El sofocante verano en curso parece propicio para recordar el mito de Prometeo que robó nada menos que al dios Zeus el fuego...
I
Todos los fuegos son el mismo fuego
pese a quemar distintos combustibles.
Hay incendios precoces que en su inicio
son lentos, mas después de enfurecidos
arden equivocados en su ígnea
candescencia, y olvidan
el camino a seguir para extinguirse.
El fuego es esa lámina infinita
capaz de recorrer a pie
los caminos del mundo y de la historia,
para empequeñecerlos con sus llamas
y al mismo tiempo hacerlos memorables.
II
Tal vez sin merecerlo, poseemos
el estigma del fuego en nuestros genes;
la llama que arde a trechos la inocencia
de la espontaneidad de nuestros actos.
Vivimos dentro de los mitos
y su fuerza nos hace poderosos
cuando late al compás del corazón.
Por eso es que habitamos en la infancia.
…Y nos transfiguramos en adultos
cuando el fuego da tregua a la existencia
de algún vivir tranquilo que asegura
que la luz vencerá a la oscuridad.
III
Atados a la pira originaria
de la infelicidad, y congelados
por los hielos arcaicos del silencio,
no somos más que fuego sin arder
en espera de alguna circunstancia
que se acerque a la tea del desánimo.
Las chispas del deseo antropológico
carecen de caminos y de metas,
pero son la energía primordial
de la ansiedad por el estado opuesto.
Y entonces devenimos circunstancia
del fuego que nos arde.
Santiago Corchete Gonzalo
17 agosto 2022