Sentarse, aunque sea a tomar una politizada caña.

Nunca pensé que tomar una caña sentado en una terraza tuviera color político, o pudiera ser objeto de controversias de esa índole. En mi caso, no recuerdo el surgimiento de ningún furor reaccionario al beber una. Pero los soliviantados carcas de nuestro país son capaces de conseguirlo, hasta de censurar clásicas comedias del siglo XVI. De paso he descubierto la existencia institucional salmantina de la Voz. Incluso hasta de un diputado que no recuerdo haber visto u oído, supongo por su entrega al trabajo acabando con mamandurrias varias. Tanta labor habrá impedido el encuentro con su ciudadanía, como a algún otro colega de la naftalina en el Congreso.

Centrándonos en la vida municipal, la pandemia ha provocado una transcendente toma de conciencia de las serias penurias de la hostelería salmantina. Desconozco cómo sobrevivieron antes, pero desde entonces las terrazas en la vía pública son vitales, incluso en Van Dyck sin ellas están al borde de la desesperación según su Asociación. Atentos, los munícipes “verdes” enseguida dictaminan “hoy es difícil tomarse una cerveza tranquilamente con un grupo de amigos en la mayoría de los barrios de Salamanca”. Como en mi barrio suelen tener mesas libres a pesar de ser pocas, quizás esté en otro municipio.

Han sido rápidos en disponer del espacio público para intereses privados, incluso sacrificando el sacrosanto aparcamiento, zona ORA incluida. Y la recaudación de esta será compensada por la aportación hostelera a través de las tarifas municipales de las terrazas. Aseguran "de no hacerlo nuestros barrios terminarían convirtiéndose en zonas sin vida. Los vecinos tienen derecho a un comercio cercano, amable y generador de puestos de trabajo... donde la hostelería es pieza esencial en la cohesión social de los mismos". Desde luego esa afirmación la suscribimos mucha gente, pero pensar en la hostelería como la clave parece exagerado y puede llevarnos a equívocos.

No es raro ser asociadas por Asociaciones Vecinales a problemas de convivencia y fuente significativa de ruido nocturno. En los barrios habrá vida si tienen actividad, pero los centros comerciales o la compra por internet no ayudan precisamente. Sin olvidar calles llenas de coches impidiendo su uso por la ciudadanía y acabando con el juego infantil. Por no hablar de otros inconvenientes, como la accesibilidad en aceras estrechas. O constreñidas justamente por la autorización desordenada de terrazas. Desde luego este tema da para mucho y siempre está en debate.

Aprovechando eso de sentarse, alguien recordó esta semana el escamoteo de todos los bancos de la Calle del Cristo de los Milagros. A este respecto, es indudable el notable avance en la ciudad con muchos bancos instalados en los últimos años. Pero también desapariciones en algunos sitios, sin apenas recambio, como el mencionado o los de Pozo Amarillo de curioso diseño. No es difícil encontrar lagunas en calles peatonales de intenso tránsito, donde tal vez sean más útiles, siendo llamativa la despejada (también de árboles) Calle Toro por San Juan de Sahagún. Frente a superpoblaciones inútiles hay desiertos, quizás estaría bien un repaso con perspectiva de ciudad, envejecida, y corregir las incongruencias. Y mantener los bancos de madera, claro.

Espero con expectación la impetuosa actividad política de los verdes munícipes, rogando amplíen algo más la perspectiva al disponer del espacio público para todas y todos, infancia, mayores o discapacitados. Desde luego es fundamental apoyar la actividad económica para tener vida. Pero la evolución demográfica de las últimas décadas apunta la insuficiencia de apostar solo por la hostelería y el turismo, frágiles sectores con facilidad para precarizarse. Aunque supongo que es culpa sólo del Sanchismo gobernante desde la noche de los tiempos.