Después de la JMJ

La Jornada Mundial de la Juventud había sido largamente esperada pues, con ocasión de la grave pandemia sufrida, había sido postergada un par de años. A los jóvenes se los veía con ganas, con verdadera hambre de encuentro. Y la jornada no los decepcionó. Los dejó marcados, sobre todo, con el ansia de ponerse al encuentro y al servicio de Jesucristo.

Un signo de esta hambre y del compromiso consecuente de los jóvenes para el servicio a los hombres de todo el mundo, ha sido la concienzuda preparación de la jornada y la maravillosa organización, en la que parecía que no había lugar para la desorganización o la desorientación de los asistentes. Y especialmente lo confirma el maravilloso servicio de los 25.000 jóvenes voluntarios procedentes de todo el mundo.

Esta esperanza de futuro queda confirmada igualmente por la asistencia de nada menos que un millón y medio de jóvenes. Todos asistiendo con actitud de escucha, de encuentro con Cristo en la oración, y de compromiso de seguir con el servicio a todos los necesitados de cualquier forma.

Esa actitud estaba apoyada por el mensaje del eslogan, tomado del evangelio de la visitación de María a su prima Santa Isabel: “María se levantó y partió sin demora” (Lc 1, 39). La Virgen “apresurada”, diría luego el Papa en sus discursos, especialmente en el pronunciado en Fátima, a donde asistiría a rezar el Rosario con algunos jóvenes enfermos de diversas dolencias.

Acudió el Papa a Fátima a rogar a María por la paz. Paz que la Virgen había anunciado que vendría precisamente con el rezo del Rosario. Se espera que, en adelante, todos pero sobre todo los jóvenes, se animen a rezar el Rosario con frecuencia.

Precisamente ése era uno de los objetivos principales encomendados a los jóvenes como fruto de la Jornada Mundial, su entrega confiada e insistente para el mantenimiento de la Paz en todo el mundo.

El Papa confía que, como fruto de la entrega de los jóvenes a la llamada de Jesucristo, éstos puedan renovar el mundo con la “creatividad” para abrir puentes o caminos de paz, tan necesaria actualmente.

Los jóvenes vivieron los días de las Jornadas con gran alegría y afectividad, y el Papa les invitaba a compartir con todos esa alegría, que crea una actitud de fraternidad, y de cercanía a todos, especialmente a los más pobres, y a los caídos en el camino de la vida, los únicos a los que pueden “mirar desde arriba” para ayudarles a levantarse.

Los jóvenes han vuelto de Lisboa alegres y animados. Muchos han manifestado su esperanza de volver a encontrarse con el Papa en las Jornadas futuras. Francisco los ha invitado a acudir a Roma en el año del jubileo 2025. Y, sobre todo, les invita a asistir a la próxima Jornada Mundial de los Jóvenes, que tendrá lugar en el continente asiático, concretamente en la ciudad de Seúl, capital de Corea del Sur.

Los jóvenes, fortalecidos por el encuentro personal con Jesucristo, son ya garantía de aportación actual a la construcción de un mundo nuevo, pero son también esperanza de futuro, para construir la casa común y garantizar la paz y la armonía en nuestro mundo. En el mundo abunda el mal, pero hay motivos de confianza con estos jóvenes, a los que el Papa ha animado a no tener miedo.

Francisco ha invitado a los jóvenes a decir “gracias”, “obrigado” en portugués. Sí, quedan obligados a “dar gratis lo que han recibido gratis”. A llevar a todos el Evangelio, la Misión de Jesús y de la Iglesia. Ya saben dónde está la fuerza de su alegría y de la entrega a Dios y a los demás.

Precisamente, de todo el encuentro podrían destacarse, aparte de la Eucaristía, por supuesto, el hermoso y valiente Via Crucis. Y la admirable actitud de silencio por parte del millón y medio de jóvenes en la hermosa Vigilia de Adoración al Santísimo Sacramento, en la víspera de la conclusión de la Jornada Mundial de Lisboa 2023. Hasta Roma 2025.