Gestionando en el irrespirable gallinero español.

Todavía me sorprende la política española. Cada decisión del gobierno, para eso se le ha elegido, genera un escándalo mayúsculo similar al fin del mundo. Ahora enfrentamos una crisis derivada de una guerra criminal, encubridora de otra más grave y casi irreversible ambiental en un modelo económico imposible, más capaz de llevarnos al fin del mundo que las retrogradas diatribas mediáticas inútiles. Ayudadas por la lamentable política comunicativa del gobierno.

Básicamente la gente que quiere, y puede, decir algo se ha formado en democracia, y el resultado es desolador. La política es un mal circo donde demasiados incapaces siguen sin comprender cuál es su función y lo que es convivir en sociedad. Por supuesto de la Constitución solo han leído la portada, sin comprenderla. No tienen vergüenza para decir estupideces o contradecirse al momento siguiente. Con la aquiescencia de demasiados electores.

Hace poco el presidente del PP defendía ideas razonables para afrontar la crisis energética. Propuestas hace años por colectivos sociales (entre incendio e incendio, dirán en la Junta de Castilla y León). Al ser inevitables terminan en un Real Decreto. Pero antes de publicarse el BOE, la eminente presidenta de Madrid ya ha leído sus 83 páginas concluyendo que es una sandez. Entonces deben criticarlas sin piedad, aunque media Europa (dirigida por sus colegas de ideología) las pongan en marcha. Mejor no hablar de la clase económica, esencialmente gestores con demasiado poder de algo que realmente no es suyo.

Las tibias medidas de ahorro, eficiencia energética y reducción de la dependencia energética del gas aprobadas por el Gobierno son buena noticia. Contar con el mayor consenso posible, aunque cueste hablar con alguna que otra pared, hubiera sido mejor. Necesitamos abandonar el excesivo consumo indiscriminado de energía dependiente de combustibles fósiles importados. La emisión de gases de efectos invernadero no para, a pesar del apremio casi unánime de la comunidad científica. Y socialmente la crisis de 2008, terriblemente gestionada por la derecha europea, ha espoleado graves e imparables desigualdades mientras los fabulosos beneficios (intocables) de unos pocos “patriotas” crecen.

Al plan se le han hecho críticas sorprendentes. Como defender el irresponsable derroche de puertas comerciales en la calle siempre abiertas, inexplicablemente permitido. O la afirmación, incluso policial, de que apagar escaparates afecta a la seguridad ciudadana. Según la ley iluminar la vía pública es competencia de los Ayuntamientos, supongo habrán recibido un sesudo estudio sobre ese problema para resolverlo.

La eficiencia en los hogares parece referirse entre otras a las calderas. Confío refuercen las ayudas para el sustancial porcentaje de ciudadanos con pobreza energética, o al borde. La irresponsable política de alentar instalaciones individuales, menos eficientes que colectivas bien gestionadas, origina casos de dificultades para afrontar ese gasto, a pesar de ayudas autonómicas. Multar o dejarlos sin calefacción no parece la solución.

Hay más medidas, pero realmente se necesita un ambicioso plan de Estado con políticas coherentes y estructurales para hacer frente a la emergencia ecológica y crisis energética, económica y social. Como cambiar el modelo urbanístico disperso dependiente del vehículo privado. O el comercial rentabilizando el consumo de alimentos, y otros productos, que recorren miles de kilómetros mientras la producción nacional se aleja de la demanda real. Para el transporte, consumidor del 40 % de la energía y origen del 30 % de emisiones, ya se ha aquí planteado la necesidad de apostar por el ferrocarril como clave del sistema, y el transporte público, y no subvencionar combustible indiscriminadamente.

^{Regar jardines esta semana a las 13:20 horas no parece muy sostenible en el mundo de Savia. La gestión del agua, otro cambio estructural necesario.}