetivos y dirijan su criterio a cuanto tenga que ver con Tomás Bretón… y solo con él. Bien está el homenaje, incluso en la exageración, pero no menos plausible hubiese estado darle valor al nombre, recordar las cosas con nombre, citar el nombre de las cosas.

Porque poco, o nada, se ha dicho en este año culturalmente (es un decir) bretoniano, de la pérdida del Teatro Bretón, del desprecio más que a la memoria de quien daba su nombre a uno de los jalones histórico culturales de la ciudad, del desprecio a la historia en brazos del posibilismo urbanístico convertido hoy en infecto solar; poco se ha hablado, nada en realidad, del desdén a la identidad y a la memoria de una ciudad que, a través o dentro, cerca o imbricada en el Teatro Bretón, vio pasar por sus muros desde la Guerra de la Independencia a los indignos cuarteles del franquismo y eventos históricos de variada naturaleza, discursos capitales de la historia, encuentros, mítines, arengas o celebraciones; ni palabra, en este año de nombradía, de que respiraron allí los genios de la dramaturgia y mil hechos de la Historia de la Cultura y de la Historia de Salamanca, que es la historia de este país y, sobre todo, de que vio desarrollarse y crecer y brillar la vida entera en el teatro del Teatro, encarnado en las tablas del escenario por mil shylocks y diez mil donjuanes, colgado de las bambalinas el furor de Peter Weiss y reptante bailador por los palcos del cielo Marat y Sade, susurrantes en su escotillón los versos de Calderón o atentos en su tramoya los espectros y las sonatas de autores, actores y obras, tantos y tantas que citarlos rebosaría y haría más dolorosas las páginas de la pérdida, y que mostraron en el escenario del más grandioso teatro que tuvo la ciudad, toda la riqueza y la emoción del arte de Talía a través de los siglos, a través de la historia de una ciudad que perdió su Teatro Bretón a manos de desalmados con despacho y poder, derribado por inauguradores del tedio y posadores para la nada; una ciudad, por eso, que ha ido perdiendo en ese solar infecto donde estuvo “el Bretón”, y muchas otras pérdidas que enferman la evocación, identidad y nombre y cultura, para adormecerse en la soberbia de la pueril autoalabanza y la dulzona pereza de lo consabido, en el brillo artificial de la presunción y lo repetido y en la deprimente pobreza de lo igual.

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