La casita del árbol

A veces no sabemos muy bien qué mueve las cosas, cuáles son los intereses, las motivaciones que hacen dirigir nuestros pasos hacia un objetivo.

Es posible que cada uno de nosotros guardemos muy dentro todo aquello que nos emociona incluso sin ser muy conscientes de ello, y la vocación se vaya fraguando a pinceladas que la vida nos va dando aquí y allá en ese camino que nos va haciendo crecer y madurar. Algo así debió pasar a este par de personas en su infancia.

Pablo Álvarez Fernández nació en 1988. Es ingeniero aeronáutico, y ha desempeñado su trabajo en Polonia, Reino Unido, Francia y España, por lo que se siente orgulloso de pertenecer a esa élite de cinco personas europeas (junto a otros dos hombres y dos mujeres) que han sido elegidas hace poco como titulares por la Agencia Espacial Europea y reciben ahora formación aún más específica. Es el tercer astronauta en la historia de nuestro país (le precedieron López Alegría y Pedro Duque).

Algo parecido le ha ocurrido a ella.

Sara García Alonso, nacida en 1989, biotecnóloga especializada en investigación oncológica (hizo su tesis doctoral en el Centro de Investigación del Cáncer de Salamanca), es la primera mujer española que ha sido seleccionada, en su caso como reserva, para la misma agencia espacial, lo que significa que seguirá desempeñando su trabajo como hasta ahora, pero estará a disposición por si dicho organismo la requiere en algún momento en alguna misión, que podría implicar incluso surcar el espacio para desarrollar allí sus investigaciones.

Descubrimos que tienen muchas cosas en común. Además de haber sido elegidos para este cometido entre más de 20.000 participantes, han nacido y realizado sus estudios universitarios en León. Ambos se criaron en el seno de familias trabajadoras. Los dos pertenecen a una generación que ha visto la luz en la década de los 80 y que está dando una buena cosecha de personas muy jóvenes altamente cualificadas.

Quién iba a decir a unos niños que vivieron su infancia en tierras leonesas que, antes o después, iban a prepararse para tales cometidos. Quién iba a contarles que sus familias comparten, a la vez, grandes dosis de satisfacción, orgullo, y preocupación por esta aventura.

Pablo y Sara son conscientes del esfuerzo continuado que implica esta gesta, de todo lo que ha habido que luchar hasta llegar ahí y lo que queda por hacer.

Ella tiene su refugio favorito desde que era niña. Su padre le había construido una casita de madera encima de un árbol. Le gustaba subir y soñar, mirar las estrellas desde allí. Quién iba a saber, entonces, que ese afán por ver el sol entre las ramas, investigar y dar rienda suelta a su curiosidad, le iba a permitir sentirse parte de ese gran universo llamado humanidad.

Mercedes Sánchez