Triste cumpleaños

Nuestra Constitución cumple 44 años. A su edad debería poder apagar las velas con alegría, orgullosa de todos los españoles, pero no tiene muchas razones para hacerlo.

El Congreso de los Diputados se ha convertido en un patio de vecinos donde se enzarzan unos con otros y todos acaban a gritos, insultos, patadas y otras vulgaridades más propias de pendencieros que de gobernantes; se promulgan leyes que benefician a los culpables y penalizan a las víctimas; unos y otros siguen más empeñados en fomentar las subvenciones y las ayudas que el trabajo de calidad y las pensiones dignas; ni unos ni otros reconocen sus chanchullos, sus corruptelas, sus falacias, porque aunque todos cojean del mismo pie, los cojos siempre son los otros; los gobiernos autonómicos tampoco merecen muchas enhorabuenas, asumen competencias para que progresen sus comunidades, y cuando son incapaces de gestionarlas bien, culpan al Gobierno central y piensan que somos menores de edad y todo nos lo creemos; la pandemia y la guerra de Ucrania han servido para que las grandes empresas medren mientras que las pequeñas han sido tan castigadas que son muchos los autónomos que han tenido que cerrar sus negocios, y es tal el descontento de buena parte de la sociedad que cada vez son más los ciudadanos que no quieren ni oír hablar de los políticos, algo muy peligroso si siguen empeñados en que dividir es la única herramienta para vencer.

No tenemos por delante un año muy propicio para ser optimistas, pero esperemos que la coherencia, el respeto y la educación dejen de brillar por su ausencia aunque sea de milagro y el próximo año, nuestra querida Constitución, pueda celebrar su 45 cumpleaños con más alegría que este.