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El otro partido
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El otro partido

Actualizado 31/10/2022 09:26
Francisco López Celador

Menos mal. Ya tenía la sensación de perder argumentos para seguir manteniendo que el actual partido de Pedro Sánchez no es el PSOE. Pero no; acabo de ver que alguien tan poco dudoso de conocer mejor que nadie las entrañas del partido de Pablo Iglesias como es Alfonso Guerra, ha declarado que este PSOE “es otro partido”. No eran necesarias esas declaraciones porque no se trata de un socialista despechado; hay bastantes más que han dicho lo mismo. Y no sólo lo han expresado en público, sino que algunos han escenificado su baja en el partido y alta en otro.

Todavía quedan socialistas que no comulgan con los planes de Sánchez, aunque estén callados como puertas porque, existiendo temas por los que no pasan, tienen miedo a perder su status actual, o no ser bien vistos en otras formaciones. Pactar con Podemos, negociar con los herederos de ETA, indultar a los golpistas catalanes, permitir que se salgan con la suya quienes sólo buscan el cambio de régimen; y todo ello para alargar algunos meses su permanencia en el cargo, sin importarle los perjuicios que pueda acarrear a toda la sociedad, son prácticas más propias de un frente populista que de un socialdemócrata. Para permitir esas puñaladas a la democracia, además de ser un enfermo de egolatría, hay que tener simpatía por la actual corriente marxista bolivariana que está floreciendo por toda Hispanoamérica. Esa, y no otra, es la raíz de donde están brotando multitud de deserciones reflejadas en los últimos recuentos electorales.

Si al cambio de chaqueta de Sánchez, unimos la incoherente desfachatez de sus socios/as de gobierno, tendremos una explicación al rosario de leyes que han sido aprobadas, o están a punto de serlo, por las que vamos a “salir en los papeles” de todo el mundo civilizado. A las ya consagradas ( Ley Celáa, Ley del “no es no”, Ley animalista, etc.) pronto se unirán la Ley sobre los derechos de LGTBI, Ley sobre interrupción del embarazo, Ley sobre sobre Transexuales, propuesta de reforma del Código Penal para suavizar las penas por delito de sedición y , en cuanto se pueda, nueva Ley que ponga “patas arriba” el CGPJ, TS y TC.

Cuando la reforma del delito de sedición sea un hecho consumado, que lo será, el gobierno se basará en otra gran mentira. Pero no es cierto que en las democracias occidentales no se castiguen los delitos que, como nuestra sedición, signifiquen un claro levantamiento, fuera de las vías legales, para impedir la aplicación de las leyes. El delito puede tener otro nombre, pero es falso que no se castigue. En el caso concreto de los sediciosos catalanes, además de concederlos el indulto en contra de todos los informes, obligado por la amenaza de retirar su apoyo, acabará diluyendo el delito para que puedan seguir ocupando cargos políticos desde los que volverán a repetir el delito. De esta forma, el que apoyó la aplicación del artículo 155 de la CE en el golpe de 2017 -advirtiendo a Rajoy que no le temblara la mano- habrá dado otro paso para no salir de La Moncloa antes de lo previsto.

Ya es triste que sea el presidente del gobierno el responsable de que quedemos indefensos ante una más que probable repetición de los hechos. Pero es aún más triste que, por estar acostumbrado a no decir nunca la verdad, sus decisiones estén regidas, no tanto por un verdadero convencimiento en lo que hace como para satisfacer las ansias de quienes le aseguran su continuidad. Si al delito de quienes le apoyan lo llamamos sedición ¿cómo calificar el de nuestro presidente? A repasar el Código Penal.

Quien nos gobierna no es una mezcla de socialdemocracia con rancio comunismo, sino una reedición del Frente Popular, pero con más mujeres. Y ¿qué decir de la actual derecha? Pues que hay de todo, como en botica. Todavía queda algún partido que no acaba de tener muy claras sus ideas. A pesar de haber estado a punto de desaparecer por sus constantes bandazos, no acaba de decidirse y, de paso, se ha convertido en un aliado poco fiable.

El PP sigue practicando el método de “hacer el D. Tancredo”. Cuando ha tenido la mayoría suficiente para poder cambiar las leyes que critica -con sobrados motivos-, no ha hecho nada por llevarlo a cabo. Muchos de sus votantes están convencidos del complejo que algunos políticos conservadores tienen a ser calificados de fachas, de extrema derecha o franquistas, sin darse cuenta que lo que en realidad están consiguiendo es que los tachen de blandos, timoratos o, en el peor de los casos, de cobardes. Los partidos se presentan con un programa al que deben ser fieles, porque el que vota lo hace intentando alcanzar precisamente esos objetivos.

No es de recibo criticar al gobierno por hacer lo contrario de lo que dijo en campaña, para luego hacer lo mismo que él. Todos los partidos deberán apoyar al gobierno cuando quiera asegurar la unidad de la nación, o su independencia; cuando se esfuerce en hacer cumplir las leyes y cuando legisle para todos y para conseguir aumentar su grado de bienestar. Cuando ese gobierno ha dado sobradas muestras de jugar siempre con dos barajas, la oposición no debe aceptar ninguna clase de negociación, porque acabará engañada. Sánchez es un especialista en timar a quien se ponga en tratos con él, por eso no se entiende que Feijóo haya aceptado negociar la renovación del CGPJ. Se la ha vuelto a jugar y, para rematar la faena, intentará culpabilizarle. Es la clásica figura del padre que abofetea al hijo y no le deja llorar. Negociar con Sánchez en cualquier aspecto es como escribir en el agua. Con esa actitud condescendiente, el PP siempre ha visto disminuir su número de votantes. Fuera complejos. El votante quiere dirigentes que no se dejen manejar; que llamen a las cosas por su nombre.

Dentro de lo que es una verdadera democracia, progresistas y conservadores, monárquicos y republicanos, liberales y anticapitalistas, todos pueden convivir con diferentes grados de compromiso, siempre que se respeten esas líneas rojas que hacen posible la convivencia sin bordear la democracia.

Con el entramado que ha logrado formar Sánchez, si la derecha quiere volver a gobernar en España debe cambiar de táctica. Una derecha unida, manteniendo la especificidad de cada uno de los partidos, pero aunando esfuerzos a la hora de mantener lo más importante, podría convencer a más de un indeciso que no acaba de verse reflejado en lo que está sucediendo. De la misma forma que en la izquierda existen diferentes grados de compromiso, sin que ninguno de ellos se rasgue las vestiduras, ya va siendo hora de que la derecha defienda su derecho a mantener también diferentes niveles implicación. Todo, antes de estar envuelta en reproches, pugnas y protagonismos.

Hasta ahora, ningún partido de la derecha ha sobrepasado las leyes, ninguno. Entre la izquierda radical abundan quienes ven en VOX un partido poco menos que anti constitucional, porque, según ellos, está en la extrema derecha. Emplean el término “extrema derecha” como concepto claramente peyorativo, sin querer reconocer que Podemos, Bildu, ERC. “Comunes”, etc. son extrema izquierda -mucho más alejados del centro que VOX-, convencidos de que ellos son los buenos. Basta de creerse el ombligo del mundo. Mientras siga vigente el art. 14 de la CE, todavía existe la libertad de opinión, pero para todos.

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